domingo, 10 de mayo de 2020

Sinvergüenza innato

Ay pillín, pillín. 
Parece, por lo que cuenta el artículo de prensa, que el lío de la novela estaba muy implicado en su propia vida.
Me cuadra la crítica de Amis, pero si nos hace disfrutar...



«Las personas en sí son incorregibles».

No estoy de acuerdo con esto. Cada uno es como elige ser. Como desea ser. 
José Coronado nunca dijo que se quisiera corregir. Y me parece estupendo. No engañó a ninguna. Ellas saben quién era. Vive su lista de mujeres como un triunfo. Un día por la tele dijo que eran cerca de 1000. 
¿Las tiene apuntadas? Qué miedo...Ese hombre asusta pero es quien es. 
Hay hombres que les pasa y que lo viven como un drama. Que no están felices. 
Depende de cada cual. 
Yo creo que somos lo que queremos ser. 
Y Coronado siempre ha querido ser eso, no ha engañado a ninguna, y es feliz y satisfecho con eso. Chapeau por él. Y el que está solo con una y es feliz con ella, pues también genial. Si se trata de encontrar lo adecuado para cada uno. 
Pero no todos los hombres que han estado con un montón de mujeres, pero no lo cuentan como él, gracias a Dios, están tan satisfechos. Depende. 


Updike era un sinvergüenza innato, y nosotros somos los beneficiarios de esa cualidad. Llevó la novela a otro plano de intimidad: nos llevó más allá del dormitorio y hasta el cuarto de baño. Es como si nada humano le hiciera cerrar los ojos.
Martin Amis




El escritor de Pensilvania en una imagen de juventud

LIBROS

John Updike, el profeta de la infidelidad acomodada

Once años después de su muerte, se recuperan dos novelas de John Updike que recorren las crisis de la clase media

Desde su muerte en 2009, la de John Updike (EE.UU., 1932) es la más omnipresente y extrañable de las ausencias. Updike publicaba al menos un libro por año (ficción o poesía o recopilación de ensayos acerca de todo lo que le interesaba que era nada más ni nada menos que todo) aumentando así una obra que lo colocaba, octubre tras octubre, dentro de la prestigiosa y estigmatizadora lista de aquellos que debían (pero no podían) ganar el Nobel. Como en el caso de ese colega con el que parecía batirse en el más elegante, pero no por eso menos entregado duelo literario -Philip Roth-, no se hizo justicia. Pero lo anterior no le privó a Updike de darse/darnos el lujo de hacer mucho y de varias maneras.
Por sólo citar algunos hitos: relatos autobiográficos con alter ego y región propia (el David Kern por las calles de Olinger o Tarbox), ciclo novelístico con personaje reflejando los estremecimientos de su país (la saga de Conejo), flirteos fantásticos (el díptico de las brujas de Eastwick), vasto fresco histórico multi-generacional (La belleza de los lirios), precuela de Hamlet (Gertrudis y Claudio), eco-distopía (Hacia el final del tiempo), thriller islámico (Terrorista) y -casi invadiendo territorios ajenos- las idas y vueltas del catastrofista escritor judío Henry Bech. Todos y todo bajo la mirada de ese inconfundible rostro en el que parecían convivir un benéfico pájaro azul con la más feroz de las aves de presa.
Apagado este motor de movimiento continuo que se antojaba perpetuo, cabe preguntarse entonces por dónde entrar o qué releer. Estas dos recientes revisitaciones son una buena manera de acceder/entender a quien ayudó a definir, a la vez que deformar, esa luminosamente costumbrista, pero a la vez de sombríos y cuestionables hábitos, «ficción The New Yorker»: estilo y especie que no le impidió un aire de avispado mandarín wasp que llegó a seducir hasta al casi siempre inconmovible Vladimir Nabokov.




Así, en Updike, la biografía de Adam Begley de 2014, Cásate conmigo (1977) es señalada como «fallida» pero, a la vez, «una de las más subvaloradas». Sí, puede entenderse a esta nueva aproximación -la «triste magia del adulterio en barrios residenciales»- como una suerte de variación, coda o destilado de la en su momento muy polémica y súperventas Parejas (1968). Novela que llevó a Updike a la portada de Time como profeta de la infidelidad acomodada y sepulturero de un puritanismo culposo que, claro, había enterrado vivo. Pero lo cierto es que -compuesto durante el divorcio de Updike- en Cásate conmigo se recorre este paisaje rumbo a la ruina pero con final supuestamente (in)feliz y una atemporal luminosidad cortés y amorosa casi con mecánica de comedia shakesperiana.

Grietas matrimoniales

Y -sorpresa- nos enteramos por su biógrafo Begley que Cásate conmigo en verdad fue escrita varios años antes de su sombría hermana menor en edad pero mayor en impacto. ¿Por qué postergó Updike su publicación de lo que transcurre en 1962? Por la sencilla y compleja razón que sentía -y estaba en lo cierto- que las grietas en los matrimonios de Jerry & Ruth Conant y Richard & Sally Mathias se parecían demasiado a las que no dejaban de crecer y extenderse por las paredes de su hogar, amargo hogar y, por supuesto, por las de la casa vecina de una pareja de demasiado buenos amigos. La más que apreciable/admirable novedad aquí es que, hasta entonces, Updike jamás se había arriesgado a sumergirse tan profundamente en el punto de vista femenino. Y, sí, cuando Mary Updike, por fin, leyó la novela le diagnosticó a su ya ex un «no has entendido nada».

Imprescindible

Pero nadie puede discutirle a Updike que -en los dieciocho relatos/postales publicados entre 1956 y 1995 y reunidos en Los Maple y hasta televisados en 1979- lo entendió todo. De ahí que en su 1.000 Books to Read Before You Die (2018), el recomendador James Mustich escoja -a la hora de tomar un solo título de Updike- a este imprescindible y pequeño libro inmenso e inevitable como muestra perfecta y brutalmente delicada.
Si en Cásate conmigo todo suena a inspirada pero muy movida pieza de cámara, en Los Maple se oye, en cambio, como aquellas variaciones para insomne a solas o ciclo dual de lieder reflexivo y conmovedor comulgan con lo que Updike consideró siempre «los tres grandes secretos: el sexo, la religión y el arte». En su nota introductoria -en la que se refiere al «patrón musical»- apuesta a una posible moraleja: «todas las monedas tienen dos caras» y «las personas en sí son incorregibles». Y concluye: «no he vuelto a encontrármelos, aunque amigos comunes me aseguran que ambos siguen vivos y tienen buen aspecto, dentro de lo que cabe». Algo me dice que, también, Los Maple son hoy amigos de los Conant y de los Mathias. Y que nadie mira de reojo a nadie ni lanza un guiño prohibido. Dentro de lo que cabe. Y en Updike siempre cabe mucho.