lunes, 4 de mayo de 2020

Dataísmo: la nueva religión

Este artículo fue publicado en Tribuna 
en el diario EL COMERCIO, el 24/04/2020



Si algo me confirma este confinamiento es que soy un bicho raro porque estoy a gusto conmigo misma. Tengo esposo e hijos pero no estoy mal sola, sino que me encuentro muy bien, dado que los pianistas somos gente solitaria. Me deja atónita la necesidad de comunicación con todo el mundo – yo solo necesito comunicarme con las personas de mi reducido círculo que son importantes para mí – y me sorprende lo mal que lo lleva mucha gente pudiendo, por ejemplo, leer libros. Si no quiere limpiar, en lugar del fango twittero a todas horas, podría leer. Y si no le gustan las novelas, le sugiero esto: “Homo Deus. Breve historia del mañana” de Yuval Noah Harari. El autor del exitoso “Sapiens: de animales a dioses” que explicó en esa obra la historia de la humanidad, en mi propuesta de hoy, avanza hacia el futuro de una forma bien argumentada. Yuval nos explica que fuimos seres que encontramos significado en tiempos pretéritos porque había un Dios que nos observaba y eso daba sentido a nuestra existencia, y la sigue dando para todos los creyentes. Luego vino el humanismo: no es Dios el que da sentido a nuestras vidas, sino nosotros mismos como seres únicos e irrepetibles. No obstante, ya no estamos ahí. Algunos de nuestra generación se quedarán en eso y otros ya van comulgando asiduamente con la religión de nuestros hijos y nietos: el dataísmo. El hombre solo no tiene sentido sino que busca su permanencia a través de los datos, de comunicarse, publicar sus fotos y formar parte de ese flujo permanente de información que perdurará “per secula seculorum”. Y decide a través de los datos – eso es precisamente el dataísmo - porque la ciencia ha demostrado que somos simplemente algoritmos. Se han podido desarrollar inteligencias artificiales que toman decisiones mejor que nosotros mismos. 



Cuando miro a mi primogénito analizar la partida de ajedrez que ha jugado con el programa informático para que este le explique cuántos errores ha tenido, ya comulga con el dataísmo. Kasparov fue el último que ganó a un ordenador. Ya no tiene sentido. Los mejores jugadores del mundo perderán siempre frente a la inteligencia artificial. Esto es así y hay que aceptarlo para las generaciones venideras y, en parte, para la nuestra. La abuela de mis hijos morirá en el catolicismo con Dios dando sentido a su existencia, pero su nieto ya tiene otra religión. Servidora es católica y, hasta hace unos días, iba a misa los domingos y fiestas de guardar, pero comulgo a ratos con el dataísmo. El día que cambie las cortinas de mi habitación no iré por varias tiendas de Gijón a mirar cuáles prefiero, como hice con las que tengo. Buscaré en internet las que me puedan gustar y me dejaré guiar por las que me indique esa inteligencia artificial que recoge mis datos y mis gustos, y que me podrá ayudar porque tiene mis preferencias y porque sabe dónde están todas las cortinas del mundo y las que me pueden encajar. Y la decisión será mejor para mí y más rápida. Ídem cuando busco un hotel para irme de vacaciones – no este año, me temo – o cuando me dejo guiar por el navegador del coche. La inteligencia artificial, con su manejo de datos y con todo lo que va tomando de nosotros al estar en red, nos está ayudando diariamente a tomar decisiones. ¿Todas me escandalizo yo? Todas no, me contesto. No obstante, basar nuestras decisiones en datos no es malo, sino todo lo contrario. En la siguiente crisis vírica ecuménica, porque desgraciadamente habrá más, se tomarán decisiones con la información y datos de este drama. Y se analizará quién ha reaccionado mejor. Los países asiáticos que lo tienen todo digitalizado están luchando mejor contra Covid-19 que la vieja Europa. La información y el adecuado manejo de la misma es lo óptimo para decisiones como la que nos ocupa y tal vez para todas. ¿En el amor? Nadie duda de que nuestros hijos elegirán pareja en base a perfiles que les encajen de los que previamente tendrán información. “¿Papá te vio en un bar y no sabía nada de ti, ni tú de él? ¿Así fue?” Les parecerá escandaloso porque como buenos dataístas basarán su decisión en información sobre la otra persona. No se puede amar lo que no se conoce. Somos algoritmos, tomamos nuestras decisiones en base a nuestra inteligencia, vivencias, errores pretéritos y queremos información antes de decidir, antes de comprar cualquier nimiedad y, por supuesto, antes de tomar la decisión más importante de nuestra vida: antes de amar.