lunes, 4 de mayo de 2020

Religión dataísta aplicada



“Homo Deus. Breve historia del mañana” de Yuval Noah Harari. 

El autor del exitoso “Sapiens: de animales a dioses” que explicó en esa obra la historia de la humanidad, avanza hacia el futuro de una forma bien argumentada en esa obra. Yuval nos explica que fuimos seres que encontramos significado en tiempos pretéritos porque había un Dios que nos observaba y eso daba sentido a nuestra existencia, y la sigue dando para todos los creyentes. Luego vino el humanismo: no es Dios el que da sentido a nuestras vidas, sino nosotros mismos como seres únicos e irrepetibles. No obstante, ya no estamos ahí o no todos. Algunos de nuestra generación se quedarán ahí y otros ya van comulgando asiduamente con la religión de nuestros hijos y nietos: el dataísmo. El hombre solo no tiene sentido sino que busca su permanencia a través de los datos, de comunicarse, publicar sus fotos en eventos varios, y formar parte de ese flujo permanente de información que perdurará “per secula seculorum”. Y decide a través de los datos – eso es precisamente el dataísmo - porque la ciencia ha demostrado que somos simplemente algoritmos. Ni más, ni menos. Se han podido desarrollar inteligencias artificiales que toman decisiones mejor que nosotros. La inteligencia artificial, con su manejo de datos y con todo lo que va tomando de nosotros al estar en red, nos está ayudando diariamente a tomar decisiones. ¿Todas me escandalizo yo? Todas no, me contesto. O tal vez, sí. No todo el mundo lo hace. Los hay que no, pero los hay que sí. Y eso no es malo, sino todo lo contrario. 




Juan Manuel de Prada, al que leo bastante, se niega a usar las redes. Otros no. Recuerdo que escuché a un escritor por la radio que decía que el personaje de su novela estrellaba el móvil contra el suelo por el enganche que tenía de la página de internet de su novia que visitaba diariamente con su teléfono Android. En el relato se narraba que él era muy fiel a su visita a la página de su chica. En días laborales más productivos, solía hacerlo sobre las 13 o 13.30 en su Android, tras una mañana de trabajo. Los lunes, tardaba algo más. Tendría algún compromiso o reunión más larga. Los días que estaba más ansioso y preocupado por algo, en relación a ella, lo hacía varias veces al día. Y casi siempre lo miraba al final del día, cercano a las 11 o 12 de la noche, antes de acostarse. Si estaba aún más ansioso, lo que hacía era visitar páginas que pudieran transmitirle a ella, cuando lo revisara, que era él y no otro, el que estaba allí. A ella le producía una profunda sensación de felicidad porque lo añoraba pero, a la vez, le sorprendía su inseguridad, su cobardía o esa actitud que, en el fondo era pueril, si es que él la quería de verdad. Él se encolerizaba consigo mismo por ese enganche y pensaba que era algo malo, cuando no lo era en absoluto. Es curioso que hombres que han hecho sus trastadas en la vida, no distingan cuando están haciendo las cosas bien. Será propio de niños consentidos, sabe Dios. Evidentemente, eso lo que ponía de manifiesto eran sus intensos sentimientos. 
Y ante ese suceso de cabreo del personaje que decidía romper el teléfono móvil, el propio escritor y autor de la obra declaraba: “Yo no podría hacerlo. Cogería antes los datos, antes de machacar mi móvil”. Eso exactamente dijo: ¡¡LOS DATOS!! Escritor de religión dataísta pura y dura con su Twitter, su Instagram y demás. Seguro que Facebook y blog en el pasado, también. Ahí, en los datos de su móvil están su agenda, sus fotos, sus apps, su música, sus datos, su vida. ¿Es malo esto? No. Es así en el mundo en que vivimos. Y, de hecho, no era nada malo que su personaje mirase la página de su chica, de la mujer que le gustaba. Quería información. Quería saber lo que pensaba, cómo estaba, también en relación a él. Quería datos y conocerla para poder amarla. Antes de amarla. Y quería datos para entender por qué la amaba, porque eso también, de alguna forma era entenderse y conocerse a sí mismo. Y todo eso no tiene nada en absoluto de malo, sino que es bueno. Es preciso llegar algún día a distinguir el bien del mal ¿no cree usted, amable lector?

Basar nuestras decisiones en datos, en información, no es malo, sino todo lo contrario. En la siguiente crisis vírica ecuménica, porque habrá más, se tomarán decisiones con la información y datos de este drama. Y se analizará quién ha reaccionado mejor. Los países asiáticos que lo tienen todo digitalizado están reaccionando mejor a Covid-19 que la vieja Europa. La información y el adecuado manejo de la misma es lo óptimo para decisiones como la que nos ocupa y creo que para todas. ¿En el amor? Nadie duda de que nuestros hijos elegirán pareja en base a perfiles que les encajen entre los que previamente tendrán información. “¿Encontrarse en un bar sin saber nada uno del otro” Les parecerá escandaloso porque como buenos dataístas basarán su decisión en información sobre la otra persona. Posteriormente, en el encuentro, podrá subir la temperatura o no, aunque ya en la distancia sabrán si lo pueden llegar a sentir o no, porque ya se habrán visto por pantalla, habrán hablado, habrán intercambiado voces y pensamiento y cuando se decidan y llegue el encuentro, podrán fracasar, claro que sí, pero la probabilidad de error y de no permanencia será menor que a la antigua usanza. Hace muchos años que leí una frase que me impactó. Fue tras una ruptura sentimental y una decisión que me costó muchísimo tomar. “No se puede amar lo que no se conoce”. Y ello me llevó, durante un tiempo en que me obligué a la soltería, a conocerme a mí misma. O, al menos, a intentarlo con todas mis fuerzas, porque me parecía relevante para no fracasar nuevamente. Seguramente no es posible el total auto-conocimiento, pero estoy convencida de que hay personas que saben quiénes son mejor que otras y, lo que es más importante, que entienden sus cambios, porque la vida es eso: cambio constante.
Es importante conocerse a uno mismo y, por supuesto, conocer a quien amamos. Lo primero facilitará lo segundo. Amar a alguien a lo loco, sin saber nada de esa persona que va por la calle, que te encuentras en un pub, ya no tendrá sentido para los dataístas. Salvo para los que busquen el “aquí te pillo, aquí te mato”, cosa que ya existe, por apps de geolocalización y que por hablar rápido y claro, eso es sencillamente aparearse. No tiene otro nombre, al menos para mí. Por mi parte, ningún problema. Que cada uno encuentre su felicidad como le venga en gana o como pueda. 
Somos algoritmos, tomamos nuestras decisiones en base a nuestra inteligencia consciente, a nuestras vivencias y errores pretéritos y queremos mucha información antes de decidir, antes de comprar cualquier nimiedad y, por supuesto, antes de tomar la decisión más importante de nuestra vida: antes de amar.