Nos lo cuenta el suplemento "Culturas" de EL COMERCIO, esta semana. Adiós. Y van cayendo...Una pena. También un comentario de un libro de Pedro Salinas.
Leí esto de esta autora, dulce y bella, de la que he leído poco, pero me ha gustado. Y a mí, me pasa algo así también. Con otro trabajo, también me pasa, porque estoy acostumbrada a estar sola, a encerrarme, y en este confinamiento no es posible y me afecta, la verdad. Pero pasará. Espero. El diario, ya lo tengo. Lo empecé en 2016. ¿Por qué? Supongo que lo necesitaba.
Hace unos días me vino a la
memoria el perro Satélite del libro De la Tierra a la Luna.
El perro muere a bordo y Julio Verne cuenta que la tripulación se ve obligada a
lanzarlo fuera de la nave. Uno puede imaginar al pobre Satélite orbitando sin
parar, como basura espacial. Algo parecido me sucede a mí. Me cuesta
concentrarme, me resulta difícil leer y escribir y doy vueltas por mi casa en
una órbita mucho más reducida que la que le tocó a Satélite.
No estoy sola. Muchos de mis
colegas y alumnos se encuentran en una etapa de bloqueo creativo. La realidad
pesa tanto que no nos permite el vuelo a la ficción. La pandemia nos angustia,
la cuarentena nos cercena la vida y los muertos y los enfermos nos entristecen
y preocupan. Si la literatura es un viaje exterior pero que se realiza en el
interior de quien escribe y los que escribimos andamos con el alma constipada,
que diría Pessoa, la falta de fuerzas es normal. Supongo que, con el paso de
los días, iremos encontrando una cierta serenidad y volveremos a nuestros
proyectos creativos.
Y mientras tanto, ¿qué hacemos,
giramos sin sentido como Satélite? Yo sugiero releer, buscar nuevos
significados en viejas lecturas, porque puede resultar un ejercicio muy interesante.
Dos de mis relecturas más fructíferas en Cuarentown: Esperando a Godot,
de Beckett, y Los persas, de Esquilo. Esta cuarentena abrió, entre
otras cosas, mi sensibilidad a entender la espera más profundamente: también
nosotros podemos ser personajes hechos de puro presente y espera, como los de
la obra del Nobel irlandés. Y cuánto mejor comprendemos los diálogos y las
angustias de Vladimir y Estragón ahora. En Los persas (tragedia
que no se centra en la violencia de la batalla, sino en la otra cara del
conflicto, la espera), Esquilo nos recuerda a través de los ancianos persas que
cuando la necesidad apremia, hay que tomarse todo el tiempo necesario para
pensar.
Justamente por la necesidad de
reflexionar es que propongo como segunda actividad en Cuarentown la de llevar
un pequeño diario. Yo me tomo todos los días un ratito y escribo el mío. No lo
llevo cotidianamente, pero siempre escribo en momentos difíciles. Creo que
registrar nuestros detalles diarios, especialmente en momentos como los que
vivimos, significa tomar postura a favor de la vida y de la verdad que somos.
Nosotros somos importantes, nuestras vidas son importantes y nuestras
sensaciones y lecturas del mundo no son solo importantes, sino que son siempre
únicas e irrepetibles. Cada uno de nosotros vive este infortunio a su manera,
parafraseando a Tolstoi. No importa si ese diario será publicado o no. Quizá
sea el germen de algo, una semilla que puede transmutarse en ficción o poesía o
ensayo. O no. Pero escribir un diario es, a su vez, un modo de detenerse y
reflexionar. Frente al bombardeo diario de noticias, ahogados en este tiempo de
espera, el diario es también un rito para vertebrarnos y ordenar nuestra vida.
Escribir un diario durante la pandemia puede ser, además, terapéutico. Decía Pessoa, si escribo lo que siento es
porque así disminuyo la fiebre de sentir.
Puede que tengamos días
perrunos como Satélite, pero saldremos adelante y volveremos a nuestras vidas,
me digo y les digo. Mientras tanto, apuntemos aunque sea unas pocas frases en
nuestro diario porque, si es verdad que la literatura es un sueño dirigido,
como decía Borges, me sumo a la plegaria de Pessoa y digo: Que los dioses me cambien los
sueños, pero no el don de soñar. Sea.
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