martes, 19 de mayo de 2020

Ciegos y en la cárcel


Pues lo dice muy bien Évole. Estamos todos en la cárcel y lo teníamos encima, y no lo veíamos. Muy buen artículo, pardiez. 

Primeras temporadas
Ha hecho Carlos Alsina durante los últimos tres días un ejercicio radiofónico adictivo. Una serie documental que repasa cómo vivimos los 80 días previos a la declaración del estado de alarma. Cuáles fueron las primeras noticias que se dieron, los primeros casos detectados, de qué se hablaba en los medios, qué nos preocupaba, mientras se iba ciñendo sobre nosotros, casi sin darnos cuenta, la amenaza de la pandemia. En nuestro país, los informativos estaban monopolizados por la formación del nuevo Gobierno, por la mesa de negociación sobre Catalunya o la escala en Madrid de la ministra venezolana Delcy Rodríguez. También vivimos la indignación generalizada por la suspensión del Mobile. El título que le ha puesto Alsina no puede ser más elocuente: “Cuando fuimos ciegos”. Y cada capítulo arranca con una cita de Ensayo sobre la ceguera de José Saramago. He aprovechado la serie para echar la vista atrás y ver qué hacía durante esas semanas. Despedí el 2019 y arranqué el 2020 con una obsesión: nuestra primera temporada de una serie documental que iba a tener como temática el mundo carcelario. No había pensamiento en esas semanas que no estuviese vinculado con la serie, sus capítulos, sus protagonistas. Veníamos de hacer un formato que nos marcó durante los últimos 11 años. Y nos enfrentamos a lo nuevo con un exceso de responsabilidad. Además, las primeras temporadas nunca son fáciles. Que se lo pregunten al Cruyff entrenador, o a Luis Enrique, que en enero del 2015 parecía que estaba fuera del equipo y acabó ganando el triplete en Berlín. Digo esto para darle la razón a Carlos Zanón, que escribía que el fútbol nos apasiona porque se parece mucho a la vida. Y un equipo de fútbol se parece bastante a uno de televisión. Con el coronavirus, yo también milité en el equipo de los ciegos. Ni entrado febrero. Ni empezado marzo. No había más mundo en mi cabeza que la serie de las cárceles. Ya ves tú. Recuerdo el jueves 12 de marzo. Un día antes del anuncio del estado de alarma. Después de una reunión maratoniana por la mañana, donde nos enteramos de que al día siguiente se suspendían las clases, dudaba de ir a una comida porque tenía curro en la redacción. Eran aquellos tiempos en los que el curro pasaba por delante de todo. Pero debí de tener el presentimiento de que un tipo de vida se esfumaba, y había que despedirla por todo lo alto. Al final, decidí acudir a mi última comida social, a la que nunca me hubiese perdonado no ir. Para la historia quedarán, en medio de un ambiente preapocalíptico, los canelones de rustido gratinados con trufa fresca y el arroz de paloma torcaz. Pero por más que saliesen exquisiteces de aquella cocina, lo gordo se estaba cociendo fuera de aquel restaurante. Y los tres comensales lo sabíamos, por eso nos costaba levantarnos de la mesa. Por la tarde volví a la redacción. Y a punto estuvimos de emprender viaje hacia Alicante para entrevistar a un preso que salía de permiso, y así cumplir con la planificación que teníamos prevista. Insisto, era el 12 de marzo por la tarde. Eran aquellos tiempos en los que las planificaciones había que cumplirlas. Por suerte, algunos miembros del equipo dijeron que no lo veían claro. Y a última hora abortamos la operación. Y decidimos empezar a pensar cómo podíamos reaccionar ante la que se avecinaba. Los programas de cárceles quedaron aparcados. Y gracias a la versatilidad y al talento de un equipo capaz de crear de la nada en las circunstancias más adversas, salimos adelante haciendo seis programas desde casa. Mañana acabamos la primera temporada de una serie que tenía que hablar de cárceles y que vio como acabábamos todos encerrados. El último capítulo es con un narco, Marcial Dorado, el amigo o examigo de Feijóo, que ­sigue cumpliendo condena. Debía emitirse el primer domingo del estado de alarma. Pero ese domingo los planes pasaron a mejor ­vida.