lunes, 22 de marzo de 2021

Un Réquiem por Ciudadanos

 Nadie como Cosme Cuenca para contar la debacle de Ciudadanos. Un columnista, fijo de viernes, de "EL COMERCIO", periódico decano de la prensa asturiana, que con cada columna hace un derroche de su lucidez propia de cabeza de arquitecto y sus maneras de buen "escribidor" que decía el escritor. 


https://www.elcomercio.es/opinion/memoriam-20210319002023-ntvo.html

Cs in memoriam

No nos debería extrañar que los políticos atiendan más a sus propios asuntos que a los de los ciudadanos

Cosme Cuenca
COSME CUENCA
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Creo que Ciudadanos era un partido necesario. Y aunque morirá como partido de derechas, estimo que nació más bien de izquierdas, por cuanto oponerse al catalanismo asfixiante en Cataluña requiere un grado de rebeldía que entra de lleno en la insurgencia. Además, Ciudadanos era por entonces socialdemócrata y ocupó el espacio político de UPyD, que era una escisión del PSOE. Y va a morir porque Ciudadanos no tuvo suerte con sus líderes. Sabiendo que un Manuel Azaña en estos tiempos de 'influencers' no llegaría ni a concejal, incurrió en Albert Rivera, premio 'Rompetechos' a la visión de futuro, que resultó el más nefasto personaje político de las últimas décadas, al malversar en las penúltimas elecciones generales la ocasión de cooperar con los socialistas y armar una mayoría moderada, lo de menos si un poco más a la izquierda o a la derecha, lo de más, la neutralización de idealistas, aventureros y antiespañoles, que hoy sostienen a un Sánchez excéntrico. Rivera, cegado por un éxito incipiente que sobrevaloró, no vio que su opción más lúcida no era tanto gobernar como influir, que un partido bisagra debe servir, en primera instancia, para que los partidos puerta no se engolfen en extremismos frentistas. Lo pagó carísimo, pero al precio justo porque, a diferencia de los partidos asentados y socialmente enraizados, los partidos bisagra no tienen suelo electoral. Otra cosa que el gran Albert tampoco supo prever.

Lo de Murcia, moción y remoción, es ya de esperpento. La llamada clase política se ha superado a sí misma dando el espectáculo. No nos debería extrañar, sin embargo, que los políticos atiendan más a sus propios asuntos que a los de los ciudadanos. En el fondo ocurre en todos los órdenes de la actividad profesional. De un profesional no debemos esperar que posponga sus intereses a favor de los nuestros, sino que ambos intereses coincidan. Eso es lo que caracteriza las situaciones sanamente organizadas. (Recordemos que la gran crisis, o estafa, de 2008 puede explicarse casi por completo como una orgía de estímulos pervertidos a los gestores estafadores, cuyos intereses personales podían llegar a ser contrarios a los de las empresas que gestionaban).

Cabe preguntarse a qué nivel de degradación puede llegar el sistema, antes de pudrirse o reventar, deslizándose por la pendiente del ombliguismo político de la actual situación, en la que los ciudadanos hablamos mucho de los problemas de los políticos y los políticos hablan más bien poco de los problemas de los ciudadanos.