viernes, 17 de septiembre de 2021

¿Quién enseña a enseñar?

 En esta etiqueta se recogen los artículos publicados desde 2009 hasta 2016, fecha de inicio de este blog en el que comencé a ubicar mis artículos periodísticos en la web. Los previos nacieron precisamente el 19 de diciembre de 2009, fecha feliz de inicio de mi colaboración con EL COMERCIO, decano de la prensa asturiana. Sin lugar a dudas, una de las mejores decisiones de mi vida. 

Este artículo fue publicado en Tribuna de Opinión 

de EL COMERCIO el 19/12/2009

Decía mi admirado Oscar Wilde en “El crítico como artista” que la educación es algo admirable pero, de vez en cuando, conviene recordar que nada que valga la pena saberse puede ser enseñado. Al poco de iniciar mi andadura laboral en esta centenaria casa –15/02/1995–, se me ofreció la posibilidad de impartir clase. Yo, por entonces, tenía una beca de Formación de Profesorado Universitario. Como no me sentía preparada para el ejercicio de tal actividad, motu propio decidí inscribirme en un curso denominado "Perfeccionamiento docente universitario: la metodología en el aula universitaria" del Instituto de Ciencias de la Educación (ICE). En realidad, yo no quería perfeccionarme sino aprender desde cero, dado que jamás había dado clase. Si un aprendiz de carpintero necesita formación, ¿cómo no va a requerirla un futuro profesor de Universidad?. Merecía la pena molestarse en aprender a enseñar, aunque tenía la duda de si eso podía ser enseñado o, por el contrario, era preciso aprenderlo por uno mismo. Así que me presenté puntual en el Milán, imaginando que tal curso estaría repleto. Cual no sería mi sorpresa al comprobar que el número de alumnos apenas alcanzaba el número de dedos de una mano. El caso es que cuando comenté la circunstancia en mi centro de trabajo, a nadie sorprendió. Y desde la voz de la experiencia se me indicó que para dar bien una clase no era preciso ningún curso, sino básicamente dos cosas: llevarla preparada y tener ganas de darla. No obstante, yo me lo tomé muy en serio porque creía –y creo–, que los errores educativos son de los más graves que se pueden cometer en una sociedad. En cualquier caso, el pasado es pasado y lo que toca ahora es pensar en el futuro. 


La aplicación del Espacio Europeo de Educación Superior –Bolonia, para abreviar– conlleva un reaprendizaje del oficio de profesor y del de alumno. Como el amable lector sabrá ya, este nuevo marco va a suponer la convergencia de nuestras titulaciones con las homólogas en el espacio europeo, la flexibilización de la formación de los estudiantes permitiendo la compatibilidad de enseñanzas afines, la coordinación de enseñanzas más generales con otras de especialización y, por supuesto, el incremento del protagonismo del estudiante en su propia formación. El alumno ya no podrá dedicarse solamente a tomar apuntes y asistir a un único examen final. La mentalidad del discente universitario ha de cambiar y también la del docente. A estas alturas de mi carrera y habiéndome documentado al respecto de este nuevo sistema, seguiré mi propio criterio, ahora que tengo una modesta experiencia, como hube de seguirlo cuando carecía totalmente de ella. Sin prisa, pero sin pausa, lo aplicaré. Y mientras ello llega, compruebo cómo algunos profesores, en avanzadilla de este proceso, hacen cosas tan sorprendentes como pasar lista en clase y puntuar por la mera asistencia –para eso tendríamos que puntuar también a los pupitres, que los lunes por la mañana por ejemplo, están más despejados que algunos de nuestros alumnos–, o realizan exámenes eliminatorios de materia cada par de temas explicados –no vaya a ser que a los “escolares” (los tratan como a tales) les dé un derrame cerebral si tienen que asimilar mucha materia– o.....En fin, no sigo porque cada uno parece entenderlo “a su manera”.

A mi juicio, el EEES supone la evaluación continua del alumno, con una total conciencia de su dedicación a la asignatura desde el primerísimo día de clase, con pruebas de ello en forma de controles, prácticas, trabajos, estudio de casos...etc., con lo que la asistencia no es que haya de ser premiada, sino que es conditio sine qua non para aplicar el sistema. Y, por supuesto, si todo eso ha sido aprendido paulatinamente, nada mal les va a hacer, en una evaluación final que ya no pesará tanto como antes, que el profesor compruebe todo lo que han asimilado. Porque quizás sea por el uso de las nuevas tecnologías, pero algunos alumnos “resetean” más rápido que sus propios ordenadores. Y no. El saber no ocupa lugar pero lleva tiempo. Y ha de permanecer en el tiempo. De otro modo, Bolonia será un paso hacia atrás, muy alejado de la Excelencia concedida, que debemos sostener porque nos la hemos ganado.



Artículo recogido en selección de prensa de la Universidad de Oviedo.