lunes, 27 de septiembre de 2021

La opinión del director

 Nada que añadir ni quitar a la opinión del director de EL COMERCIO, publicada este pasado domingo sobre el ínclito personaje. Tal cual. 

Enhorabuena por la visión y aclaración de lo que es este personaje que nos da dolor de cabeza.  


LA MOFA DE PUIGDEMONT 

Carles Puigdemont, el más cobarde de los adalides del independentismo, ha vivido a cuerpo de rey en una lujosa mansión el tiempo que sus socios se han pasado en la cárcel. A costa de las mismas arcas públicas con las que financió su aventura separatista, en la que no escatimó en gastos. El independentismo del expresident no tiene nada que ver con la romántica cruzada que vende a sus incondicionales. Su discurso no va más allá de exprimir el sentimiento de agravio y proclamar la consigna rupturista. Pero no es ningún idiota.

El líder catalanista se ha reinventado como delincuente internacional, capaz de exprimir las fisuras de la ley europea mientras se presenta como un exiliado. Lo peor es que encuentra amparo. Los líderes del ‘procés’ se saltaron todas las leyes, destrozaron la convivencia y vulneraron los derechos incluso de quienes decían proteger. Pero consiguieron presentarse al mundo como las víctimas de un estado represor. La garantista Unión Europea, que amenaza con abrir la puerta a los gobiernos con tintes totalitarios, acepta al exmandatario de una república inventada como si hubiera algo de cierto. Desde su poltrona de Waterloo, Puigdemont se ha dedicado a boicotear sin desmayo todos los intentos de encauzar la rebelión por el camino de las negociaciones.

La detención del expresidente catalán el jueves en Cerdeña, donde había acudido a uno de los actos folclóricos que el independentismo financia para apuntalar su imagen fuera de España, sería un sainete si la cuestión no fuera un drama desde hace tiempo. De nuevo en libertad, con una sonrisa de mofa, ha explotado de nuevo su discurso de mártir político, un embrollo jurídico humillante para los jueces españoles y el candor de la política exterior española. Lo peor es que ni siquiera ha tenido réplica. Pedro Sánchez siente que no puede permitírsela. Su apuesta es la negociación, no tanto con Puigdemont, en quien el Gobierno intuye el peligro de los iluminados, sino con ERC, el partido con el que pretende buscar una salida lo más airosa posible. El Ejecutivo ha tratado de apuntalar los puentes con el partido de Junqueras. Sabe que de momento la detención le costará, como siempre, otro mordisco presupuestario. Que se pagará para prolongar una tregua que se pretende convertir en paz con un nuevo tratado, aún sin concretar, que muchos temen ver legitimado por una votación. Una estrategia que no tiene su mayor debilidad en el atrevimiento ni en la ingenuidad, sino en la falta de un consenso político del que el secesionismo se ha alimentando como una sanguijuela.