Como no podía ser de otra manera, habida cuenta de quien lo escribe.
Me quedo con lo de "desburocratización".
¿Nos va él a desburocratizar la ANECA? ¿La agencia nacional de evaluación y calidad de la acreditación?
Sería de agradecer. Y mucho.
En mi caso, con que no me cambiase la plataforma donde tengo cargado mi cv de más de 400 páginas, en la versión actual (y no es un farol, sino lo que señala el pdf) con eso ya me conformaría, más que nada para no tener que volver a volcar los datos para la próxima petición.
Después de la guerra
28/03/2020 00:00Actualizado a28/03/2020 10:32
Todas las guerras acaban. Incluso cuando son contra un enemigo invisible
que amenaza a los humanos como especie. La cuestión es cómo, cuándo, con qué
sufrimiento y cuáles serán sus consecuencias.
Es difícil pensar en el día después cuando estamos sumidos en la angustia,
confinados, enmascarados, sintiendo enfermedad y muerte alrededor. Y sin
embargo, sabemos que en algún momento habrá un brote de alegría, de volver a
sentir el placer del paseo, del juego, del abrazo, de la vida en las calles, en
los parques, en las playas, en los bosques y en restaurantes a rebosar de
fiesta. La vida, ahora en suspenso, retornará. Con el añadido de una nueva
filosofía espontánea del placer infinito de las pequeñas cosas. Sentir la
belleza de la vida sin más, apreciar el simple hecho de ser y de estar, de amar
y ser amados, con un sentimiento nuevo de solidaridad como si siempre
estuviéramos aplaudiendo a las ocho. Volverá la luz. Con sus tonos rosados de
amanecer y rojizos de atardecer, con un aire fresco renovado porque dejamos de
contaminar por un tiempo.
Podemos ir a una crisis
económico-social o a una nueva cultura del ser, que es necesaria para
sobrevivir
Nada volverá a ser como antes. Nosotros, todos, saldremos transformados de
esta experiencia. Pero ¿habremos aprendido algo sobre nuestro modo de vivir, de
producir, de consumir, de gestionar? ¿Sabremos interpretar esta brutal
advertencia para prevenir otras pandemias, claramente posibles por nuestra
interconexión global? ¿Y la catástrofe ecológica predicha por los científicos y
cuyos signos se multiplican mientras los congresos se divierten? ¿Podemos rectificar
colectivamente e institucionalmente la dinámica de autodestrucción en la que
nos hemos metido? Nunca hemos tenido tanto conocimiento y nunca hemos sido tan
irresponsables con su uso. Tal vez la posguerra sea el punto de inflexión que
estábamos esperando.
Pero la posguerra será dura, todas lo son. Pasado el momento de euforia de
disfrutar de las risas y juegos de nuestros niños en libertad habrá que
enfrentar la realidad de una crisis económica y financiera que podría ser tan
grave como la del 2008, con un aparato productivo dañado, un sistema sanitario
exhausto, una cooperación europea en entredicho, una economía global
desglobalizada de forma caótica, un resurgimiento del nacionalismo primitivo
del cierre de fronteras contra el mal que viene de fuera, una proliferación de
bulos dañinos, difundidos por poderes fácticos o mentes calenturientas, un
orden geopolítico trastocado por la superioridad china en la respuesta a la
crisis, mientras que la errática política de otros países habrá mostrado los destrozos
de la ideología neoliberal en la vida de la gente.
Esa posguerra hay que prepararla desde ahora, porque la forma en que
gestionemos la crisis, con prioridad absoluta a la salud de la población, hará
más o menos difícil la reconstrucción. A una economía de guerra tendrá que
sucederle una economía de posguerra, en la que el gasto público sea el motor de
la recuperación, como lo ha sido en todas las posguerras. Pero que sólo se
consolidará si se genera empleo y si la gente se siente segura y recupera su
vida cotidiana.
La financiación de esa política expansiva, más allá del obligado
endeudamiento, requerirá imaginación para crear una nueva arquitectura
financiera y capacidad de gestión para operar una economía distinta, que no
caiga en la trampa secular de una austeridad de servicios esenciales. Porque
el Estado de bienestar es la fuente de productividad que es la fuente de
riqueza. Pero también sería el momento de ensayar modelos no consumistas que
conduzcan a la transición ecológica y cultural que tanto se proclama pero que
se practica aún tímidamente. ¿Puede reactivarse la economía disminuyendo el
consumo superfluo? Sólo si hay un cambio en los patrones de gasto, que
faciliten la inversión, mantengan empleo e incrementen productividad.
Los servicios básicos (lo que se recortó en las políticas de austeridad
destructivas) deberían ser no sólo el motor de la inversión sino también de la
demanda. Y no habrá otra forma de financiarlo a largo plazo que mediante un
aumento de la carga fiscal a grandes bolsas de acumulación de capital que hoy
día tributan poco o nada. Reinventar la fiscalidad quiere decir superar el
enfoque de gravar sobre todo a las personas o a las empresas para centrarse en
una regulación impositiva del mercado global de capitales que hoy día ha
perdido gran parte de su función productiva para incrementar sus ganancias
mediante creación de valor virtual y crecientemente inestable. Una fiscalidad
inteligente adaptada a nuestro tiempo podría a la vez generar recursos para
gasto público de manera no inflacionista y regular los flujos globales de
capital. Entre la desglobalización aventurada y la globalización descontrolada
de capital hay margen para iniciativas coordinadas de los estados que asuman un
control estratégico de la economía en un marco al menos europeo.
Esa economía debería, además
de ser sostenible, incluir un Estado de bienestar desburocratizado y preparado
para los choques venideros. Choques que serán tanto menos dañinos cuanto que
vayamos encontrando un equilibrio entre producir, vivir y convivir. Convivir
entre nosotros y con este maravilloso planeta azul que seguimos maltratando.
Después de la guerra podemos desembocar en una espantosa crisis
económico-social o en una nueva cultura del ser, sin la cual no sobreviviremos
mucho tiempo.