domingo, 26 de abril de 2020

Extraordinaria interpretación de Chopin




Está feo que yo lo diga, pero lo toca muy bien. Con virtuosismo, con musicalidad, con buen gusto, con impresionante memoria de concertista. Lo toca, lo practica y se le va grabando en los dedos y en la cabeza fácilmente. 
Soy músico aunque me gane la vida de otra manera. Y tengo título que me habilita para el ejercicio de la docencia musical, pero solo la he practicado con mis hijos. Los resultados a la vista están. O al oído, mejor dicho. No se puede tocar así si no se tiene buen oído. 
Mi piano púrpura, comprado en Arévalo, una tienda de Oviedo, en 1978 me acompaña desde que yo tenía 8 añitos y superé la prueba de ingreso en el Conservatorio Profesional de Música de Oviedo. Mi padre compró el Kawai de más alta gama y ha dado sus servicios. 
Tengo que arreglar el pedal. Se oye un poquito. 
Si hay quien no distingue esto de una canción de cuatro acordes, se podría afirmar que no distingue el bien y el mal en música. Tal vez distinga a las poetisas y poetisos del tres al cuarto en Instagram de Rilke. Eso quiere decir que sabe de literatura pero no sabe de música. 
Nunca es tarde para aprender de la buena música. 
Y nunca es tarde para aprender de la buena vida, que no quiere decir hacer el vago, sino vivir una vida que valga la pena y que nos haga felices. 


Un pequeño busto de Bach y un retrato de su tumba, 
cuando la visité en Alemania.