martes, 14 de abril de 2020

La inseguridad corporal de Fallarás

Cristina Fallarás publicó un artículo cuyo razonamiento en principio es muy acertado, pero que luego se columpia porque algo que es puramente deseo, resulta que lo transforma en que los hombres "consumen" mujeres (¿por qué lo plantea así si la relación en uno de los casos era deseada por el hombre y por la mujer?). El fallo en primer lugar fue suyo. De Cristina Fallarás, por no tener una relación sexual que deseaba por miedo a su cuerpo después de muchos años. Su duda se basaba en el hecho de que era una mera relación sexual y, por tanto, un "consumo" mutuo si se quiere llamar así, o ella lo llama así. 
A mí no me habría sucedido, en primer lugar porque no me acuesto con un hombre por sexo sin más. En mi caso el deseo sexual nace del amor. Siento deseo sexual por quien estoy enamorada. Nada más. El resto de hombres me parecen como cuadros y los musculitos que marcan bíceps, me parecen directamente gays, aunque no lo sean, por lo que casi me generan rechazo sexual por verlos como antagónicos a mi género. 
Por consiguiente, no sentiría inseguridad de mi cuerpo, porque estaría en esa relación por amor, y por deseo claro, y mi cuerpo sería tan solo una de las cosas que aporto en esa relación, entendiendo que ese hombre, enamorado de mí (eso esperaría), me quiere por algo más que mi cuerpo. Y más me vale que sea así, porque no doy para mucho en este último aspecto, aunque mi esposo piense lo contrario, pero lo piensa porque está enamorado, no porque sea verdad. O yo no lo veo así. 

Dicho esto respeto muchísimo a las mujeres y hombres que se "cruzan" estrictamente por deseo sexual. Ahora hay aplicaciones que facilitan el apareamiento por geolocalización, parece ser. Me parece perfecto. Que cada uno y cada una haga lo que venga en gana para ser feliz o lo que necesite. 
En todo caso, si yo fuera Cristina y quisiera estar con un hombre solo por sexo - que no quiero - en esa misma situación no habría sentido inseguridad. Para nada. Los años pasan y ya está. Él también estaría peor. 
El artículo empieza bien, pero luego confunde churras con merinas, entre otras cosas porque no es verdad que solo se nos venda ese tipo de mujer. Para nada. 
Y todo el mundo tiene claro en su cabeza lo que desea en cada momento. 
Otra bobada del artículo es decir que siempre deseas lo primero que deseaste la primera vez. O sea, en mi caso, mi primer amor, que después de mi piano fue Gary Cooper, ¿quiere decir Cristina Fallarás que yo no puedo desear, ni enamorarme de hombres que no tengan la talla y fisonomía de Gary Cooper?. 
Bueno, estoy casada con un hombre tan alto y esbelto como él, lo que a priori corroboraría su afirmación en el artículo, pero no estoy de acuerdo con su argumentación, porque podría desear y enamorarme de alguien que no fuera así. 

En todo caso, con sus errores, el artículo está bien y levanta polémica, por lo que veo, lo cual le cundirá. 

Con la que estoy totalmente de acuerdo, y que al igual que Cristina Fallarás celebro su gesto es con la actriz Itziar Castro.- 
¡¡Chapeau por ella!!

Totalmente. Y por estar feliz con su cuerpo, que es como tenemos que estar las mujeres. Todas las mujeres. 

Yo me conformo con el mío. Está sano, y dicho sea de paso, en este momento 3 o 4 kilos por debajo del peso que le gustaría a mi esposo. Cuando me conoció con 28 años yo pesaría 51 o 52 y ahora ando por 48 kilogramos, algún día 47 y pico. Tal vez el confinamiento me lleve a subirlos. Espero que no. 

Y a diferencia de la Fallarás, que no se muestra ante ese hombre porque tiene miedo de que no le guste su cuerpo, yo no voy a engordar si no quiero hacerlo, aunque mi esposo me reclame tres o cuatro kilos más, que lo hace casi a diario. 

Ay.....Cristinita, Cristinita. ¡¡Quién me lo iba a decir a mí, que tú, con lo segura y resalada que eres, resulta que yo soy más segura que tú frente a un hombre!!. ¡¡Caramba, caramba!!. Paradojas de la vie!


Ahí dejo la foto (a mí me encanta) 





El cuerpo de Itziar Castro
Recuerdo un episodio penoso de hace relativamente poco tiempo. En una de mis últimas separaciones, me encontré con un hombre con el que años atrás había tenido una corta relación intensa, sexual. Quedamos a comer, bebimos algunas copas de vino y, cuando ya terminábamos, algo pendiente brillaba sobre la mesa, algo que me apetecía de forma evidente y que él estaba proponiendo. Entonces, imaginé que volvíamos a acostarnos juntos, desnudos. Me levanté, puse una excusa idiota, cogí un taxi y no he vuelto a verle.
Lo que sucedió es que me atenazó una inseguridad insalvable sobre mi propio cuerpo. Habían pasado los años, más de una década. Evidentemente yo no era la misma. Pero lo importante no era cómo había cambiado yo, cuánto había crecido y aprendido en todo ese tiempo, sino una insoportable inseguridad sobre mi propio cuerpo. Sentí que mi cuerpo no era el de aquella treintañera flaca, sino el de una mujer madura. Y no tuve la fuerza o el tiempo para darme un pellizco en el culo y decirme "vamos adelante, Cristinita, que todo cuerpo es precioso".
Se trata del deseo y se trata del consumo, o sea de dinero.
Vamos con el deseo.
Se nos ha domado en la idea de que una mujer provoca deseo cuando su cuerpo responde a los cánones perpetrados por un imbécil armado con un bisturí. Pero el deseo no es eso, y todas, todos, lo sabemos.
Valgan dos ejemplos muy evidentes, el de Dominique Strauss-Khan y el de Pedro Jota Ramírez. Ambos protagonizaron dos escándalos sexuales. El primero era entonces el director gerente del Fondo Monetario Internacional. El segundo, probablemente el director de periódico con mayor poder de España. Ninguno de los dos era joven ni cumplía con los cánones de aquellos que anuncian perfumes masculinos. Pero eran hombres ricos.
Sin embargo, más interesante (si se me permite el adjetivo) no estaba en ellos, sino en sus víctimas, es decir en aquellas que habían decidido "consumir"('¿). En los objetos, y nunca mejor dicho, de sus deseos.
El 14 de mayo de 2011 Dominique Strauss-Khan fue detenido en el aeropuerto JFK de Nueva York por el intento de violación de una camarera de hotel, Nafissatou Diallo. Ella era una mujer guineana cuyo aspecto no tenía nada que ver con la mujer joven, flaca, rubia y perfumada que entraría en el catálogo cretino de lo que un hombre con dinero y poder desea. El caso de Pedro Jota Ramírez fue, en ese sentido, aunque no en otros, exactamente el mismo. Más de una década antes del asunto Strauss-Khan, el entonces director de El Mundo protagonizó uno de los escándalos sexuales más espesos de la democracia. Alguien hizo circular un vídeo en el que Ramírez mantenía sexuales, filmadas sin su consentimiento, con Exuperancia Rapú, una mujer que, como Diallo, tampoco respondía a ninguno de los cánones del catálogo cretino de cuerpos deseables.
¿Qué es el deseo? ¿Cómo hemos permitido que se construya el deseo sobre el cuerpo de una mujer que responde a un ideal comercial en lugar de humano? El deseo, y todas, todos, lo sabemos, responde a otros mecanismos. El deseo, salvaje, feroz, húmedo, está ligado al primer impulso sexual (?????????¿), aquel que permanece en el lugar donde late quiénes somos, quiénes éramos. Si la primera vez que sentiste deseo fue ante el cuerpo de una mujer adulta en combinación, en la casa de veraneo, una mujer pongamos que madura, con los pechos grandes y ese extraordinario aroma que decora la piel tras la siesta, dicho impulso permanecerá ante tal aroma, ante tal combinación, ante tales senos maduros. Podría multiplicar los ejemplos, pero me interesa aquello que se opone al cuerpo femenino diseñado por los cretinos. El deseo no tiene nada que ver con esos cuerpos. Con esos cuerpos tiene que ver el dinero.
Vamos pues con el dinero.
¿De dónde vino la sorpresa, e incluso la mofa, cuando se conocieron las mujeres con las que habían tenido una relación, sexual o violenta, los dos magnates anteriormente citados? No del acto en sí, sino del aspecto de las mujeres. Si ante Strauss-Kahn hubieran mostrado el cuerpo de una camarera de hotel jovencísima, flaca, con los pechos operados duros como dos naranjas y encaramada sobre unos tacones, nadie se habría sorprendido. Pero, ah, son legión los cretinos que diseñan cuerpos de mujer para el consumo masculino. Los hombres que tienen dinero las adquieren en la realidad y ahí las consumen. Los hombres que no lo tienen, las adquieren en las redes y ahí las consumen. La cosa es consumirlas. ¿Cómo permitir, cómo comprender que eso no responda a la realidad?
El cuerpo de la mujer es un objeto en cuya popularización juegan un papel esencial los medios de comunicación de masas. En tanto que objeto, es susceptible de ser consumido. En tanto que consumible, debe ser deseado. Y por lo tanto deben crearse y difundirse modelos de consumo, o sea de deseo. Son caros. El consumo es caro. Básicamente porque arrastra y mueve mucho dinero: moda e indumentaria, cosmética y química, medicina y cirugía, y sobre todo comunicación.
Para que esos modelos de cuerpos femeninos se conviertan en únicos, o sea piezas económicamente deseables, resulta imprescindible eliminar la diversidad. Podría resumirse así: "Estos son los que te tienen que gustar, estos son los que valen dinero, estos son los que aportan prestigio en tanto en cuanto son caros, si te cuelgas uno de estos del brazo serás alguien, estos son los que merecen constar y no los otros, que no valen nada".
De un plumazo se consigue:
1.      Hacer del ser humano, más concretamente de las mujeres, un objeto de consumo.
2.      Hurtar al 99 por ciento de la población femenina cualquier derecho de representación, y más que ningún otro el de ser humano susceptible de ser deseado.
3.      Crear grandes industrias que multiplican sus riquezas alimentando la frustración de millones de mujeres jóvenes que ven cómo su aspecto no tiene nada que ver con el que se difunde debe ser un aspecto deseable e incluso "sano".
4.      Convertir la infelicidad y la frustración de millones de mujeres en riqueza de desalmados.

¡Y todo es mentira! La base de toda esa construcción es falsa, ya que por mucho que lo retrates y lo pongas en portadas, no conseguirás domar el deseo de hombres y mujeres, someterlo a un esqueleto que carga con unas alas de ángel. El deseo, como la ferocidad, como el hambre, tiene sus propios cauces de saciedad. Y qué sabrán de eso los cretinos.
Hace un par de días, la actriz Itziar Castro colgó en las redes una foto donde aparecía desnuda de espaldas emulando un cuadro de Botero. Castro es una mujer gorda. He ahí el cuerpo magnífico de una mujer que se declara feliz. Feliz hasta el punto de difundirlo como forma de arte consciente de que no solo no cumple con ninguno de los cánones idiotas, sino que los subvierte, los pervierte, y de paso incomoda a todos los simples que aceptaron reducir su deseo al tamaño del diamantito que luce en el meñique el rey de los cretinos.
Es comunicación, queridas, queridos. Durante décadas hemos soportado que los medios de comunicación de masas (tv, prensa, revistas, cine…) reduzcan el cuerpo de la mujer a algo que no existe. Y si me apuran, reduzcan con ello el deseo masculino y femenino a una pulsión nerviosa similar a la paja de última hora con la flema amarga a flor de garganta.
Escribo esto para aplaudir el gesto de Itziar Castro, para alabar su audacia y para agradecer que haya creado una pequeña grieta en el comercio de los cretinos.
Gracias, compañera.