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Todos bien, gracias’
18 ABR 2020 /
03:00 H.
AL LORO
No es la misma crisis la que sufre alguien
que perdió a un ser querido o le tiene entre la vida y la muerte, que la de
aquel que afortunadamente puede contestar ‘todos bien, gracias’.
No la vive igual alguien con el sueldo
asegurado que el dueño de un bar o un asalariado acorbatado a un ERTE. No es lo
mismo para los que tenemos un plato caliente cada día, que para los muchos que
de una situación idéntica han pasado en semanas a mendigar. Para unos el
coronavirus existe solo cuando apetece poner la tele y para otros, en cambio,
es la guillotina que vislumbran desde hace un mes.
Pido perdón porque creí en la magia de los
balcones, me dejé llevar por la música y por el ya habrá tiempo para la
crítica. Me tragué la propaganda de ‘este virus lo paramos unidos’ , ‘un día
más un día menos’ o el porque ‘todo va a salir bien’ y llegué incluso a
olvidarme de los muertos. Caí en que el uno más uno suman... pero hasta 100, y
después solo vi números que se agolpaban cada día en el telediario como fichas
de dominó, sin pensar que detrás de cada uno había una historia, una cara, un
adiós.
Pido perdón porque aplaudí a quien alegra
las calles a las siete con la música y me olvidé de quien tiene un familiar
enfermo en el piso de enfrente. Me olvidé de los muertos por la publicidad del
olvido. Me dejé llevar por la 1, donde siempre hay entierros y muertos en Nueva
York, y en España solo solidaridad y amor.
Aplaudo aplaudir, mantener la moral, pero
llevamos 20.000 fallecidos oficiales, de ellos 271 solo en Salamanca: el 11-M
fueron 193 y se conmocionó un país y el 11-S quedaron sepultados 2.993 y se
paró el mundo. En 2019 fallecieron en España 1.098 personas en accidentes de
tráfico y lloramos, con razón, por cada uno. Y ahora, con al menos 20 veces más
muertos en esta masacre, no existe ni el respeto de las banderas a media asta
por parte del Gobierno. Son muertos sin despedida y familias sin duelo. Y aquí
no es cuestión de ver la crisis de una manera o de otra, es cuestión de
humanidad y de no dejarnos manipular por una supuesta situación idílica
sensiblera con la que el Gobierno pretende adormilarnos con el objetivo egoísta
de seguir en el poder.
Decía Igea que cuando acabe esto habrá que
reflexionar sobre el funcionamiento de la administración, desde el Gobierno
hasta ayuntamientos y diputaciones. También de la Junta. Los responsables de la
gestión son las administraciones y nunca, en ningún caso, la oposición, como
nos quiere hacer creer el Gobierno de España cuando carga contra PP y Vox.
Semejante número de muertos no puede implicar
nunca una gestión eficiente y mientras que ningún presidente autonómico ha
presumido del trabajo, Pedro Sánchez, que por cargo es el principal
responsable, ha tenido la desvergüenza de situar su gestión como modelo en
Europa.
Es una realidad incuestionable que se puso
en marcha tarde. Decretó el estado de alerta cuando ya había al menos 121
muertos y 4.300 contagiados. Portugal, a cuyo Gobierno (socialista) no critica
la oposición -¿cómo lo va a hacer si va muy bien?- lo decretó con 300
infectados y ningún fallecido. Alemania abre los colegios en mayo y España está
por encima de las 500 muertes diarias reconocidas y subiendo, con un sistema de
contabilizar fallecidos sin validez. Sanidad centralizó las compras de equipos
pese a no disponer de infraestructura y cuando se lanzó, tarde, encontró ya la
competencia feroz del resto de países. Así mandó a la “guerra” diaria sin
protección a miles de personas. Y no hay fotos de ataúdes porque el Gobierno
prohíbe mostrarlas ahora que la libertad de expresión acaba donde dicen Sánchez
e Iglesias, que han regalado 15 millones a televisiones privadas para ponerles
mordaza. Y sigue sin haber pruebas para todos, ni mascarillas. Y aún con este
bagaje, el presidente, a diferencia del francés, huye de la autocrítica y de la
corbata negra. Y Pablo Iglesias presume sin rubor de jardín para el
confinamiento, igual que Chávez lo hacía de mansión cuando su pueblo se moría
de hambre.
Hay dos visiones de una realidad, una
España condescendiente, que solo quiere buenas noticias y otra molesta, triste,
que se siente ninguneada y malgobernada. Y no olvidemos que la barrera entre
una y otra a veces solo está en no poder pronunciar ese ‘todos bien, gracias’.