sábado, 25 de julio de 2020

La inigualable luz de LIZ

Elizabeth Rosemond Taylor fue una londinense extraordinariamente bella y una estrella fulgurante de la época más dorada del cine americano. 
No creo que nadie, ni el más tonto, pueda confundir a Liz con ninguna otra mujer. 
Ella fue una mujer que brilló con luz propia, como lo hacen muchas mujeres en este siglo y menos en otros. Se casó ocho veces, y dos con el mismo actor, también estrella de cine. 
Sus ojos tenían luz propia y un color inimitable. Además de tener una belleza extraordinaria era una excelente actriz. 
Hay mujeres que desprenden una luz radiante y que tienen un perfil poderoso y una belleza inigualable. 
Pretender hacer pasar por Liz a quien no es, resulta una broma pesada y hasta de mal gusto. Como las malas de los Monty Python, que también las hay en su humor absurdo y británico, tan británicos como la propia Liz.
Tal vez haya católicos que comulguen con ruedas de molino. Yo no. 
De todo hay en la viña del Señor.

Mujeres divinas y con luz propia como Liz Taylor y mujeres opacas y opacadas, y a la sombra porque ese es su perfil en el siglo XXI, porque ni tienen su inimitable belleza, que está fuera del alcance de las mujeres normales que caminamos por el mundo, entre las que me incluyo, ni hacen nada que destaque sobre la media de lo que hacen otras mujeres y algunas, por debajo de la media de este siglo. 

Las cartas que tenemos en la vida no son iguales para todos ni para todas. 

Dejo unas fotos de la divina e inconfundible luz de Liz. 
Un respeto por favor, para esta británica universal y enorme, aunque era pequeñita.

Un respeto. Ni faltas de respeto, ni tomaduras de pelo. 

Hasta ahí podíamos llegar. 



¡Qué divinos ojos, Dios santo! ¡Qué divinos ojos!






Bella hasta el final...