Este artículo fue publicado en Tribuna
de EL COMERCIO el 16/07/2020
“¿Te
gustan más los perros o los gatos?”, me preguntó mi novio en 1999, en un
elegante garito de Somió. “Los perros”, le contesté. Supongo que añadí que
porque son cariñosos y fieles. Él me dijo que prefería los gatos; que tenía
gatos en su casa y venían puntuales a comer las sobras de la excelente comida
cocinada por la que sería luego mi suegra. Mi novio añadió que le gustaban
porque eran independientes, iban a su aire y si querías algo de ellos, tenías
que ganártelos. Él prefería a las mujeres que no se comportan como perros
falderos y, según me dijo, yo le gustaba porque tenía que ganarme, como a una gata.
Cuando nos trasladamos a vivir al campo me pidió que no le diese comida a los
gatos del entorno. Me extrañó mucho en alguien que los quería pero lo hice.
Además, solo tengo una fobia animal: los “malditos roedores”, como el Gato
Jinks. Y me interesaba su presencia. Luego lo entendí. Tienen ideas propias,
les gusta nuestra parcela, nuestro porche recogido; vienen igualmente, aunque
no sean bienvenidos, ni alimentados. Hacen su trabajo y no cobran. A veces, veo
sangre en el felpudo y me siento feliz de saber que le he dado algo a la gata
que ha parido resguardada. Mi manera de expresar amor es dar. He llegado a la
conclusión de que vienen porque les gusta mi esposo: es ágil, felino y
silencioso como un gato. Silencioso de día y de noche. Españolas: puedo
prometer y prometo que hay maridos que no roncan en absoluto y el mío, es uno
de ellos.
A Luis Sepúlveda, también le gustaban los gatos. Miguel Rojo dijo que
porque iban a su bola. Beatriz Rato explicó su perfil como amigo, como Lucho, y
dijo algo que me impactó. Él hablaba de sus 300 mejores amigos: Vargas Llosa,
García Márquez, Silvio Rodríguez, Forges… Presentaron la “Historia de Mix, de
Max y de Mex”. El propietario de esos gatos era una persona genial, capaz de
tener 300 mejores amigos, un gran conversador, un extraordinario escritor, con
locura de ventas en Italia y con su novela “Un viejo que leía novelas de amor”,
traducida a 60 idiomas y 18 millones de libros vendidos. Y ese gigante escritor
decidió organizar “El salón del libro Iberoamericano” en Gijón, poniendo a Gigia
en el mapa literario, como también lo pone la Semana Negra que ha celebrado su
edición 33, la de la edad de Cristo, a la vera de la Basílica, que llaman
Iglesiona, los grandones de Xixón. Una Semana Negra distópica, como dicen los literatos.
Rara, replicaríamos los de matemáticas. Como los números raros, aquellos no
iguales a la suma de ningún subconjunto de sus divisores propios. Muy propios y
encantadores estuvieron Manuel Vilas y Ana Merino en su Conversatorio. Javier
Cercas, ameno y culto. Podría escucharle horas. Marta Sanz, deliciosa y sutil
como ella es, presentando sus pequeñas mujeres rojas. Comparto pequeñez y me
gusta su literatura. No comparto su pensamiento, ni visión del mundo que está
muy hermanada con la de la flamante ganadora del Dashiel Hammett, Berna
González, a la que agradezco que me firmase el pasado año, su sueño de la razón.
He disfrutado de esta Semana Negra, porque cuando te percatas de que el viaje
es finito, a pesar de lo que diga el título de la obra número 50 del gran José
Luis Muñoz, a mí, en este condenado 2020 me han caído 50 tacos y compruebo la
verdad que nos contaba Gamoneda: que la vida es un tránsito de la inexistencia
a la inexistencia, que no tiene sentido, pero sí cosas maravillosas, como la
amistad y el amor. Muñoz añadiría que también los viajes y los libros. Y esta
Semana Negra gijonesa va de libros, de esos que nos explican, que nos ayudan a
entendernos y a vivir y, por eso, son muy importantes. No recuerdo al escritor
que dijo que “las novelas que no hablan de amor, no saben de qué hablan”. La
muerte y el amor son los temas eternos y misteriosos, porque no sabemos cuándo
vamos a morir o a enamorarnos. Por eso nos apasiona la vida y el amor y que la
literatura lo cuente. Mi más sincera enhorabuena a la organización de esta
nueva Semana Negra gijonesa que ha ido sobre ruedas y mascarillas, puntual y
con pulcritud, a pesar de las dificultades. Eso, también nos ayuda mucho a
seguir viviendo, sin permiso del dichoso coronavirus.