jueves, 15 de julio de 2021

¿Pareja perfecta?

Perfectas no, pero que funcionan mejor unas que otras, está claro. 

Y las hay que irradian luz y mutua admiración. Y lo que es mejor. Se les nota a leguas.  

https://www.elcomercio.es/vivir/relaciones-humanas/existen-parejas-perfectas-20210629115817-ntrc.html

Pero... ¿existen las parejas perfectas?

Más allá de idealizaciones, a lo que podemos aspirar es a construir una relación sana, y las claves pueden buscarse en nuestra manera de discutir

 

CARLOS BENITO

Seguramente todos pertenecen al mismo reino de fantasía, pero resulta bastante más fácil encontrar personas que creen en la pareja perfecta que en los unicornios o el yeti. Las novelas y las películas llevan siglos educándonos en ese sentido, tratando de convencernos de que es posible el encaje sin fricciones entre dos personas, y las revistas y los programas del corazón (esa especie de filtro satinado de la realidad) siguen manejando con suma generosidad el concepto. Esta misma semana, por ejemplo, Elsa Pataky ha salido al paso de quienes atribuyen la perfección a su matrimonio con el australiano Chris Hemsworth: «No creo que exista la pareja perfecta en realidad. La pareja hay que cuidarla y hay que dedicarle tiempo. Cuando tienes hijos, te olvidas muchas veces», puntualiza la actriz en '¡Hola!'. En realidad, nosotros mismos solemos contemplar a alguna pareja conocida como si fuese ideal, inmejorable, complementaria en todos los aspectos y matices de la convivencia, aunque también es verdad que muchas veces decimos de una pareja que era perfecta justo cuando se acaban de separar.

«No hay relaciones perfectas. En cualquier pareja puede haber desacuerdos que desencadenen una serie de conflictos», rechaza el psicólogo y mediador familiar Carlos Casaleiz. «La relación entre los seres humanos es estructuralmente problemática –desarrolla–. La armonía de la naturaleza no existe en las relaciones entre las personas, más bien están dominadas por las pasiones y su variabilidad, la tendencia a transformarse en su contrario. El amor se desliza fácilmente hacia el odio, la idealización hacia la devaluación, la simpatía hacia la antipatía. Reflejarse en el otro, confundirse en él, es una fuente de gratificación, pero a la vez genera agresión, precisamente porque uno nunca es como el otro, no puede haber coincidencia o simbiosis perfecta entre dos seres. El otro también se convierte fácilmente en objeto de proyecciones idealizadoras: en él se ven cualidades excepcionales a las que aspiramos. Pero, una vez que se encuentra la imperfección, es fácil caer en su devaluación total, en el odio, en la decepción».

«La armonía de la naturaleza no existe en las relaciones entre las personas: el amor se desliza fácilmente hacia el odio, la idealización hacia la devaluación»

Solemos pensar que una pareja es perfecta cuando parece estar siempre de acuerdo, pero en realidad nuestro puesto de observación es muy parcial: rara vez contemplamos su intimidad, esas situaciones cotidianas en las que cualquier tontería (fregar los platos, cerrar un armario, apagar una luz, dejar ropa en el suelo) puede degenerar fácilmente en un combate feroz y despiadado. El psicólogo estadounidense John Gottman, una de las estrellas mundiales en este campo, se hizo famoso por su capacidad para pronosticar, mediante escalas y fórmulas, si una pareja acabaría divorciándose. En realidad, sostiene que le basta con observar cómo tratan de resolver un problema en quince minutos y contar cuántas interacciones positivas y negativas jalonan ese proceso. Su experiencia con miles de parejas no le ha dejado mucho espacio para creer en la relación impecable: «Los matrimonios felices nunca son uniones perfectas –ha escrito–. Algunas parejas que decían que estaban muy satisfechos el uno con el otro todavía tenían diferencias significativas en temperamento, en intereses, en valores familiares. El conflicto no era infrecuente. Discutían, igual que las parejas infelices, sobre el dinero, los trabajos, los hijos, las labores de la casa, el sexo y los parientes políticos. El misterio era cómo navegaban tan hábilmente a través de esas dificultades y mantenían sus matrimonios felices y estables». En buena medida, la clave está, sí, en la manera de discutir, y el propio Gottman ha definido lo que él llama «cuatro caballos del apocalipsis» de los desencuentros de pareja: la crítica, el desprecio, el ponerse a la defensiva y el encastillarse y evitar toda interacción.

«Yo les enseño a discutir», apunta la psicóloga Verónica Lagos, que se suele definir como «especialista en desórdenes amorosos». La discusión, lejos de ser la constatación definitiva de que la pareja no funciona como debería, es la ocasión para afianzarla y preservar su pujanza. Lagos destaca tres vicios básicos a la hora de discutir. «Pongamos que a uno de los miembros de la pareja se le ha caído un vaso, porque a menudo nos peleamos por cosas así. Pues bien, la discusión debe centrarse en ese vaso que se ha caído, no en mencionar a la familia del otro ('eres igual que tu padre, ya me lo decía tu madre...'), porque ahí cruzas una línea y pones al otro a la defensiva. ¡No menciones a la familia de origen del otro, eso es básico! Otra pauta: podré decir que tu movimiento ha sido brusco o que has actuado con torpeza, pero no 'eres torpe, eres un inútil, eres tonto', porque en el momento en que te aplico un 'eres' ya te estoy poniendo una etiqueta, y lo que tú eres no lo puedes cambiar. Y una tercera: excepto en las leyes matemáticas, no existe el todo, nada, siempre, nunca... 'Es que tú siempre...'. No, no es cierto y de nuevo estás poniendo al otro a la defensiva, con lo que la discusión va a ser una escalada y está perdida para los dos».

«En la discusión puedo decirte que has actuado con torpeza, pero no 'eres torpe, eres un inútil, eres tonto', porque en ese momento te estoy poniendo una etiqueta»

Discutir no es malo siempre que no se extralimite el conflicto: «Las nimiedades del día a día se utilizan para atacar. Yo abro una cajonera y les digo que ahí están las porquerías que vamos guardando, nuestra agenda oculta de agravios, lo que nos dijo o nos hizo el otro. Lo ideal es no tenerlo, pero desde luego no tiene que salir nunca en una discusión: el problema es que se guarda precisamente para eso. Y ahí se terminó el tema», resume Lagos.

Un sabor menos amargo

Aspirar a formar una pareja perfecta nos condenaría a la frustración, pero sí podemos trabajar por alcanzar cierta 'perfección posible'. «En las parejas sanas –apunta Casaleiz–, los contrastes tienen un sabor menos amargo. La clave para una relación sana y con bienestar no es la ausencia de conflictos o la completa compatibilidad, sino la capacidad de gestionar estratégicamente todas las diferencias». Para ello, según destaca, resulta esencial compartir unos valores fundamentales: «Al compartir valores, miramos en la misma dirección y muchos aspectos pasan a un segundo plano, se pueden resolver. Con valores diferentes, incluso las pequeñas diferencias pueden romper irremediablemente una relación. Si, por ejemplo, actuamos en contra del valor de la sinceridad, si es uno de los principales, y mentimos a alguien que queremos, nos quedaremos con una sensación de malestar y culpa, más o menos conscientemente, hasta que hayamos resuelto el problema».

A Verónica Lagos le gusta puntualizar que, si bien en un plano «terrenal» las parejas perfectas no existen, en cierto modo nuestra pareja perfecta es la que tenemos, un «espejo» que a menudo nos devuelve precisamente lo que no queremos ver de nosotros mismos. El conocimiento del otro y el autoconocimiento van de la mano, del mismo modo que la satisfacción con el otro y la satisfacción con uno mismo. Gottman llegó a la conclusión de que esas parejas que salen airosas cuando les aplica sus fórmulas se caracterizan por una «amistad profunda» que consiste en «respeto mutuo», en «disfrutar de la compañía del otro» y en «conocerse íntimamente». Otras estrategias pueden conducir fácilmente al desastre: «Cada uno llega a la pareja con una historia previa –recuerda Lagos–. Hay que respetar la historia del otro, sus creencias, sus ideas, y no querer venderle las mías y convertirlo en otra cosa. La idea es respetar sus particularidades y que nadie se sienta avasallado. Cuanto más equilibrado e íntegro me sienta individualmente, mejor funcionará la pareja: la armonía, o eso que llamamos 'perfección', pasa por cómo me siento yo conmigo misma. Si estoy bien, proyectaré bienestar. Esa paz con uno mismo es el objetivo, porque lo que el otro diga o haga no me perturbará igual y la pareja podrá estar bien».

Cuatro valores básicos para que los engranajes giren en armonía

Los valores definen la forma en la que queremos vivir. Y, evidentemente, si un miembro de la pareja se rige por unos valores y el otro aplica otros muy diferentes u opuestos, los engranajes de la relación no van a girar con fluidez. El psicólogo Carlos Casaleiz destaca cuatro valores «básicos» para que dos personas avancen juntas.

Responsabilidad

«Si mi pareja se niega a asumir la responsabilidad de las acciones, las palabras dichas, las elecciones o los errores cometidos, sin duda no es una persona fiable con quien emprender un camino de crecimiento común», sentencia el especialista.

Honestidad

«Es un valor fundamental para permitir que se active otro, el de la confianza. Si la pareja suele ser deshonesta en varios aspectos, no solo en el relacional, se hace muy difícil confiar en él o en ella y establecer una relación sincera basada en la confianza».

Respeto

«Para mí, es la base de todas las relaciones, y en el ámbito sentimental se convierte en un elemento 'sine qua non'. Si no hay respeto por el otro en todas las facetas y de todas las formas (en el lenguaje, el comportamiento, la atención a las necesidades), indudablemente habrá una relación desequilibrada donde predomina una parte y la otra sufre».

Comunicación

«Una comunicación abierta, sin tabúes ni miedos, te da la posibilidad de ser verdaderamente tú mismo, mostrando a los demás aquellos aspectos de tu personalidad que más nos ponen en dificultades. Además, la comunicación abierta te permite superar momentos de crisis o dificultad creando un equipo, no como dos partes en conflicto».