miércoles, 27 de enero de 2021

Nacho Vegas, sin mundo interior

 Eso nos cuenta. 

Espero que esto no sea el fin de la música en vivo y en directo. No puede ser. Afortunadamente en la clásica al menos no. Todavía ha estado estos días María Joao Pires en el Auditorio de Oviedo. Eso sí que no se puede perder. 

¡Ánimo Nacho! Así se llama uno de mis queridos hermanos. 

https://www.elcomercio.es/culturas/nacho-vegas-nuevo-disco-oro-salitre-carbon-20210125214441-nt.html

«No hay mundo interior cuando el exterior es una ciudad fantasma»

En su último disco, 'Oro, salitre y carbón', el autor trata de abordar «la fragilidad de los seres humanos» y «el amor en sentido amplio»



JORGE ALONSO

'Oro, salitre y carbón' (Oso Polita, 2020) es disco de canciones enormes que se editaron en discos pequeños, o que flotaban por cajones. Ahora este precioso artefacto nos permite transitar los últimos diez años de Nacho Vegas (Gijón, 1974) por caminos igual de bellos, pero diferentes.

–Este disco, ¿es un puente o tal vez una forma de hacer un mismo viaje de forma diferente?

–Yo casi todos los álbumes los intento articular como si fueran un viaje, y este es más como una especie de viaje submarino, buceando por aquellas canciones que, por circunstancias, tuvieron una vida más corta que las que salen en los discos, digamos, oficiales. Descubrí muchas cosas que tenía por ahí que para mí son tan importantes como las de esos álbumes, pero que han estado viajando y desperdigándose por el mar, y por eso eran más difíciles de encontrar.

–Los puntos de partida y de llegada son dos sellos, Marxophone y Oso Polita.

–Van a serlo, sí, por eso en el título puse lo de 'Diez años de marxophonismo', porque, además de una plataforma de autoedición que tuvo diferentes capas y diferentes vidas y de la que aprendimos mucho –aunque, a veces, a base de hostias–, es más importante el concepto asociado a ese sello, que tenía que ver con romper con unas dinámicas de trabajo que en la música suelen ser habituales, para acercarnos a un trabajo colectivo, poniendo en valor los afectos e intentando que redundase en formas de trabajar más sanas, más bonitas. Y esas dinámicas nos las llevamos a Oso Polita, un sello nuevo en el que hay una misma sintonía, ganas de seguir aportando en la misma línea.

–Y, justo en este punto de inflexión, aunque sea continuista, se cae el cielo sobre nuestras cabezas. Una pandemia.

–Es muy jodido, aunque tengo que decir que soy muy afortunado, porque veo la situación de otros compañeros, de otras compañeras, y es mucho más complicada. El Columpio Asesino, por ejemplo, que también están en Oso Polita y sacaron el disco la primera semana de marzo... O León Benavente, a quienes les pilló en medio de una gira. Pero también a toda esa gente que, en una ciudad como Xixón, son los que crean la escena: quienes tocaban en la sesión vermú de La Vida Alegre o el Jazz Café. Esa gente quedó casi huérfana y no tenían mucha cobertura. Yo acababa de terminar la gira de 'Violética' y el hecho de cambiar de oficina, de cambiar la banda, lo vi como una oportunidad de buscar nuevos horizontes, pero, claro, no pensaba que iba a ocurrir algo así...

–¿Cómo le afectó en lo personal?

–A mí me paralizó por completo, me bloqueé totalmente. Vi gente que decía estar aprovechando para bucear en su mundo interior, pero en mi caso no fue así. No existe mundo interior cuando en el exterior se está muriendo gente y lo pueblan ciudades fantasma. Ahora estoy llevándolo algo mejor, pero la situación es muy incierta.

–¿Cómo cree que afectará a la escena musical?

–Hablo con mis compañeros, por ejemplo con mis tour managers, y están realmente asustados, no saben qué va a ocurrir. Hay muchas voces que hablan del fin del circuito de salas, y si es así igual era bonito hacerlo de otra manera, aprovechar los espacios públicos. Y, en lugar de festivales en los que en un recinto se agolpaban miles de personas, hacerlos más integrados en las ciudades y en la zona rural, como el 'Una señora fiesta' que organiza Rodrigo Cuevas. En todo caso, jode mucho cuando te dicen: «Hay que reinventarse». Como si bastara dar a un botón. Lo que no se van a acabar son las giras ni los conciertos.

–¿Le ha dado tiempo a pensar cómo quiere que suenen los siguientes pasos?

–De hecho, es justo en lo que estábamos cuando llegó el estado de alarma y el confinamiento, con Hans Laguna, que se incorpora a la banda, y con Manu Molina y Joseba Irazoki, que siguen. Hablábamos de cómo trabajar, y, ya que no había una banda montada y bien engrasada como en 'Violética', quisimos aprovechar para hacer un disco partiendo de las canciones, que ellas nos llevasen al tipo de sonido y de concepto para sustentarlo.

–¿Fue posible evitar que la pandemia se adueñase del disco?

–Viéndolo ahora con algo de perspectiva, yo creo que esa era una de las razones por las que estaba tan bloqueado. Al final, las canciones vienen de cosas que están en lugares un poco insospechados: el germen puede estar en una conversación aleatoria por la calle, en un bar o en un supermercado, aunque luego tú la lleves a otro contexto. Nos encontramos en un escenario en el que todo gira en torno al coronavirus, la pandemia, lo epidemiólogos que somos todos. Resulta difícil escapar de todo ello... Yo dejé que se colaran esos sentimientos urgentes que todos tuvimos durante estos meses en 'Fabulación', pero precisamente para purgarlo todo. El disco quiero que hable de algo que ahora se ha puesto en evidencia y que ya me interesaba antes, y es la fragilidad de los seres humanos y el amor en un sentido amplio. De lo otro, del hecho de que tenemos un hospital montado en la Feria de Muestras, o de que ahora nos encontremos con esta batalla comercial por la vacuna, ni apetece ni parece que tengamos derecho a hacer poesía.

–Se estrenó en el FICX 'Vaca mugiendo entre ruinas', de Ramón Lluís Bande, y me ha parecido oír su voz.

–La colaboración con Ramón Lluís ha sido intermitente pero constante en todos los años que llevo en la música. Tanto en 'Cantares de una revolución' como en esta, en la que no tengo un papel tan activo, soy la voz en off. Se aleja un poco de la idea hegemónica de lo que se quiere vender tanto en la Revolución de Ochobre del 34 como la posterior Guerra Civil, lo de que fue una guerra entre hermanos con barbaridades en los dos bandos y nada más que eso; la despolitización de la historia que parece que se quiere llevar a cabo. Cosas que, desgraciadamente, son muy actuales. La normalización del fascismo como opción política es uno de los subtextos en estas obras de Ramón Lluís y para mí es un honor colaborar en ellas.

–'Oro, salitre y carbón' podría ser una síntesis de Asturias, pero viene de algo más lejos, ¿no?

–Me dijeron muchas veces que estaba en un etapa violetapárrica (risas) y era también una forma de cerrarla. El broche era versionar 'Arriba quemando el sol' (en ella está el verso de 'Oro, salitre y carbón'), que es original de Violeta Parra, pero que precisamente escribió en uno de esos viajes que la llevaban a los pueblos más remotos de la pampa chilena para escuchar las canciones de la gente mayor. Allí se encontró con las condiciones tan duras en las que se vivía en los pueblos mineros. Y además está el salitre, que lo tengo presente en muchas canciones. Creo que Violeta Parra lo hubiera aprobado.