sábado, 12 de diciembre de 2020

EL GRAN LEBOWSKI


Un chico que conocí una noche de verano en Gijón, allá por el siglo pasado, en 1998 me dijo que era muy aficionado al cine. En nuestra segunda cita, le di algunas largas, fuimos al cine. En Oviedo. A un cine que ya no existe. Solo quedan las cadenas comerciales de fuera de la ciudad. 

Me dijo que se había pensado mucho la película que íbamos a ver y que estaba seguro de que me gustaría, porque parecía una gran película. Él no la había visto aún, pero estaba convencido de que era buena. De hecho le gustó un montón, y le sigue gustando. Cuando se percató de que él se estaba partiéndose de risa y yo fría como el hielo, empezó a preocuparse. De hecho, en el último tercio de la película ya no osaba musitar, y contenía las carcajadas al comprobar mi frialdad y desagrado en algunas escenas. 

Al salir del cine me pidió perdón, porque reconocía que se había equivocado de película y no quería que eso tuviera consecuencias. Le dije que estaba fuera de lugar pedirme perdón por una película que yo había comprobado que claramente a él le había gustado mucho. Sencillamente que no teníamos los mismos gustos. Y él contestó: "¿Y qué quieres decir con eso?". 

No dije nada. Me casé con él un tiempo después. 

Supongo que es una buena peli, pero no la he vuelto a ver, ni me reí. 

Tampoco he visto una película que unos días después de ver aquella peli, me dijo en un elegante garito de Gijón que le parecía la película más romántica del mundo: "Boxing Elena". 
Visto lo visto, decliné verla. Sé más o menos de qué va, pero no la he visto. 
Estoy bastante convencida de que tampoco me gustaría. 
Supongo que ambas películas son determinantes en mi vida. 

Esta fue la primera película que vi con el padre de mis hijos, y el hombre con el que llevo compartiendo y conviviendo 20 años de mi vida, y la otra, la película que jamás veré. 

Después de esa, hemos vista muchas otras que nos han gustado a los dos. Claro.