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Un poeta olvidado y
un investigador brillante
por Guillermo Carnero
Obras completas, VII. Poesía
Benito Jerónimo Feijoo
Edición crítica de
Rodrigo Olay Valdés
Oviedo, Instituto de
Estudios del Siglo XVIII & Ayuntamiento, 2019
876 págs.
Rodrigo
Olay es doctor en Filología Hispánica, uno de los más prometedores miembros del
Instituto Feijoo de Estudios del siglo XVIII de la Universidad de Oviedo, y secretario
de redacción de la revista Cuadernos de estudios del siglo
XVIII. Desde 2014 forma parte del equipo que, bajo la dirección
de la profesora Inmaculada Urzainqui, se ocupa de la publicación de una
monumental edición crítica de las obras completas de Benito Jerónimo Feijoo,
reanudando un antiguo proyecto que tuvo su primera entrega (la Bibliografía) hace 40 años, y que se recuperó en 2014
con el primero de los 5 volúmenes de las Cartas eruditas y
curiosas. No creo aventurado suponer que cuando ese proyecto
esté terminado, la citada Bibliografía necesitará
una reedición o, al menos, un suplemento.
El
profesor Olay está integrado en el equipo que publicó en 2018 el volumen
segundo de esas Cartas, y prepara actualmente los 3
restantes. Dando un salto en la sucesión de volúmenes de las obras completas,
aparece ahora el séptimo, dedicado a un tema atractivo y novedoso, que
justifica su anticipación: la obra poética de Feijoo. Este volumen tiene un carácter
inaugural del que su editor es consciente, ya que propiamente puede
considerarse la primera edición crítica y completa de una faceta poco menos que
desconocida de Feijoo: la poesía. Un conjunto de 131 poemas, de ellos 37
incorporados por primera vez al corpus creativo del benedictino, y que nos
ayudan a perfilar y definir mejor su personalidad y su pensamiento. Esta
edición obtuvo el premio de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII, y
tiene su origen en la tesis doctoral de su autor, dirigida por la profesora
Elena de Lorenzo.
Escribe
Rodrigo Olay en su Nota preliminar que Feijoo apenas ha sido tenido en cuenta
en la panoplia de la poesía española del siglo XVIII, en cierto modo por culpa
suya —sólo publicó en vida 3 poemas, y anónimos—, pero principalmente porque su
obra ensayística ha venido secularmente eclipsando cualquier otra faceta de su
personalidad, orientada en múltiples direcciones como era habitual en el siglo
XVIII. Un total de 87 poemas de Feijoo habían sido publicados un siglo antes de
que el profesor Olay emprendiera su investigación, la cual, como señala su
autor, está todavía abierta a nuevos hallazgos —¿hay acaso algún trabajo humano
que no lo esté?—, que pueden ampliar lo hasta ahora conocido ofreciendo
variantes, versiones más amplias, textos anónimos o de atribución discutible
pero verosímil. Se aportan en este libro 37 inéditos al corpus feijoniano
después del via crucis que siempre será la
piedra de toque del verdadero investigador, por muchos documentos digitalizados
que estén a su alcance: la visita a una treintena de archivos, la colación de
27 manuscritos más una cincuentena de raros impresos. Entre los manuscritos,
unos contienen exclusivamente poemas de Feijoo, otros son antologías de las que
éstos forman parte junto a textos de autores diversos, en misceláneas caseras
confeccionadas por aficionados para su uso personal y familiar, para la lectura
solitaria o la compartida en tertulias domésticas.
Tener la
mayor autoexigencia en el terreno de la investigación incluye muchas corveas,
que casi nadie conoce ni valora si no las ha sufrido en carne propia, y a las
que pocos conceden su justo mérito porque no imaginan los esfuerzos, los
sacrificios, las molestias y los gastos que hay tras el más pequeño de sus
frutos; pero quien ha recorrido muchas veces ese via crucis sabe que tras una nota a pie de página
puede haber días de trabajo inmisericorde, y que junto a las notas que
finalmente pasan a la página impresa quedan en la sombra las muchas abortadas
por el camino al no poder ostentar los debidos cuarteles de nobleza y
legitimidad que requiere el oficio. Los textos aquí reunidos van anotados,
desentrañados en sus implicaciones, alusiones y referencias, cotejados y
estudiados en sus variantes, discutidos en su autoría cuando procede, datados
cuando no lo están explícitamente, y remitidos a sus fuentes. «Es oportuno
reconocer —escribe Olay en páginas 10 y 11, con la sabiduría y la modestia de
un verdadero investigador— que las ediciones críticas nunca se terminan sino
que se abandonan, lo que es tanto como admitir que nuestro trabajo siempre será
matizable o incluso refutable con nuevos datos, notas o descubrimientos». Pero
los cumplidos aparatos críticos que acompañan los poemas nos dejan pocas dudas
acerca de la meticulosidad con la que se ha enfocado la fijación de los textos,
y esa anotación permite que se vean bajo nueva luz los previamente conocidos en
su mera textualidad.
Con todo,
sigue Olay, si su labor ha de ser considerada perennemente abierta a la
aparición de nuevos documentos, debe tenerse por indiscutible en cuanto a la
refutación de los tópicos que han ensombrecido siempre la valoración de la obra
poética de Feijoo. No la consideró una actividad marginal, la cultivó
persistentemente a lo largo de su vida (de los veinticinco a los setenta y
nueve años) y no fue totalmente desconocida por sus contemporáneos ni mucho
menos despreciada por ellos, hasta el punto de que uno de sus poemas, sin duda
el más notable de todos, «Desengaño y conversión de un pecador», de 636 versos,
puede considerarse, incluso desde criterios actuales, un best seller. Además, señala Olay, la musa de Feijoo
transitaba fluidamente entre la poesía y el ensayo, encontrándose a
gusto, mutatis mutandis, en esos dos ámbitos, habida cuenta
del sustrato ilustrado de toda su producción, lo cual queda probado por la
presencia en su obra poética de algunos de los temas tratados en el Teatro crítico y las Cartas eruditas: falsos milagros y encantamientos, idea
del buen gobierno, censura de las prácticas médicas retrógradas y de la
predicación gerundiaca. Ello nada tiene de raro en la época: quien lo dude lea
las Odas de Filópatro de Pedro Montengón, o adéntrese
en ese poblado territorio que llamamos «poesía ilustrada», que no se vedaron
las mejores mentes de la época y que no fue incompatible con la inspiración
emocional de poetas como Meléndez Valdés o Jovellanos. Por eso no fue Feijoo un
poeta meramente devoto o religioso, señala Olay, ni estuvo totalmente inmerso
en el Barroco tardío que desluce buena parte de nuestras letras del Siglo de
las Luces.
Tras el
Feijoo poeta había una conciencia reflexiva, que lo llevó a distinguir, en el
último tomo de las Cartas eruditas, los
dos componentes que a su modo de ver llevaban a pulsar la lira: «entusiasmo y
versificación», es decir, inspiración y técnica. No creo que nadie, ni siquiera
hoy, considere inapropiada esa doble fundamentación de la escritura, si bien la
técnica en modo alguno se reduce a la versificación, y abarca cuanto puedan
aportar el pensamiento y la conciencia. En Boileau y en toda la tradición
teórica del Neoclasicismo se encuentra ese dogma, al que cabe añadir dos
ingredientes: el didactismo (la capacidad de acrisolar el temple moral del
lector, o del espectador del espectáculo dramático) y lo que la época llamaba
«perspicuidad» (la accesibilidad del mensaje). «Entusiasmo, versificación,
didactismo y naturalidad son los cuatro pilares sobre los que se asienta la
concepción teórica, eminentemente clasicista» que Feijoo sustenta a propósito
de la poesía como género, escribe Olay en página 43. Eso lleva a Feijoo a
volver los ojos al primer Siglo de Oro, el XVI, y a ser ciego ante el Góngora
de la Fábula de Polifemo y Galatea, a quien de todos
modos no hay que confundir con el Gabriel Álvarez de Toledo de La Burromaquia, o el Butrón y Mújica de la Harmónica vida de Santa Teresa.
Olay señala 5 provincias entre las que
se distribuyen los poemas de Feijoo (religiosos, funerales, panegíricos,
amorosos, satíricos y burlescos), y también apunta cómo la circunstancia y el
lector implícitos dejan su huella en algunos destinados a la lectura en
tertulias o asambleas para los que habían sido previamente solicitados y en
consecuencia concebidos.
Entre los poemas religiosos figura el
más conocido y reconocido de los de su autor, el «Desengaño y conversión de un
pecador», reiteradamente publicado porque encajaba perfectamente en la imagen
esperable y admisible en un clérigo. En este ámbito Olay ha aportado 25
inéditos, escritos, dice, «para consumo interno de la orden benedictina» en
celebraciones litúrgicas o episodios de la vida monástica, y correspondientes a
los 3 períodos en que Feijoo, entre 1721 y 1741, desempeñó intermitentemente el
cargo de abad y se vio de oficio involucrado en las actividades que le eran propias,
y sujeto a sus requerimientos. «Poemas conventuales con ribetes penitenciales y
pedagógicos» los llama su editor, vinculados en su mayor parte a tomas de
hábitos y visitas pastorales. Entre los poemas fúnebres o funerales destacan
los dedicados a la muerte del fugaz rey que fue Luis I, incorporado alguno de
ellos al túmulo efímero instalado en la catedral de Oviedo.
Feijoo escribió asimismo poesía
laudatoria o «encomiástica», como la llama Olay, en honor de los reyes,
destacados miembros de la aristocracia y el funcionariado local, o clérigos con
ocasión de sus «cuelgas», es decir, de los festejos con que solemnizaban sus
cumpleaños. Compuso una veintena de poemas a los que el editor propone llamar
«amorosos», dando al término un sentido lúdico, retórico y no autobiográfico al
modo contemporáneo, algo evidente, por ejemplo, en la «Batalla de un amante
contra su propia pasión». Uno de esos poemas se pregunta por la razón última e
indescifrable de la belleza y nuestra percepción de ella; otros elogian, aunque
por cuenta ajena, los encantos femeninos, como el «Retrato de una dama,
hecho a petición de un caballero principal que quería casarse con ella», el
«Romance hecho a instancias de un amante dejado por una señora que se entró
religiosa», o el titulado «Enfermedad, muerte, entierro y testamento del amor»,
que se declara escrito «a ruego de un desengañado que se lo pidió al autor».
Quizá otra denominación hubiera disipado el equívoco que introduce llamar
«poesía amorosa» a textos de esta especie, aunque bien es verdad que su lectura
lo disipa por sí misma.
Como poeta satírico y burlesco Feijoo
escribió sátiras dedicadas a personajes concretos, o bien reflexiones críticas
y morales acerca de comportamientos sociales y costumbres de su entorno. No han
de sorprender los primeros en quien se vio, por la índole censoria de muchos de
sus escritos y por su visibilidad e influencia social, fatalmente conducido a
la polémica; los segundos obedecen al conocido consejo del poeta latino Marcial
en uno de sus epigramas: censurar los vicios respetando a las personas. En este
tipo de poemas, como era de esperar, aparece, por influencia de Quevedo, la
mayor herencia del Barroco que Feijoo recibiera. Resulta también sumamente
curioso que escribiera un poema en honor del rey Carlos XII de Suecia,
personaje rodeado de una aureola de prestigio aventurero y que interesó
sumamente en la época, hasta el punto de ser asunto de dramas de carácter
popular compuestos por Gaspar Zavala y Zamora.
Quien afronte la obra poética de Feijoo
desde criterios actuales no encontrará en ella donde hincar el diente. Es
imperativo acercársele desde la perspectiva de la época, y tener en cuenta que
aunque Feijoo encomiara teóricamente la inspiración no tuvo la motivación
emocional que sí encontramos en Juan Meléndez Valdés o incluso en Jovellanos,
cuya «Epístola del Paular», en su conmovedora percepción de la naturaleza como
caja de resonancia de los sentimientos, muestra un intimismo cuya aparición no
ha de esperar al siglo XIX.
En todo caso, Feijoo es un autor
imprescindible en el siglo XVIII, y en consecuencia su obra exige ser conocida
en su integridad. Gracias a esta edición —la obra de un poeta menor, o de un
escritor mayor aunque menor en cuanto poeta—, realzada por el trabajo de un
editor de marca mayor, tenemos a nuestro alcance una parcela, siempre digna de
atención, de la obra y de la personalidad de Benito Jerónimo Feijoo, y una
muestra del excelente quehacer del Instituto de la Universidad de Oviedo que
lleva su nombre, de su directora y de un joven estudioso y erudito, el profesor
Rodrigo Olay, del que hemos de esperar otras incursiones igualmente sólidas en
parcelas aún no suficientemente conocidas de nuestro siglo XVIII.