martes, 28 de mayo de 2019

La desilusión en Bremen

Este artículo fue publicado en TRIBUNA DOMINICAL 
de EL COMERCIO el 05.05.2013



Este artículo lo escribí hace 6 años. ¿Sigue vigente?

Decía mi admirado Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray que “todos los caminos acaban en el mismo punto: la desilusión”. Es éste el sentimiento que me invadía durante mi visita a Bremen, tras finalizar mis clases en la Facultad de Estudios de Empresa en Emden Leer (Alemania), institución que recientemente me invitó a impartir un curso. Tras pasear por el Bürgerpark, me quedé mirando para la bandera de mi país, que ondeaba en el Instituto Cervantes, muy próximo a dicho parque, y la desilusión me invadió. Desilusión y sentimiento de derrota al comprobar que un proyecto que iniciamos hace muchos años, el ser miembros de una unión europea, no nos ha llevado a un punto más próximo a Alemania que cuando lo emprendimos, sino que nos ha dejado a expensas de las directrices que esta nación marque y, lo peor de todo, probablemente con razón. En la creación de dicho proyecto, Alemania tuvo un papel vital y lo sigue teniendo en su implementación. Puede parecer injusto, pero hay una razón de peso: en general, han hecho las cosas mejor.
Darse una vuelta por Alemania es suficiente para percatarse que han entendido mucho mejor que nosotros infinidad de cosas: el funcionamiento de los servicios públicos y de los centros educativos; la mentalidad de sus ciudadanos que no viven pensando en esquilmar lo público, pues asumen que si lo hacen se roban a sí mismos y, por ello, lo cuidan, con el objeto de seguir disfrutándolo en el futuro. ¿Qué hay de sus empresas? Han entendido que no pueden competir en precios con China, ni en el coste de su mano de obra, pero siguen ahí: vendiendo, creciendo y creando empleo, porque compiten en calidad, porque innovan, porque son capaces de ofrecer algo que otros no pueden ofrecer.

Escultura de los músicos de Bremen 

La desilusión me invadió nuevamente al llegar a España y leer en prensa la dramática cifra que ha alcanzado el paro. La solución no puede pasar por seguir soportando esto, o seguir emigrando. No quisiera que mis hijos después de formarse en España tengan que salir por obligación al extranjero, como hizo la generación de sus abuelos. Tenemos que construir un país, o mejor dicho “reconstruir” una economía que invite a la gente a quedarse. Los tiempos de la economía del ladrillo se han acabado. Tolerar que el capital intelectual aquí formado se fugue no hace más que destruirnos y oscurecer nuestro futuro. Al igual que Alemania, no podemos competir en términos de costes sino que debemos hacerlo en calidad, en innovación y capitalizar a nuestros ingenieros que se están fugando a Alemania o Gran Bretaña, o a nuestros médicos, que se van a Suecia y a todos los profesionales bien formados que ante la dramática situación, no ven otra solución que poner pies en polvorosa. Tenemos que crear empresas, crear trabajo, aprovechar nuestro potencial humano; el crédito ha de volver a fluir y también la financiación de los mercados financieros, facilitando el acceso de empresas a los mismos, y que puedan obtener a través de ellos una financiación más barata. Y también debemos trabajar. Trabajar con honradez. Empezando por nuestros políticos que andan escasos de capacidad de maniobra por la autoridad teutona y, también, buena parte de ellos, escasos de talento. Eso sí, a algunos les sobra cuando se trata de apropiarse de lo que no es suyo, haciendo que en nuestra España actual siga viva la picaresca descrita en El Lazarillo de Tormes.
Aún no nos hemos percatado de lo rentable que sale ser honrados y trabajar eficientemente. Tal vez, cuando lo hagamos, seremos capaces de reconstruir nuestro país debidamente, como en su día lo hicieron los alemanes, quitando los escombros de la guerra que los devastó o superando con brillantez una unificación que hubiera llevado a la quiebra a cualquier otra nación. Tras visitarles de nuevo, a mí no me queda otra que felicitarles y decir: “Sehr gut, Deutschland. Sehr gut”.