Este artículo fue publicado el 27/01/16
en la Sección de ECONOMÍA del diario EL COMERCIO
No. No les voy a hablar de
aquella famosa serie de televisión que giraba en torno al asesinato de Laura
Palmer. A mí se me hizo eterna y, por momentos, incomprensible. Mejor comprendo
el rifirrafe de estos días entre el subgobernador del Banco de España (BdE),
Fernando Restoy, y el secretario de Estado de Economía en funciones, Íñigo
Fernández de Mesa. El primero, en un acto que tuvo lugar en la presentación de
la séptima edición de la Guía del Sistema Financiero, elaborada por AFI
(Analistas Financieros Internacionales) reclamaba retomar la idea, hace tiempo
abandonada, del modelo “twin peaks” que consiste en dividir todas las funciones
de supervisión y control del sistema financiero de nuestro país en dos: el BdE se
encargaría de la supervisión y vigilancia de la solvencia de los bancos,
seguros y operadores de mercado y la CNMV (Comisión Nacional del Mercado de Valores)
vigilaría la conducta y comercialización de los productos. Esto supone,
respecto al modelo actual, engrosar las competencias del BdE porque, en la
actualidad, la supervisión de las compañías de seguros y las gestoras de planes
de pensiones recae sobre la Dirección General de Seguros, que depende
directamente del Ministerio de Economía, así como la supervisión de las
compañías auditoras que se hace a través del ICAC (Instituto de Contabilidad y Auditoría de Cuentas) también bajo la órbita del Ministerio. A esta petición,
el secretario de Estado de Economía le ha contestado que “naranjas de la
China”. Vamos, que nones. Yo, comprender los comprendo a los dos perfectamente y
me permito aquí dar mi opinión, como humilde servidora de la economía
financiera de este país.
El señor Restoy
está haciendo su trabajo. Está barriendo para casa y tratando de incrementar el
poder de una institución, antaño poderosísima y que con la Unión Monetaria
Europea, perdió la capacidad de ser autoridad monetaria, en favor del BCE
(Banco Central Europeo) que la ejerce en un territorio unificado y, por otro
lado, el cambio de modelo de supervisión y resolución de los bancos en Europa
ha supuesto un vaciamiento de funciones de los supervisores nacionales, en
nuestro caso el BdE. Esto se ha hecho para contar con una supervisión más
eficiente y común a la mayoría de las entidades de la zona euro y, claro está, a
quien gobierna el buque del BdE, pues le duele. Es muy duro perder poder. Por
otro lado, el representante gubernamental no quiere que nadie le acuse de falta
de independencia y devuelve el golpe con un dardo al ojo del subgobernador, afirmando
que el sector del seguro que depende del Gobierno, “ha superado la crisis
internacional manteniendo un alto grado de solvencia y sin recurrir al dinero
del contribuyente, esto es, lo contrario de lo que ha sucedido en el sector
bancario”. O sea, la verdad y, las verdades, a veces, duelen.
En mi opinión, la
independencia de los organismos supervisores es fundamental. Ya la reclamé en
este mismo medio hace unos meses para la CNMV (véase EL COMERCIO 27/11/2015,
pág. 40) y también me parece
determinante para el resto de organismos supervisores. Es evidente la necesidad
de reformar la independencia de los órganos de gobierno de las autoridades
reguladoras y supervisoras (bancos centrales) del poder político y del propio
sector bancario. Las puertas giratorias desgraciadamente funcionan. Cuando se
pusieron de manifiesto, en plena crisis, los problemas del sistema financiero
español ¿acaso la cúpula del BdE no sabía lo que tenía que hacer? ¡Pues claro
que lo sabía! En el BdE hay excelentes economistas, con los que da gusto
coincidir en diversos foros financieros del país. Otra cosa es que ellos mismos
hagan caso de sus propios diagnósticos y soluciones o que, sencillamente, no
les interese hacerlo. Tuvo que venir la “troika” a sacarnos los colores y
evidenciar la inacción del BdE. Es por eso que no comparto la opinión de
algunos expertos de que la unificación bancaria en Europa no ayudará a evitar y
mejor gestionar las crisis. Yo creo que sí porque un organismo externo o, al
menos, más alejado e independiente del poder político nacional, tiene las manos
más libres para tomar en cada momento las decisiones que sean oportunas, por
mucho que duelan.
Si algo ha puesto
de manifiesto la fuerte crisis que hemos vivido, de la que aún no nos hemos
recuperado totalmente, es que la importancia de los bancos es fundamental.
Ellos lo saben. Y por eso se permiten ciertas cosas, que no se deben tolerar.
Todos debemos ser responsables de nuestros actos y asumir las consecuencias
cuando nos equivocamos. Con los bancos se está dando un proceso de
concentración de tamaño, que irá indudablemente a más y que en economía
financiera denominamos “too big to fail”. Es decir, se han convertido y se
seguirán convirtiendo en entidades tan grandes que su caída puede llegar a ser
desastrosa para la economía del país, con lo cual, no quedará otra que
salvarlos nuevamente. Pero es que además, si siguen creciendo, no va haber
manera de rescatarlas. Existen por su parte incentivos a comportamientos
oportunistas porque se saben importantes y, si se equivocan, saben que siempre estará
el Estado para rescatarlas a ellas y no a la tienda de ultramarinos de la
esquina, que si quiebra, quebró.
Es por ello que yo
deseo que a los bancos les vaya muy bien. ¡Fenomenal! Ayer mismo se anunciaba
que el aumento de las ganancias conjuntas de los ocho bancos cotizados rondará
el 18%. El problema es que aún hay muchas sombras en esas cuentas. Espero que
ganen dinero y que remuneren a sus accionistas, que es lo que tienen que hacer.
Y si disponen de un chaparrón de oro para retribuir a los accionistas,
remunerar los depósitos y conceder crédito a los agentes económicos, pues miel
sobre hojuelas. Cuando veo o leo a alguien que se queja de que los bancos
obtengan beneficios, me digo: “perdónale Señor porque no sabe lo que dice”.
Pues sí, deseo que les vaya extraordinariamente bien, no sólo por la función
primordial que tienen en la economía del país, concediendo crédito a empresas y
familias, sino porque están engordando tanto que si un día hay que rescatarlos
nuevamente, a ver de dónde sacamos el dinero – será del mismo sitio, obviamente–
y a ver cuánto dinero será necesario la
próxima vez.
No hace falta ser
un lince en economía financiera para entender la polémica entre el BdE y el
Ministerio de Economía, en un momento de incertidumbre política. Tampoco hay
que ser un premio Nobel para percatarse de que la obligada prudencia y
responsabilidad es clave en el ejercicio del negocio bancario. Que el
supervisor ha de ser independiente del poder político para penalizar a las
entidades que no hagan bien las cosas – no todas han gestionado mal –. Que se
deben pedir responsabilidades y limitación de remuneración a los ejecutivos en
las entidades que han sido rescatadas. Que confiar en la justicia y dotarla de
medios suficientes para que actúe con prontitud es fundamental para controlar y
penalizar comportamientos oportunistas. Si se revisan las penas de tal manera
que quien tiene tentaciones de practicar la apropiación indebida sepa que el
número de años en la cárcel no le va a compensar de los fondos sustraídos pues,
a lo mejor, la siguiente vez se lo piensa. Mucha cárcel y mucha ruina para
quien hace una gestión irresponsable que incluye la apropiación ilícita de
fondos. Y con todo eso, no digo yo que lleguemos al Edén, pero sí que los
banqueros y los políticos, precisamente las clases a las que pertenecen las dos
personas a las que he aludido inicialmente, seguramente se lo piensan dos veces
antes de meter la pata….o mejor dicho, meter la mano en la bolsa que no deben.