No tengo manías.
Si tengo que comer las lentejas saladas, las como. Si están pegadas también.
Si tengo que dormir en un hostal o un dos estrellas, no problem. De hecho si viajo sola, soy muy austera. Los cuatro y cinco estrellas sólo en compañía. Las monjas dominicas me educaron en la austeridad.
Si me regalan un bolso y es muy caro, pues qué le voy a hacer, lo uso. ¡Qué remedio! Lo contrario sería un desprecio.
Pero reconozco que tengo una manía:
Soy extraordinariamente elitista en las relaciones humanas. Mi tiempo en este mundo es limitado y solo quiero compartirlo con lo mejor de lo mejor para mí.
Pues sí, reconozco que tengo UNA MANÍA. Tampoco es para tanto, pero es determinante en mi vida. Está claro.