Este artículo fue publicado en TRIBUNA
del diario EL COMERCIO el 25/07/2018
Apenas veo la televisión (los informativos, alguna
película) y los futbolistas no me dicen nada. No me gusta el fútbol y, salvo
contadas excepciones, no creo que se pueda afirmar que los practicantes del
balompié sean un dechado de sabiduría. Hay alguno que hasta confirma esta
afirmación profiriendo gritos de júbilo ante sus logros que están más próximos
al sonido propio de un chimpancé que de un hombre civilizado. Pero como toda
regla tiene su excepción, sucedió que un día, recogiendo del office los platos
de la cena y cuando me disponía a limpiar la cocina, oigo la voz suave de un
futbolista singular que en un programa tonto pero exitoso de una cadena privada
presentado por un pelirrojo de barba que se cree – pero para mí no es –
simpático, resulta que su discurso llama mi atención. Me quito los guantes de
goma, como quien se siente atraída por una bella y extraña música, me siento en
el sofá y escucho con atención. El futbolista se llama Iniesta, se despide de
su oficio por aquí y se va a otro mundo, que también está en este mundo y en la
entrevista relata diversos episodios de su vida. Entre ellos, su depresión. Le
escucho porque me agrada su forma de hablar y porque esta enfermedad siempre ha
sido y sigue siendo para mí una gran incógnita. Sin embargo, tengo que decir
que gracias a la forma de explicarlo de este señor, soy hoy algo más
comprensiva con ella. En mi ignorancia infinita sobre este asunto, siempre he
pensado que era una enfermedad de débiles, de personas sin fortaleza espiritual
que no son capaces de superar la tristeza o que simplemente no quieren hacerlo.
Mi reacción primaria ante esto siempre era preguntarme: “¿Y es que a los demás
la vida no nos ha dado palos? ¿Es que para otros todo es un camino de rosas?
¿Tiene sentido que una madre, que una persona que haya engendrado hijos en su
vientre tenga una depresión y no tenga ganas de vivir? Si no lo hace por ella
misma, habrá de hacerlo por sus hijos, digo yo, que para eso lo has traído a este
mundo. Si no tiene fuerzas para levantarse de la cama y seguir peleando por
ellos, pues que las pinte y se levante”.
Ilustración de GASPAR MEANA
Esa siempre ha sido mi reacción ante
esta enfermedad que, en privado, no en público, he calificado de “débiles
mentales”. ¿Acaso lo estoy haciendo ahora públicamente, amable lector? ¡Vaya por
Dios! El caso es que Iniesta la tuvo. Teniéndolo todo (pareja, hijos, éxito
profesional, amigos y mucho dinero) tuvo también una depresión. Ganas de nada.
Y lo explicó y lo dijo bien alto y claro para ayudar a otra gente que la tiene.
Y eso es grande y ejemplar. Mucho. Y también dijo que se puede salir. Que hay
que reconocer el problema, asumir que se está mal y pedir ayuda. Y que alguien
como él lo confiese y explique que hay salida puede ayudar a mucha gente que
sigue a estos astros del balón que tienen un tonto oficio – veintidós señores
en calzones corriendo detrás de una pelota para meterla en una red – pero
tienen muchos seguidores. Mejor sería que los tuvieran los científicos, pero
vivimos en el mundo que vivimos. Eso sí, los científicos están avanzando en
este asunto, lo cual es un alivio porque el nivel de afectados por esta
enfermedad crece cada día y causa muchas bajas laborales. En el suplemento XL
Semanal nº 1596 que acompaña a EL COMERCIO dominical, se ofrece un reportaje
sobre la labor del científico británico Edward Bullmore, profesor de
psiquiatría en la Universidad de Cambridge, que apunta en un polémico libro que
no estaban enfocando bien el problema y que la depresión es, en realidad, un
problema inflamatorio. Están a punto de lograr una verdadera revolución en el
tratamiento de esta enfermedad. Afirma que se está tratando “a ciegas” y que se
recetan medicamentos para la serotonina pero no existe un biomarcador que
determine que ese sea el problema. Espero que logren la solución y gracias a
Iniesta la comprendo mucho mejor. ¡Que te vaya bien Andrés!