sábado, 20 de noviembre de 2021

Yo no me llamo Sofía

 En esta etiqueta se recogen los artículos publicados desde 2009 hasta 2016, fecha de inicio de este blog en el que comencé a ubicar mis artículos periodísticos en la web. Los previos nacieron precisamente el 19 de diciembre de 2009, fecha feliz de inicio de mi colaboración con EL COMERCIO, decano de la prensa asturiana. Sin lugar a dudas, una de las mejores decisiones de mi vida. 

Este artículo fue publicado en Tribuna 

de EL COMERCIO el sábado 12/07/2016


“¿Por casualidad?

Las casualidades no existen hermano. Todo lo que pasa tiene su razón de ser.”

Vargas Llosa (Cinco esquinas).


Hace unos días crucé la península en diagonal para asistir a un congreso internacional de finanzas en Alcoy. Decidí hacerlo en tren; desde que soy madre sólo cojo aviones si es estrictamente necesario. Con más moral que el alcoyano, viajé repasando la ponencia sobre mi último trabajo de investigación. Proyectaron la película “Steve Jobs”, protagonizada por el atractivo Michael Fassbender, pero no me gustó mucho. Una historia más acerca de un hombre con sobrada ambición y difícil carácter. Me llamó la atención la escena inicial. Un hombre delante de aquellos enormes ordenadores de antaño explicando que, en el futuro, todos estaríamos conectados a pequeñas consolas, desde donde se podría hacer de todo. Muy visionario.

Resulta obvio afirmar que Internet nos ha cambiado la vida y nuestra forma de relacionarnos. La proliferación de las redes sociales, que tiene indudables ventajas, trae consigo inconvenientes si no se utiliza correctamente. Una de ellas es la tendencia de algunas personas a fabular o mentir en sus perfiles en las redes sociales. Como si no operasen las mismas reglas en esas calles virtuales, hay gente que se inventa vidas. Vi una vez un reportaje sobre una chica nórdica que convencía a sus seguidores de haber viajado por todo el mundo sin salir de su cuarto: cambiaba su vestimenta y el panel fotográfico tras de sí. ¿Qué saca la gente de falsear su realidad? Por ejemplo, una tal señorita García se hace pasar por alemana cuando pudo haber nacido perfectamente en Villanueva del Fresno, provincia de Badajoz. O un tipo del mismo lugar, que se traslada dos meses a Boston, afirma que reside entre Badajoz y Boston.


Otro de los problemas es la mala educación que crece exponencialmente, en algunas personas, cuando se conducen por la red, amparándose en el anonimato. Algunos recurren a palabras o gestos soeces, pensando que con ello atacan a quien se lo dedican. Su ignorancia les impide entender que con este tipo de gestos vulgares sólo se califican a sí mismos. Los utilizan quienes se sienten dañados por haberse visto desarmados en sus argumentos. De hecho, emplean la violencia verbal o gestual por carecer de argumentación y resultan tremendamente vulgares. La vulgaridad es de lo peor del mundo. El arma de las personas cultas y elegantes tan sólo es la palabra. Por otro lado, en el mundo virtual, proliferan webs de todo tipo. Uno puede visitar un museo virtualmente o pasarse el día visionando porno. Hay muchos tipos enganchados a ello, que además lo comunican en sus perfiles, haciendo una selección de estas webs para sus seguidores. Detrás de eso está la libertad de cada cual; también la de asumir que si te pasas el día viendo porno, así te luce el pelo en tu trabajo. Es asunto creo que mayoritariamente masculino pero las mujeres no están exentas. Algunas con el interés añadido de visitar durante horas tutoriales de maquillaje y peluquería; siempre preocupadas de su modelito o del último grito en máscara de pestañas. Mujeres ociosas, vacías, frívolas, mantenidas… Parece mentira que en pleno siglo XXI sigan existiendo. A ellas se refiere Vargas Llosa en la obra que cito al principio. Las “homenajea” el Nobel diciendo: “qué suerte ser tan frívolas”. En un Perú lleno de problemas, ellas solo se ocupan de su maquillaje y de su ropa. Tan ociosas están que terminan acostándose la una con la otra y no por lesbianismo, sino por pura ociosidad. Su frivolidad, amable lector, no es ninguna suerte. Quizás les ahorra preocupaciones pero su mediocre inteligencia les impide darse cuenta de su vacuidad como seres humanos.

Cada uno, en ejercicio de su libertad, puede utilizar la red como estime oportuno, dentro de los límites legales. Quien se los salta paga las consecuencias. Ahí tenemos a Torbe, que ya no podrá cantar aquello de que “sigue siendo el rey” del porno nacional desde que ha dado con sus huesos en la cárcel. ¿De veras hay justicia en este país? A cada “gochu” le llega su San Martín.

La red también ha cambiado la forma de expresarse de algunas personas y ha simplificado su manera de pensar. Tan acostumbrados están algunos de mis alumnos a los 140 caracteres que cuando les propongo un desarrollo matemático de más de un folio se bloquean. Se ha ganado rapidez y volumen en la cantidad de información intercambiada pero se ha perdido profundidad, reflexión y capacidad de análisis. Se inventan nuevas palabras, eufemismos más bien, y en esto los políticos se llevan la palma. O se cambian y abrevian los nombres de la gente aunque, pensándolo bien, esto siempre ha existido, en versión no digital.

Te pueden llamar Susa, o bien, Oti, que como nombre no me parece serio pero si le divierte  a él….De hecho no es un nombre, sino apócope de apellido que en alguna ocasión ha usado Nacho, uno de mis hermanos. Confundir a las personas o no llamarlas por su nombre. ¡Curioso asunto! “¿Te llamas Sofía? Es que te pareces a la Mazagatos”. Me lo preguntó un chico hace muchos años. Le contesté: “el hombre capaz de engañarme a mí no ha nacido todavía”. No me parezco en absoluto a esa chica; sin dominar los 150.000 vocablos de la lengua española, soy capaz de discernir entre candelabro y candelero.

Me ha tocado vivir entre dos siglos y es maravilloso que el mundo avance pero creo que prefiero el siglo en el que los novios, en lugar de guasapearse, se escribían cartas. Reconozco que el saldo epistolar siempre ha salido a mi favor. No sé por qué. Supongo que me gusta escribir; me ayuda a pensar, me ayuda a vivir. Me motiva más el siglo en que las personas sólo tenían contactos reales y no virtuales; en el que se miraban cara a cara y se decían lo que pensaban. De nada sirve transformar la realidad y crear una “vida” virtual, paralela y ficticia. Breve es la travesía terrenal y no conviene equivocarse en su recorrido.

Regresé del congreso leyendo las 782 fascinantes páginas de “Bella del Señor” de Cohen. Y pensé que aquel chico que me llamó Sofía se equivocó conmigo. Creo que no ha sido el único. Fdo: Susana.