jueves, 20 de diciembre de 2018

¿Una mujer independiente o sencillamente valiente?

Más que independiente yo diría que es valiente. Tanto como para publicar esto en un periódico "nacional". O de esa nación, dentro del Estado. 
Parece que siempre sonríe. Ojalá sea porque es feliz. Me resulta agradable cuando la he oído hablar. Yo no lo hago. No siempre sonrío y me ha costado, porque soy risueña por naturaleza. He aprendido a modular y cancelar sonrisas, cuando toca, por la sencilla razón de que es estrictamente necesario. No puedo sonreír a todo y a todos. De ninguna manera. 
Falla en su planteamiento de que se crean familias por miedo. La gente se casa por amor, hoy en día. Los matrimonios de conveniencia antaño eran mucho más duraderos. Otra cosa es que el amor funcione, o no, tal y como se esperaba. 
Cuando pide al lector hacer la cuenta de novios, parece que lo plantea como continuidad. Uno tras otro. Parece no haber aprendido a estar sola, lo cual es fundamental para saber lo que, en verdad, se quiere y necesita. 
Yo me obligué a ello 3 años. 
En fin. Tiene valor, incluso para reconocer una visita al psicólogo por esto. 
Le deseo mucha suerte, por la sencilla razón de que se la merece. Y que le llegue lo que todos queremos que nos llegue, más tarde o más temprano. Y a veces llega cuando ya habíamos renunciado a ello. 

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Ser una mujer independiente
16/12/2018 01:17Actualizado a16/12/2018 03:43
Te educan para que seas libre e independiente. Y luego entiendes que tu entorno es mucho más conservador. Puedes enarbolar aquello en lo que crees. Pero si no sabes (o no quieres) adaptarte al medio, atente a las consecuencias. En pleno siglo XXI, cuando los trabajos y los pisos son tan provisionales como la serie de moda, aún se espera que pertenezcas a alguien o a algo. Todo está diseñado para que estés pendiente. La alternativa es quedarte sola. Hablemos de amor.
El único con el que tal vez habría aceptado un proyecto a largo plazo me dijo que, aunque se lo había planteado, no podíamos ser novios porque estaría intranquilo. He salido con más chicos que la media por la simple razón de que procuro evitar la triste decadencia a la que se someten las parejas a partir del segundo año (empecé a los quince, tengo cuarenta y uno; calculen). En cuanto la relación empieza a torcerse, prefiero cortar y, pasado el tiempo de la ruptura, convertirla en amistad, la garantía de que estaremos ahí siempre. Dirán que es frívolo, pero encuentro más superficial crear un familia por miedo, o porque el sistema está hecho como las paellas: mínimo para dos.
Si algo no funciona, pienso: “¿Qué estoy haciendo?”. Y puedo rectificar. En cambio, si me casara, tuviera hijos y la cosa fallara, pensaría: “¿Qué he hecho?”. A eso lo llaman compromiso, y resulta angustiante. Esperaba conocer a alguien que quisiera vivir en el piso de al lado –o en el de abajo– y se hiciera cargo de los niños, a los que yo vería los fines de semana alternos y algunas tardes. En otras palabras: si fuera hombre, tendría descendencia.
Socialmente, sigue aceptándose mejor una madre separada (pobre, fracasó en sus buenas intenciones) que una soltera sin ganas de procrear (pobre, ¿qué problema tendrá con los hombres?; es demasiado fiestera y anda muy desorientada; está bien para divertirse, pero no saldría con ella porque no ofrece seguridad; acabará como una diva marchita). Se relaciona la independencia con la promiscuidad, cuando ni soy infiel ni mucho menos desleal. Tampoco me van los rollos de una noche. Como decía un amigo, “das la imagen de ser un arnés poco sólido, cuando eres la persona más equilibrada y fiable que conozco; pero claro, tu lugar está en el acantilado, y a ver quién es el valiente que llega hasta allí”.
Un psicólogo planteó que fuera más dependiente; puso de ejemplo la relación entre el Principito, la rosa a la que ama y el zorro que quiere ser domesticado. Pero ni me veo como una flor, ni como una princesita, ni como lo otro. No sé, en teoría aceptamos que cada uno viva como quiera. He llevado eso a la práctica para no tener que dar explicaciones. Y ahora las convierto en una declaración de principios que parece un perfil de Tinder. Le dije a un divorciado: “Yo no me caso con nadie”. Y contestó: “Ahora entiendo por qué siempre sonríes”.