jueves, 13 de diciembre de 2018

Un "culo moyau" en el Mundial de Ajedrez

Este artículo fue publicado en Tribuna de Opinión 
en el diario EL COMERCIO el 13.12.2018


Si usted no es asturiano o residente en Asturias, tal vez no conozca la diferencia entre “carbayones” y “culos moyaus”. Los primeros somos los nativos de Oviedo y los segundos, los de Gijón. Le invito a rezar a San Google para conocer las razones de ambas denominaciones porque hoy quiero hablarle de lo que se cuece en un Campeonato Mundial de ajedrez. Si a mí me dicen que un día iba a estar acreditada para un Mundial de ajedrez, me diría, “bueno Susanita, fantasías sí, pero realizables, o casi”. Llegados al lugar del Mundial ajedrecístico, una bella muchacha me dice “señora, esto es para usted y es obligatorio que lo lleve”.  Me quedé a cuadros. Si la chica sabe que no distingo entre un peón y un alfil, me la quita. Yo no me merezco esto y no quiero acreditaciones o títulos por los que no he peleado. Eso ya lo hacen los políticos. Algunos, no todos. Yo lo que tengo me lo he currado de lo lindo. Dado que la moza insiste, cojo la acreditación, me la cuelgo del cuello y me pregunto: “¿Qué habré hecho yo para merecer esto?”. Pues parir un “culo moyau” que llevándolo y trayéndolo a las clases extraescolares de ajedrez, federado por el Grupo Covadonga de Xixón, cual saltimbanqui pata negra nos coloca en el Mundial de ajedrez. Así, porque él lo vale. Estamos todo el día de la ceca a la meca: que si a Granada al nacional, que si a Benidorm, pero ¿al Mundial? Aquello es un espectáculo digno de ver que nos proporcionó de los momentos más jocundos de la vida, al menos a mí, y esto me llegaba en un momento necesario, en el que se agradecen alegrías, aunque una no soñase nunca con algo así: estar en el Mundial de cadetes, en el que se enmarcan las categorías sub-8, sub-10 y sub-12. En total, 827 niños de 86 países de los cinco continentes, que convierten el lugar en una Olimpiada de ajedrez en miniatura. Un ambiente sin igual, difícil de ver en otra disciplina deportiva a estas edades, con más de 2.000 acompañantes (familiares y entrenadores) de todas las razas y culturas. De Nueva Zelanda vinieron dos jugadores, cada uno con sus padres. Unos 20.000 kilómetros de viaje (ida y vuelta) y 5.000 euros por familia.  «No puedes ser buen jugador si no te enfrentas a los mejores», se justifica. Mientras, una madre de Namibia, por primera vez en Europa, explica que aunque es un deporte nuevo en su país, es un evento «muy especial» para los pequeños y no le importa asumir los costes. «El viaje es una inversión en capital humano», destaca Gerardo Díaz, de Chile. En Sudamérica incluso se organizan parrilladas para financiar el torneo. Atendiendo a lo puramente ajedrecístico, la cantidad de pequeños que se reúnen en torno a un tablero sirven de señuelo para descubrir a una de las estrellas en miniatura: D Gukesh. Un indio que está a punto de ser Gran Maestro - la categoría más alta - con apenas 12 años. Cuando ví su foto me dije: “Prubitín mío. A esti hay que daile un platu de fabadina y luego arroz con leche”. Todo ojeras, chupadín de cara, demacrao. ¿Pasará las noches en vela analizando jugadas? Miro para el mi “roxu” (rubio, en asturianu), con esa carina de ángel, toda salud, buen comedor, grandón para su edad y que además del ajedrez le da a la tecla del piano y me digo: “Este indio se lo ha currado más”. Pero ahí estaba mi querubín “roxu”, bien merecidamente. Por méritos propios que ni su padre ni yo hubiésemos imaginado jamás. Yo lo he parido pero la semillita ajedrecística está claro que no es mía. El indio en cuestión empezó en 2013 como actividad extraescolar. Ahora entrena solo con un preparador personal y le dedica entre seis a ocho horas al día. Sus padres, ambos médicos, pasaron a atender consultas solo puntuales para dedicarse a su hijo, que tiene como referentes a Bobby Fisher y Anand. 

Ilustración de Gaspar Meana

Mientras, el número dos por ránking es Christopher Woojin Yoo, de Estados Unidos, la delegación más numerosa - 180 personas entre niños y acompañantes-. Los equipos de EE.UU. y Canadá son mayoría de chinos. Y en China se celebrará el siguiente mundial. El chino americano Christopher entrena entre dos y cuatro horas al día y declara que le gustaría ser Gran Maestro, pero no sabe cuándo lo conseguirá. Otro norteamericano, no de nombre, es Xan Meister, que tiene como entrenador personal a Varuzhan Akobian, uno de los ilustres de su país. «Aquí hay jugadores muy talentosos y con muchas oportunidades en el futuro. Todo empieza aquí», subraya el Gran Maestro.

Otros nombres destacados en la categoría sub-12 son Volodar Murzin (Rusia) y Arthur Guo (Estados Unidos). Muchos están acostumbrados a tener patrocinadores y a dar entrevistas, por eso no extraña el desparpajo de Samantha Edithso (Indonesia), que a sus 10 años fue la participante más joven en la Olimpiada celebrada en Georgia hace unas semanas. A estos pequeños, sobre todo cuando se acercan a los 12, es habitual verlos jugar contra adultos. Mi “roxu culín moyau” no ganó. Ganó quien tenía que ganar porque esto, a diferencia del fútbol, se juega con la cabeza y no con los pies. Ganó el que necesita el platín de fabada: el indio que iba primero en el ranking. Y aunque mi hijo hizo un gran papel –subió 28 puestos en su ranking internacional – sinceramente no estoy dispuesta a dejar de trabajar, a sacarlo del cole para que entrene horas y horas al día, a que renuncie a su carrera de piano, o a que no juegue en el patio escolar con sus compañeros de siempre. Hay quien piensa que estos niños tienen que ser promocionados de curso, y existen sistemas escolares que los examinan de otra manera, porque consideran que no es productivo que estén horas y horas en el cole que no necesitan. Pero él sí necesita a sus compañeros y ellos a él. Orquestado por su tutor, Carlos Gatón, se llevó una colección sorpresa de redacciones de los otros niños deseándole mucha suerte. La copa no se la llevó pero el cariño de sus compis siempre lo ha tenido. Y eso es lo mejor. Le debía de parecer poco épico a mi hijo competir con 11 añitos durante 15 días en un Mundial de ajedrez, que para completar la jugada participó los días previos en un concurso nacional de piano, quedando en segundo lugar con mención especial del jurado a la mejor interpretación de la obra obligatoria. La final del concurso, el día 4 de noviembre fue un perfecto regalo de cumpleaños para su padre y también para su madre, la Otero de ascendencia gallega, dado que la obra obligada estaba compuesta por Soutullo Otero. Detallista no se puede decir que no nos haya salido. ¿Y usted, amable lector? ¿Ya ha hecho algo épico en su vida? Servidora está en ello.