Este artículo fue publicado en el diario EL COMERCIO el 12/04/2019
Como sabe, amable lector, se dejó caer por
Gijón hace unos días Juan Manuel de Prada para presentar su nueva novela “Lucía
en la noche”. Se la recomiendo sinceramente. Me ha gustado mucho. Fue un
acontecimiento feliz para todos los que, como servidora, somos seguidores de su
obra. Lo cierto es que no era la tarde que mejor me encajaba de la semana, pero
siempre merece la pena hacer un esfuerzo por alguien que lo vale. Convencí a mi
niña para que me acompañara tras sus clases en el Conservatorio. A Elsa la he
arrastrado a mi afición por la lectura. Dicen las estadísticas que las que más
leen son mujeres – no estoy segura de ello – pero en nuestro caso se cumple
totalmente ese sesgo de género. Llegadas al lugar del evento, compruebo que mi
hijita de 8 años ayuda a bajar la media de edad del auditorio. Cuando miro
alrededor, entre el público, en las presentaciones de novelas, me pasa lo mismo
que cuando me asomo a la barandilla del coro de la iglesia cuando voy a tocar
el órgano o entre el público de las Jornadas Internacionales de Piano en el
Auditorio de Oviedo: que todo el mundo tiene ya una cierta edad. Mejor dicho, una
bastante avanzada edad. La única conclusión lógica que de este hecho se puede
extraer es que Dios, la música clásica y la buena literatura solo interesan a
la gente entrada años. Si la experiencia de vida nos lleva a intentar
acercarnos a lo más elevado, mala cosa no es. Al contrario: los jóvenes se lo
pierden. Juan Manuel no defraudó. Al menos a mí. Le acompañaba en la
presentación María de Álvaro que hizo intervenciones breves y oportunas que
permitieron al invitado hablar largo y tendido y explicarse. A la postre, es a
él a quien queremos escuchar y esa es la labor de un buen presentador.
El caso
es que Juan Manuel de Prada, además de explicarnos con verbo fluido su novela,
compartió con el público sus opiniones acerca de muchos temas de interés actual
que engrandecieron el acto. Sin desperdicio todo lo que comentó acerca del
terrorismo islámico y fue variando de temas hasta llegar al tratamiento de la
información. Consideró estrafalario denominar “fake news” a algo que tiene una
estupenda palabra en castellano para definirlo y que aquí siempre ha habido:
bulos. Y así es, bulos que pueden afectar a todo el mundo, en un momento u otro
de la vida. Me resultó muy interesante su comentario de cómo había evolucionado
la televisión, que él conoce desde hace años. Afirmó que, sencilla y llanamente,
no se pueden exponer con calma y de manera pausada las opiniones y los
argumentos en televisión. No se considera interesante y se busca jaleo con
opiniones superficiales, lo cual, no me negará que es tremendamente
decepcionante. La inepcia como absoluto protagonista de la caja tonta. Quizás,
lo que más me llamó la atención, es algo que ya conocía de él porque lo había
explicado en otras ocasiones: de cómo el éxito le trastornó la vida. Llegó a afirmar
que el éxito es muy mal compañero para un escritor y se da la paradoja de que
uno escribe buscándolo pero si llega puede digerirse mal, como fue su caso. Además,
otras circunstancias personales conocidas en las que no quiso abundar por las
fuertes consecuencias que tuvieron para él, le llevaron a estar un lustro en el
dique seco. Me alegro de que superase el bache y, sobre todo, me alegro de que
esa redención lograda a través del amor, le haga sentirse bien y, de algún
modo, queda reflejada en la ficción de esta novela en particular. La
presentadora le marcó como pequeño fallo, algo que yo también comparto. En un
momento dado dice que “se repite más que la fabada”. Yo le diría que eso es más
bien un bulo, o una “fake news”, si se quiere. Lo que se repite no es la
fabada, sino el compango, la morcilla especialmente. La fabada puede generar
flatulencias, aunque no sigo por esta vía porque como comentaba Malcolm Otero
en una desternillante entrevista en radio, presentado su libro “El club de los
execrables”, “a los catalanes nos va mucho el humor escatológico”. Pues nada; para
ellos. Aquí, por el Principado, es de mal gusto y, por supuesto, las princesas
del Principado no conocemos tal cosa. Somos etéreas. Se le podría responder a
De Prada con los versos de nuestro poeta ovetense, Ángel González, en su “Glosas
a Heráclito”: “Nada es lo mismo/ nada permanece/ menos la Historia y la
morcilla de mi tierra: / se hacen las dos con sangre, se repiten.