lunes, 23 de enero de 2023

La dueña de su vida

 En esta etiqueta se recogen los artículos publicados desde 2009 hasta 2016, fecha de inicio de este blog en el que comencé a ubicar mis artículos periodísticos en la web. Los previos nacieron precisamente el 19 de diciembre de 2009, fecha de inicio de mi colaboración con EL COMERCIO, decano de la prensa asturiana. 


Este artículo fue publicado en 

EL COMERCIO el 23/09/2015


Mientras me relajaba este pasado verano con mi esposo y nuestros hijos en Costa Caparica, disfrutando de su extensión de más de veinte kilómetros de bellas playas, una de las lecturas que me acompañó fue la última novela de María Dueñas: “La  templanza”. Su título inmediatamente me llevó al catecismo y a aquello que estudiábamos sobre las virtudes morales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, que reciben el nombre de cardinales por ser el fundamento de las demás virtudes. Cosas que se le quedan a una, tras haber estudiado trece años en un colegio de monjas dominicas. A diferencia de las  novelas anteriores de esta autora, “El tiempo entre costuras” y “Misión Olvido”, en esta nueva obra, el protagonista, a priori, es un hombre: Mauro Larrea. Y digo así porque, a la postre, el experimento no le sale. A lo largo de la historia, Soledad Montalvo adquiere tanta fuerza y peso, que casi se convierte ella en la figura principal, poniendo de manifiesto, nuevamente, el tipo de personaje por el que esta novelista siente debilidad: una mujer inteligente, bella y llena de fortaleza. Literariamente, no creo que ni esta novela, ni la precedente alcancen la calidad de su obra inicial, también transformada en exitosa serie de televisión. Recupera en esta tercera novela algunos elementos de la primera, como la tensión en la historia de amor que parece imposible pero luego se logra, dejando una sensación de alivio y placer en el lector, porque con ello hace justicia a los personajes, tras lo duro que ha sido su camino. En la página 331, el protagonista masculino sentencia: “No quiero verme envuelto en más contratiempos con mujeres tortuosas; ni usted me conviene a mí, ni yo le convengo usted”. La conveniencia se establece como justificación del rechazo pero luego, pasa lo que pasa… En cualquier caso, se trata de una novela de agradable lectura; literatura ligera que encaja con el relajo playero, ya lejano.


Lo que me llama la atención de esta mujer, amable lector, no es su éxito literario, sino lo que ha sido capaz de hacer con su vida. Supongo que generará muchas envidias entre quienes llevan años y paños dedicándose al oficio sin alcanzar sus más de cinco millones de ejemplares vendidos en todo el mundo hasta el momento y la traducción de sus obras a 35 lenguas. A mí no me afecta, desde luego; carezco de ambiciones literarias y tan sólo ansío disfrutar y conocer mínimamente este arte. Me conformo con dominar, al parecer y según me dicen, el de la calipedia; ese arte quimérica que consiste en procrear hijos hermosos y que me aporta no pocas satisfacciones. Lo que admiro de ella es que, cuando así lo dispone, se entrega a su nueva pasión con ahínco, cancelando compromisos universitarios y familiares cuando lo estima oportuno. En los agradecimientos de su segunda obra se refiere a su marido expresamente, “por guardar el fuerte durante mis ausencias”. En realidad, esto no debiera ser motivo de comentario, sino lo lógico, si se pretende lograr la igualdad profesional entre el hombre y la mujer. Así que lo señalo con admiración, porque hay que ser capaz de hacerlo. Y para las mujeres, no es tan habitual. Yo no podría. Quien ha sufrido en propia carne el peso de la ausencia de un progenitor sabe bien el coste que eso tiene sobre los hijos. Dados mis principios, no me queda otra que luchar por la familia y la carrera profesional simultáneamente, aunque tal cosa me lleve a la extenuación. Nada excepcional, por otra parte, dado que es lo que hacen millones de españolas cada día. Sin embargo, el éxito profesional se basa en el talento, la capacidad y horas y horas de trabajo. Y si no empezamos a asumir como normal que ese es el camino hacia la igualdad, difícilmente lograremos las mujeres, los niveles de rendimiento profesional de los hombres, que no se alcanzan ni con cuotas, ni con discriminaciones positivas, sino con los elementos anteriormente mencionados: inteligencia y trabajo duro. Es discriminatorio pensar que si lo hace un hombre es legítimo, dado que es admirable que un varón busque el progreso profesional y el reconocimiento, y si lo hace una mujer es una mala madre. María Dueñas sabe muy bien cuál es el camino y lo pone en práctica. Haciendo honor a su apellido se convierte con sus decisiones en la auténtica dueña de su vida. ¡Chapeau, María!