Un "asturianu", uno de tantos, que respeta su lengua y expone sus razones. En EL COMERCIO. ¡Bravo!
https://www.elcomercio.es/opinion/carta-amor-20211006000942-ntvo.html
Una carta de amor
Que no nos enreden con sus miedos infundados
a una lengua preciosa, humilde y antigua que apenas hablamos doscientas mil
personas. Que no la conviertan en un peligro para la que también hablamos
seiscientos millones de personas
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Nos seguirán insultando. No lo pueden evitar. A
usted, a mí y a nuestra inteligencia; aunque no se den cuenta; aunque, en su
ignorancia, no sepan lo que hacen; aunque se limiten a repetir consignas de
terceros. Un día sí y otro también; cada vez que escupan eso de que nos
inventamos una lengua, queremos romper la convivencia o aspiramos a vivir del
cuento, la subvención y el fraude; cada vez que repitan que queremos imponerles
un idioma, despilfarrar dineros públicos y generar no sé qué laberintos
apocalípticos de separadores infiernos identitarios; cada vez que susurren que
detrás del bable obligatorio llegarán las pistolas y la ruina porque el
asturiano nunca lo habló nadie, o solo gente sin estudios, o tres paletos
desdentados, o cuatro lingüistas de laboratorio. Todas las veces que hagan eso
nos estarán insultando llamándonos mentirosos, terroristas, defraudadores y
cosas peores.
Y no se lo
tenemos que consentir, no se lo podemos admitir y no les vamos a emitir acuses
de recibo. ¿Y qué podemos hacer? ¿Cómo debemos actuar ante un comportamiento
así? ¿Debemos responder con otra ordinariez? ¿Tragarnos el orgullo? ¿Dejarlo
correr? Pues no señor: cuando alguien nos ofrece un regalo -o un soborno- que
no queremos, se lo agradecemos, se lo devolvemos y punto. Y vuelve a ser suyo.
Y seguimos, como señores que somos, con lo nuestro: hablando cada vez más alto
nuestras lenguas -todas ellas- con nuestros hijos, con nuestros amigos y con
nuestros funcionarios. Con la cabeza bien alta. Sin callarnos. Porque la
dignidad no se rebaja, ni se desprecia la memoria de nuestros abuelos ni, sobre
todo, se vende la prosperidad de nuestros nietos.
Y los que
insultan que se busquen otro enemigo, alguien de su tamaño que les resuelva sus
contradicciones y les ayude a gestionar su disonancia cognitiva. Y si quieren
seguir hablando de imposiciones, corrupciones y clientelismos, que no nos
enreden con sus miedos infundados a una lengua preciosa, humilde y antigua que
apenas hablamos doscientas mil personas. Que no la conviertan en un peligro
para la que también hablamos seiscientos millones de personas. Que valiente
broma: menuda tomadura de pelo inventarse un enemigo así. Abusones; eso es lo
que son; provincianos acomplejados que quieren hacerse perdonar sus orígenes;
gentes que se dicen de orden y no lo respetan; conservadores que no saben
conservar nada; progresistas cosmopaletos avergonzados de lo suyo, de sus
propias palabras: prestosu, chiscar, garciella, rescampla, ye, manqueme, de
magar, achaplaos, tarabica, enfotu, andanciu, xeitu, encesa... Tanto griterío
antioficialidad para que estas pobres palabras no resuenen en las aulas
docentes, en los salones del poder, en los despachos de moqueta, en los
palacios del Gobierno, en los plenos municipales, en los edificios oficiales. Y
todo por su propia ignorancia y desprecio a sus antepasados, a sus
predecesores, a sus mayores: a Posada, Reguera, Xovellanos, Castro, Cepeda,
Caveda, Canella, Cuesta, Acebal, Rubín, Coronas, Peláez, Cabal, Delestal,
Canellada... Y a tantos otros.
Son
provincianos acomplejados que quieren hacerse perdonar sus orígenes. Si les
parece bien, nos vemos dentro de diez días, en la manifestación
No
los conocen -salvo como nombres de calles- y por eso creen que no existen. Pero
a nosotros eso no nos importa: nos preocupa más nuestro futuro que su pasado; y
para construirlo no tenemos más herramientas que nuestras palabras, nuestra
decencia y la fuerza que nos da defendernos después de tanto tiempo
silenciados, pisoteados y ninguneados. Y no va a ser fácil. Y nos seguirán
insultando. Pero, al final, todo será una cuestión de respeto, cariño y amor. Y
eso no se puede imponer. Pero, sobre todo, no se puede impedir. Y por eso vamos
a ganar.
Y, si les parece bien, nos vemos, dentro de diez días, en la manifestación.