miércoles, 18 de noviembre de 2020

Un teutón "peculiar"


La pasión por el fútbol no es una de mis pasiones. Para nada. Por más que lo he intentado, imposible. Recuerdo haber visto aquel partido de Malta-España, con 12 goles a 1, creo recordar, cuando mis hermanos varones empezaron a dar gritos según iban sumando goles. Me lo pasé bien aquel día. Ayer también. Me hizo feliz la goleada a Alemania y me hizo feliz ver a Luis Enrique sonreír, después de la desgracia sufrida hace no mucho. Creo que es el mayor dolor por el que puede pasar un ser humano. No sé un hombre, pero desde luego, para una mujer y madre, no creo que haya nada peor. 
Aunque paso olímpicamente del fútbol, la verdad que la cara del entrenador de Alemania me sonaba bastante. Le pregunté a mi hijo: ¿ese señor tan elegante lleva mucho tiempo de entrenador verdad? Mi hijo comenzó a reírse a carcajadas. Se conoce la historia de los mundiales de pe a pa; el fútbol definitivamente es una de sus pasiones, y golea a su padre, cuando van a jugar juntos al patio del cole. Esa fue una pasión inoculada de manera forzosa, una religión más bien, porque cuando era más pequeño, ni fu, ni fa. Pero logró transmitirle la pasión culé, del Sporting y de la selección española. Fe a pies juntillas. Yo creo que es la única religión "verdadera" que se transmite de padres a hijos. 
Mi hijo se rio más con mi comentario sobre la elegancia del entrenador alemán. Y me mostró este vídeo. 
Casi me da un patatús. 

Definitivamente Luis Enrique, aunque con su camiseta de Replay no tenga una imagen tan elegante, sería incapaz públicamente de algo así. Los jesuitas del duro colegio Revillagigedo de Gijón, lo hubieran puesto a caer de una burra de hacer tal cosa. La electrónica y la mecánica no eran su fuerte, pero según el padre de mis hijos, no había forma de quitarle el balón en el patio. 

Me alegro por España, y me alegro por Lucho. 
Dicen que la infancia es la patria del hombre, (y de la mujer añado yo) y la infancia de este teutón, que jugó y entrenó muy bien al fútbol, desde luego, en cuestión de decoro, ha sido muy laxa. Por muy elegante que se sea. O que se vista. 
Pone en evidencia algo que siempre he creído. Que la elegancia en el vestir es cuestión de dinero, de entrar en la tienda adecuada y de tener un asesor, si no se tiene buen gusto para las prendas de ropa. 

La verdadera elegancia de un hombre está en otras cosas: en la manera de expresarse, de conducirse por la vida, de comportarse en público (y en privado) y, sobre todo, en la manera de acercarse a una mujer.