martes, 3 de noviembre de 2020

Pues sí. El mal existe

 https://www.lavanguardia.com/opinion/20201102/49151095977/resentimiento-el-mal-oscuro.html#r-opinion


RESENTIMIENTO, EL MAL OSCURO. Puigverd

En Francia, los islamistas degüellan a adultos dentro de las iglesias. En pleno temor a la pandemia, resurge un mal bastante más oscuro. La secta medieval de los asesinos. En Nigeria y Camerún, el grupo Boko Haram protagoniza matanzas todavía más repulsivas. Mi amigo Xavier me reenvía el vídeo que le remite su her­mana monja católica, dedicada en cuerpo y alma desde hace 40 años a los niños africanos. Los fanáticos entran en una escuela de pueblo. Matan a todas las niñas y secuestran a los niños. Madres desesperadas corren entre los cuerpos ensangrentados de las niñas. Paredes de cemento gris, pizarra, mesas, ningún ordenador. Niñas muertas, familiares que lloran a gritos. Un vídeo estremecedor.

Con Xavier y otros amigos nos escribimos para comentarlo. Todos subrayan el potencial destructivo de la religión y evocan las matanzas cristianas de otras épocas. Sin negar la capacidad de la religión de fanatizar y ser causa de matanzas inefables, yo dudo de que el fanatismo religioso pueda explicar, por sí solo, la normalización del mal. De hecho, cuando los humanos se han librado de la religión, enseguida han encontrado otras excusas para seguir matando. Las matanzas más gigantescas de la historia son del siglo XX y se hacen en nombre de visiones estrictamente ideológicas. A menudo explícitamente antirreligiosas. El nazismo, que pretende establecer un orden humano nuevo basado en la superioridad de la raza aria: seis millones de muertos en los campos de exterminio (sin contar los muertos y las destrucciones causadas por la ­Segunda Guerra Mundial). El estalinismo: 20 millones de muertos en los campos de reeducación. Gulag. Aquí el motivo era teóricamente bienintencionado: crear el hombre nuevo, buscar la igualdad, edificar una sociedad sin clases. Este también era el ­objetivo de las matanzas de Pol Pot y el Jemer Rojo.

El fanatismo religioso no puede explicar, por sí solo, la normalización del mal

El siglo XX concentra la experiencia del mal absoluto más intensa de la historia, con un eco final en los Balcanes y en África. La limpieza étnica de los tutsis por parte de los hutus en Ruanda, por ejemplo. La cifra de esta matanza es imprecisa, pero se sitúa entre 500.000 y 1.000.000. Dos detalles de esta limpieza bestial llaman la atención. Primero, Ruanda, como Uganda, es uno de los territorios más cristianizados de África. Segundo, los tutsis masacrados eran históricamente la casta dominante en el territorio desde tiempos inmemoriales. El resentimiento fraguado por los hutus contra el poder feudal de los tutsis, eclipsado durante los años de independencia de Ruanda, pero implícito en las relaciones entre las dos comunidades tribales, es el factor más determinante de la barbarie.

¡El resentimiento: no conozco gasolina política más poderosa; y a la vez más destructiva, más peligrosa!

La locura fanática del islamismo con­temporáneo proviene de la reinterpre­tación rigorista del Corán hecha por los ­wahabistas a finales del XVIII y que, a través de la casa real de Arabia, los Saud, se ha ido ex­pandiendo. El dinero del petróleo ha servido, no para el desarrollo de los países musul­manes, pero sí para financiar todo tipo de escuelas coránicas y madrasas en las que se predica la versión fundamentalista del ­islam.

Es importante subrayar que la aparición del islamismo fanático coincide con la época del colonialismo occidental y, por consiguiente, está vinculado también al resentimiento de los musulmanes (turcos, árabes, persas...) contra los británicos, franceses y europeos en general. El poder petrolero ha permitido llevar a la práctica la sed de venganza incubada en siglos de resentimiento.

Según Nietzsche, el resentimiento es parte esencial de la mirada de los débiles hacia los fuertes. De ahí las burlas del filósofo contra el cristianismo. Si Nietzsche tiene razón (que en este punto no lo tengo claro), también el marxismo podría ser interpretado como una forma de resentimiento, lo que explicaría el fanatismo estalinista. En cuanto al fanatismo nazi, no habría arraigado en la culta Alemania sin el final de la Primera Guerra Mundial y las imposiciones humillantes de los aliados. Sobre el resentimiento de la Alemania derrotada construye Hitler su Tercer Reich.

El mal no tiene explicación. Es. Existe. Forma parte de la condición humana, a pesar del éxito que ha tenido entre el progresismo europeo y norteamericano la ingenua explicación de Rousseau: el hombre es bueno por naturaleza; la civilización lo corrompe. La interpretación del Evangelio centrada solo en las Bienaventuranzas y el progresismo laico, hijo de Rousseau, han creado una ficción muy arraigada en nuestra visión del mundo: el buen salvaje. Esta ficción nos impide entender las matanzas de niñas en Camerún o las degollaciones en Francia. Son muchas las causas del mal. Una de las principales es el odio. Generalmente el odio nace de la envidia, la humillación y el resentimiento. Si soy tan reacio al victimismo (también al catalán), es por esta razón. Por muy fundamentado que esté, el victimismo es siempre el prólogo del resentimiento. Un colaborador necesario del mal.