jueves, 18 de julio de 2019

La literatura no es música

Este artículo fue publicado en el diario 
EL COMERCIO el 17/07/2019


La que titula puede parecer una negacion obvia pero no lo es, lo cual motiva las líneas que siguen, dado que no soy amiga de recancamusas. Recuerdo, como si fuera ayer, la lectura de un artículo de Javier Marías, hace ya mucho tiempo, en el que razonaba porqué la música es el primer arte. No tengo claro que haya que jerarquizar las artes, aunque parece que al cine le corresponde el séptimo lugar. Dependerá de la persona, de lo que sea más importante para cada cual. Lo que sí me quedó claro, tras la lectura de aquel extraordinario artículo es la idea de que Javier Marías sentía un cierto complejo de no ser músico, y no le veía yo ningún sentido, siendo como es él, un gran escritor. Algo similar me sucedió cuando escuché al escritor ovetense autor del libreto de la ópera “Fuenteovejuna”, de estreno mundial aquí en Oviedo, que dijo que se había convertido en escritor por la incapacidad de ser músico. Nuevamente, un complejo o una frustración, espero que más aparente que real. Ciertamente, la creación musical o determinado tipo de creación musical (no me refiero a una canción de rock, por el que no siento ningún desdén en absoluto) no está reservada para todos los públicos. Y al que no le guste leerlo que se lo tome en dos tazas y, si es necesario, que le ponga un poquito de bicarbonato. Uno puede pasarse 10 años de su vida escuchando las mejores obras de la música clásica y no por ello estará en condiciones de componer una sinfonía, por ejemplo. Se necesita una formación colosal y muchísimo talento. Por el contrario, uno puede haber dedicado 10 años de su vida a leer las mejores obras de la literatura universal y, si tiene algo de talento y ha vivido, tal vez esté en condiciones de escribir. Solo tal vez. El problema es el que cree que puede escribir sin haber leído, que también los hay y las hay. En ese sentido, la literatura es un arte mucho más generoso que la música, que puede llegar a ser una auténtica tirana tanto para creadores, como para instrumentistas.




Ilustración de Gaspar Meana 

Además de esa faceta de generosidad en cuanto a la capacidad creativa que otorga la literatura, está el hecho de que la literatura, que nos requiere un esfuerzo importante consumir dado que nos lleva tiempo leer, nos abre la mente. Nos ayuda a pensar. Nos permite ver otras realidades, otras opiniones, otra forma de entender el mundo. Nos rompe la cabeza. La música no. La música funciona como una droga, o algunos músicos la utilizamos como tal, aunque también nos eleva y desarrolla extraordinariamente nuestra sensibilidad, si es música de calidad. La música te lleva muy rápido donde quieres, donde deseas, según el tipo de música que elijas, pero ese estado de ánimo cambia en cuanto su efecto desaparece. La música te hace disfrutar, o llorar, o abundar en un sufrimiento del que puedes llegar a gozar, pero no construye el lenguaje, no te hace crecer como persona. La gente que lee mucho, además de que se expresa mejor, piensa más y mejor, porque el lenguaje es la base del pensamiento. Por consiguiente, confundir o intentar igualar ambas artes a mí me parece un error y una irreverencia para con las dos.
Otra cuestión es que la poesía con rima, que se presta a ser musicada o acompañada de instrumento está mucho más próxima a la música, sin serlo. Tampoco es lo mismo un poema que la letra de una canción, que tiene que tener en cuenta precisamente los elementos musicales. La música es ritmo y es melodía; se construye con la armonía y el contrapunto. Si a un escritor le obsesiona la musicalidad en su obra, debería escribir sonetos o cualquier poesía con una rima prefijada. Obras son amores y no buenas razones. Escribir poesía narrativa y declararse preocupadísimo por la musicalidad literaria es, en sí mismo, una contradicción; que todos tenemos, por supuesto, pero al menos a mí me causa esa impresión contradictoria.
El poeta T.S. Eliot decía que la poesía, a medida que se separa de la música, se separa de la poesía. Y creo que llevaba razón; que una poesía carente de rima, ergo de ritmo, es menos musical y menos poética. La poesía no rimada, la poesía narrativa es menos bella, menos musical que la que tiene rima, lo cual no quiere decir que no me guste, o que no me interese si me transmite algo pero, desde luego, es menos musical. La extrapolación del argumento de Eliot al terreno de la narrativa humildemente creo que no funciona. Nadie ha leído “Guerra y paz” en voz alta. ¡Qué fatiga! No he oído a nadie decir que “Madame Bovary” sea música. Es una novela con un componente psicológico muy importante, con el interés de que está escrito por un hombre que es capaz de entender a la perfección la psicología de una mujer o de ese tipo de mujer en concreto que nos describe en la novela. Una cosa es que la música sirva de motor o inspiración a la narrativa, que está muy bien y puede poner de manifiesto la importancia que quizás tenga para el autor y otra, muy distinta, confundir o afirmar que el resultado es música. La fuente de inspiración puede ser la música, la pintura, la fotografía, una mujer o un hombre en concreto, pero el resultado es un libro. Es literatura. O en algunos casos, no todos, es un libro literario porque hay gente que cree que hace literatura y no la hace. Yo, a esos, no los llamo escritores, ni escritoras. Que se lo llamen ellos si quieren; yo no. Tengo demasiado respeto por la literatura, casi tanto como por la música, como para meterlos en el mismo oficio que Shakespeare. Eso sí: los editores los publican como tal. Bueno, pues vale. Es lo que tenemos en el mercado literario actual. Confusión de “churras con merinas” y, tal afirmación, sirve tanto para ellas como para ellos. Por cierto, se celebró la semana pasada en Gijón un festival literario ¿verdad? Literatura y ruido. Muchísimo ruido. Y el ruido tampoco es música y no tiene nada que ver con la literatura, pero es lo que nos ha tocado por aquí, o la forma que se ha elegido para celebrar este tipo de encuentros de escritores con lectores. En mi opinión, hay formas mejores de hacer las cosas. Ser los decanos no implica ser los mejores. De vez en cuando hay que mirar otros mundos, otras realidades y, tal vez, descubrir que hasta se puede aprender algo de los demás.