martes, 23 de julio de 2019

El tonto del cuento

Este artículo fue publicado en TRIBUNA DOMINICAL de EL COMERCIO
el 21/07/2019, con motivo del nombramiento 
del nuevo presidente del Principado de Asturias 


En una ocasión leí un cuento, o tal vez soñé que lo leía, en el que uno de los personajes, el tonto, era asturiano y, además, ignorante musical. El cuento era muy bueno pero, como ovetense, no me gustó ver que alguien eligiera a un asturiano como tonto principal de la historia. ¿Qué hemos hecho para que nos tomen por tontos? Mucho, empezando por nuestro “grandonismo”. Somos la cuna de España y todo eso. Vivimos como la Vetusta de Clarín: con un sentimiento de lo grandes que fuimos, de melancolía, de lo que nos debe España por todo ello. Esto nos paraliza porque trasladamos los problemas al exterior. Tienen una deuda histórica con nosotros y nos han de subvencionar y eso nos anestesia. En cualquier balanza fiscal salimos ganando. A Asturias no le interesa nada de nada que se publiquen las balanzas fiscales como pide Cataluña. Además, nos pasamos la vida quejándonos de lo mal que va todo y del poco caso que nos hace el Estado. La capacidad de movilización de los trabajadores ha resuelto temporalmente la situación. La tasa de pobreza en Asturias es bastante inferior a la media española. Se ha dicho recientemente que tenemos la ratio de criminalidad más baja de España. Gijón: ciudad sin crímenes. Esto no es la desarticulación social, no son bolsas de miseria. Es una generación de migrantes con títulos universitarios. El pasado viernes (19/07/2019) EL COMERCIO publicaba que el 55% de los jóvenes con formación universitaria abandona el Principado. Dato demoledor. La pregunta es: ¿qué va a suceder cuando se acaben las subvenciones o cuando vayan muriendo los pensionistas? Es evidente que las transferencias recibidas hacen que con un paisaje desolador de tiendas cerradas y jóvenes reales que emigran, no “leyendas urbanas”, no hay un gran nivel de deterioro social y urbanístico. Los jóvenes están en paro, en unas cifras altísimas, pero los padres o los abuelos les pagan los estudios con el dinero de las pensiones. España es uno de los países con la tasa de natalidad más baja del mundo y Asturias tiene la tasa de natalidad más baja de España. La correlación entre trabajadores activos y jubilados es la más desfavorable del país. Quedamos aquí formando una sociedad de viejos y de funcionarios. Otro ejemplo de lo mucho que nos aferramos al pasado es lo que está pasando con la descarbonización. Toda la Asturias institucional ha reclamado que el carbón siga siendo importante. No es de recibo y no es ecológico. Ya es hora de pasar página a la Asturias de Villa (ese mafioso que llevaba sus bolsas de dinero al banco) y no ya porque robara, sino porque empesebró a esa izquierda dinamitera, que pedía prejubilaciones en lugar de plantear una alternativa real a la reconversión. En realidad, sí había dinero —los fondos mineros— para buscar una alternativa, pero lo gestionó directamente el sindicato y el resultado ha sido un auténtico desastre y un despilfarro monumental. 


La izquierda, especialmente la sindical, no ha hecho aún una revisión crítica de esos años, un balance de en qué se gastaron los fondos mineros y es tremendo. Siempre queda la tentación de arreglarlo todo con obras erráticas y fallidas: museos vacíos de las cuencas, gran puerto de Gijón que ha resultado ser un fiasco, la regasificadora, la variante de Pajares en la situación que está, el Metrotren de Gijón, cuyo túnel está hecho y atraviesa la ciudad, un conducto gigantesco, abandonado e inundado que ha consumido millones de euros. No es que Asturias sea la región que menos ha crecido desde la democracia, es que es la que menos ha crecido desde los años sesenta. Somos un geriátrico que hay que mantener. ¿Cómo se podrá vivir aquí? ¿Continuando con la reducción de población? Cuantos menos seamos, más fácil será vivir de los subsidios. Si vamos a 800.000 habitantes, no sería difícil de subsidiar con un salario mínimo universal.
Los gobiernos regionales se han centrado en el turismo y los servicios, la construcción, finanzas y bancos, y todo esto ha acabado con Asturias. Y ahí está el quid de la cuestión y la motivación para el cambio. Tendremos un nuevo gobierno en Asturias en breve, pero los retos son los mismos que hace cuatro años: superar el hecho de ser la autonomía más envejecida de España a la cola de la recuperación tras las crisis, con jóvenes que se van y familias que viven de las pensiones mineras.  Einstein dijo: “No esperes resultados diferentes si siempre haces lo mismo”. Pues si no queremos seguir por esta vía hay que hacer justo lo contrario. Esto es, fomentar la creación de empresas, potenciar la industria que es la que en verdad genera empleo, lo cual permitiría que nuestros hijos, los primeros en quienes pensamos las madres, no tuviesen que emigrar. Llevar a cabo políticas fiscales atractivas, bajadas de impuestos y generación de un caldo de cultivo para la creación de riqueza. Pero no la riqueza de los políticos que, como hemos visto aquí en Gijón, y seguiremos viendo, se han puesto de acuerdo muy rápidamente para subirse el sueldo, sino la de los ciudadanos. Dudo muchísimo que el nuevo gobierno haga nada de esto, pero igual se da por aludido y lo hace y así empezamos a levantar cabeza y la próxima vez que alguien escriba un cuento, el protagonista tonto no es un asturiano sino un catalán. Un pueblo que, por cierto, lleva bastante tiempo haciendo el tonto. Tanto como nosotros, pero de otra forma.