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La mala naturaleza
Hay un pasaje en 'Yoga', la última novela del
reciente Premio Princesa de Asturias de las Letras, Emmanuel Carrère, que da
que pensar a quien alguna vez se haya interrogado acerca de la naturaleza
humana o de la suya propia. Es un momento en el que el autor, para ilustrar sus
dificultades para convivir con la sensación de ser una mala persona, recurre a
una historia que trata de un ladrón que está obsesionado con robar el tesoro
que unos monjes ocultan en su monasterio. Para ello, ingresa en el cenobio como
novicio y vive allí en esa calidad diez años, pero no logra que los monjes le
revelen dónde guardan el tesoro. Así que toma las órdenes y se pasa décadas
sumido en la oración, con el cálculo siempre de acabar averiguando dónde está
escondido el tesoro y llevárselo. Tanto reza que acaba convirtiéndose en un
gran santo, y solo así comprende, al final de su vida, que ese era el tesoro:
su vida en el monasterio, a la que ha podido llegar, justamente, por ser un
ladrón empeñado en desvalijarlo.
Dice Carrère
que siempre que se siente a disgusto con su mala naturaleza recuerda esta
historia y le trae gran consuelo. Y en otro momento del libro, más adelante,
recuerda un pasaje de un místico inglés del siglo XIV, el anónimo autor de 'The
Cloud of Unknowing' (La nube del desconocimiento), en el que se afirma: «No es
aquello que eres lo que Dios contempla con los ojos de su misericordia, sino
aquello que has deseado ser». O lo que es lo mismo, que uno, aun siendo y
sintiéndose malo, puede redimirse si, como afirma de sí el autor, mantiene el
empeño de llegar a ser algún día «un hombre estable, un hombre sereno, un
hombre en el que uno puede hallar un anclaje firme, un hombre bueno, un hombre
amante». Porque sólo en el amor y en la capacidad de amar está la clave, la
apuesta de este combate que es el de la vida.
Si
sospechamos que algo de mala naturaleza hay en todos y cada uno de nosotros,
como aprecia cualquiera que se observe sin un exceso de complacencia, podríamos
pensar que nada hay más temible que quien se siente lo bastante bueno. Alguien
así no abriga más deseo que seguir siendo lo que es, y no ser nunca parte de
alguna de las formas de vivir la condición humana, por fuerza ajenas, a las que
asocia la maldad de la que se juzga exento. Líbrenos la fortuna de ver nuestros
asuntos o nuestra suerte encomendados a quienes se sienten ejemplo de bondad, y
no temamos necesariamente el trato de los pecadores. Solo de aquellos que, por
ignorarlo, nunca han deseado dejar de serlo.