jueves, 22 de septiembre de 2022

Lo mejor sobre Isabel II

El que es un crack, lo es. Frases para cincelar. Qué buen artículo. En EL COMERCIO. 

Sin abuela

La clave de su éxito es que los ingleses creen en sí mismos tanto como descreen, en general, de todos los demás

Cosme Cuenca
COSME CUENCA

Se muere la jefa del Estado de un pequeño país, cuya población no alcanza el uno por ciento de la humanidad, y el mundo entero parece haberse quedado huérfano de abuela. Da que pensar. Si hubiera ocurrido lo mismo en Estados Unidos o China la cobertura mediática y, sobre todo, el interés popular, ni se hubiera aproximado a lo vivido estos días y ello pese a la mayor transcendencia del suceso en todos los aspectos menos precisamente en ese, en el mediático emocional. En este plano, solamente otro jefe de estado cuya influencia real rivaliza en intrascendencia con la de la aludida podría competir con ella. Efectivamente, el Papa de Roma, da igual quién sea en cada momento, personifica simultáneamente una progresiva decadencia en su proyección doctrinal y en su liderazgo moral, mientras acrecienta el interés mediático del mundo siempre que la ocasión lo pone a prueba.

No hay que extrañarse de estos éxitos que yo comprendo y acompaño. La vida es árida y gris. Necesitamos espectáculo y que nos cuenten cuentos. Y para cubrir esta demanda no vale cualquiera. De hecho, la mayoría de quienes lo intentan fracasa. Se requiere una solvencia litúrgica, una credibilidad escenográfica que pasan, de entrada, por una profunda convicción ritual y, de salida, por siglos de escenario.

Los ingleses cumplen sobradamente ambas condiciones. Hay que tener mucho cuajo y una entereza muy norteña, de expedición polar diría yo, para exhibirse con naturalidad y entusiasmo donde el resto del mundo sentiría rubor y vergüenza, lanzando esos gritos de rigor de connotaciones claramente etílicas -hip, hip...- y, precisamente, en especial ocasión en que no están borrachos. La clave de su éxito es que los ingleses creen en sí mismos tanto como descreen, en general, de todos los demás. Y los demás, seducidos ante esa autoestima congénita que nosotros desconocemos, abrimos ojos expectantes y bocas admiradas. Qué otra cosa vamos a hacer, son los mejores: los más ambiciosos, los más tenaces, los más listos, los más elegantes. Lo dicho, los mejores. Vienen a ser los catalanes del mundo, para entendernos. Así que a nadie se le ocurre ni pensar que también han venido siendo, desde hace siglos, los más trapaceros, depredadores y, tal vez, dañinos para la especie y que eso del 'fair play' solo rige de fronteras adentro. Y nosotros, los espectadores, puestos a hacer el papanatas, para qué vamos a reprimirnos: en el Madrid castizo y aldeano -valga la redundancia- tres días de luto. Lo mismo que haría Londres a la recíproca.

Pobre Sofía...


https://www.elcomercio.es/opinion/sofia-liberada-20220922131240-ntrc.html

Sofía liberada

A LA ÚLTIMA

Sofía tiene alhajas de sobra y distinciones más que suficientes como para solo echarse al cuello un triste teléfono

 

Entre tantas joyas de pasar, tanto blasón en la solapa y tanta medalla en la pechera, el arreo que más ha llamado la atención durante el funeral de Isabel II es el móvil que otra reina, nuestra emérita, lucía cruzado en bandolera. Es curioso, porque Sofía tiene alhajas de sobra y distinciones más que suficientes como para solo echarse al cuello un triste teléfono; entre otras, la condecoración de la Orden de la Santa Esposa Sufridora o la Medalla al Mérito del Aguante. Para demostrar que las merece ahí estaba, sentada en la Abadía de Westminster al lado del que la ha traído por el camino de la amargura, pero con el que aún mantiene algún gesto de complicidad: a veces, el cuerpo olvida más tarde que la cabeza.

A Sofía la ha sostenido el sentido del deber. Le ha pasado igual que a muchas otras mujeres mayores que permanecen junto a los que todavía son sus esposos ante Dios y ante los hombres, pero ya no ante ellas. Mujeres que aguantan porque creen que su obligación es mantener unida a la familia, o porque experimentan un extraño sentimiento de conmiseración y responsabilidad hacia el tipo con el que llevan tanto tiempo: cómo voy a dejar a este pobre desgraciado, si no sabe ni hacerse un huevo frito. Y las desgraciadas son ellas.

Pero a Sofía ya no le importa: separada en alma de su marido desde hace años, ahora también está separada en cuerpo gracias a los kilómetros que hay de aquí a Abu Dabi. Se ha vuelto una de esas abuelas del Imserso a las que les da lo mismo ocho que ochenta, que se cuelgan al móvil al cuello aunque eso no proceda en determinadas circunstancias, que ya solo disimulan cuando toca. Será porque más vale liberarse tarde que nunca. Y porque los 'royals' también son humanos.