Este artículo fue publicado el 02/12/2015 en EL COMERCIO
Asistí
el pasado sábado 28 de noviembre a la gala de clausura de la 53 Edición del
Festival Internacional de Cine de Gijón. Mientras contemplaba la emoción de los
galardonados pensaba en la suerte que tenemos en esta ciudad de disfrutar, durante
ya más de medio siglo, de un Festival que, sin ser el de Cannes – y tampoco lo
pretende –, otorga a Gijón un lugar significado dentro del panorama cinematográfico
español. Disfruto de este evento desde que vivo en esta ciudad, hace ya 15 años
y agradezco lo que Gijón me ha dado en materia de cine, mientras que asocio Oviedo,
más bien, con la música
que me gusta: jornadas internacionales de piano, ópera…. Todas estas ediciones del
festival gijonés han sido para mí una auténtica escuela de cine; un cine
diferente, alternativo pero siempre interesante y muy distinto de lo que
tradicionalmente ofertan las salas comerciales. Se dice que el cine es el séptimo
arte y ahí lo he colocado siempre, en lo que a importancia tiene para mí. No
obstante, he aprendido a valorarlo cada día más, precisamente viviendo en Gijón
desde el día que me casé con un cinéfilo gijonés. Dicen que los que comparten
colchón se vuelven de la misma condición, aunque no estoy segura de si estos
años me han sacado de mi ignorancia en esta materia. Si bien hago por aprender,
sigo fiel a mis gustos, ergo, a mí misma. Me resultaría imposible decir el
número de veces que he visto “Blade Runner” y “Apocalyse Now”, por ejemplo. De la
primera diría que “ni fu, ni fa” y de la segunda, como la tuviera que volver a
ver, definitivamente sería para mí “el horror”. Yo me quedo con “Memorias de
África”, “Los puentes de Madison”, “Titanic”, ….es el tipo de pelis que me
gustan a mí. Seguiré viendo cine, obviamente. Y seguiré acudiendo al estupendo certamen
gijonés y a su entrega de galardones, pero no creo que nada de eso cambie el
galardón supremo que un día le otorgué a mi película favorita.
Ilustracion de Tribuna de Gaspar Meana
Me
la tropecé por casualidad; sin quererlo y sin buscarlo, como suelen suceder las
mejores cosas de la vida. No pude verla en sala de cine porque cuando se
estrenó, estaba enganchada a la lactancia natural de una de mis criaturas.
Compré el DVD y la primera vez que la vi, al terminar, me dije: “No puede ser”.
Me parecía imposible que una obra de arte reuniera tanta emoción, tanto
significado para mí. No es de la factoría “Hollywood”, aunque los “yanquis” han
hecho una réplica que prefiero no ver. Lo que frisa la excelencia no se puede
mejorar. Se trata de una coproducción argentino-española del año 2009, dirigida
por Juan José Campanella. Este señor nunca leerá estas líneas y seguramente le
importará un comino lo que para mí representa su obra. La he visto muchas veces,
aunque me he prometido intentar no verla más de una vez al año, que dicen que
no hace daño y no pretendo que el arte me dañe, sino que me ayude a vivir. El
guion es extraordinario. Fantástica también la música que, en el tema principal
de la película, contiene reminiscencias chopinianas muy de mi gusto. Es el
pasaje musical que se escucha en la escena clave de la película, en la que el
protagonista masculino comete su gran error, que sólo el tiempo le llevará a
reconocer. Este papel está magistralmente interpretado por Ricardo Darín, que
llena las escenas con su profunda mirada azul. “Los ojos hablan”, se dice en la
peli. La mujer que ama se convierte secretamente en su pasión, y “de pasión, no
se puede cambiar.” Sin embargo, se lo niega a ella y a él mismo. ¿Por qué un
hombre se empeña en negarse a sí mismo y a los demás el amor que siente? Tal
vez porque no conviene reconocerlo, porque no era lo previsto. Y ¿por qué ella
se empecina de semejante forma cuando él jamás se lo ha declarado? Yo creo que
porque ella notó, desde el primer instante, que todo lo que ella decía, que
todo lo que ella era, para él, era importante. Me gusta mucho el mensaje
esperanzador que transmite. Del amor, siempre me he cuestionado no su
existencia, sino su resistencia. Nos propone un amor resistente, que sobrevive
incluso a la negación obstinada del mismo por parte de sus protagonistas, ante
sí mismos y, de manera pública, ante el mundo. Y sin embargo ese amor resiste, sobrevive
al tiempo y a la distancia entre ellos, y se revela como única salvación. Esto
me conmueve y me desarma totalmente. Tanto me llena que no dudo en calificarla
como la película de mi vida. El tiempo dirá, amable lector, si me equivoco, o
no.