sábado, 10 de marzo de 2018

Gijón y el cine

Este artículo fue publicado el 02/12/2015 en EL COMERCIO 

Asistí el pasado sábado 28 de noviembre a la gala de clausura de la 53 Edición del Festival Internacional de Cine de Gijón. Mientras contemplaba la emoción de los galardonados pensaba en la suerte que tenemos en esta ciudad de disfrutar, durante ya más de medio siglo, de un Festival que, sin ser el de Cannes – y tampoco lo pretende –, otorga a Gijón un lugar significado dentro del panorama cinematográfico español. Disfruto de este evento desde que vivo en esta ciudad, hace ya 15 años y agradezco lo que Gijón me ha dado en materia de cine, mientras que asocio Oviedo, más bien, con la música que me gusta: jornadas internacionales de piano, ópera…. Todas estas ediciones del festival gijonés han sido para mí una auténtica escuela de cine; un cine diferente, alternativo pero siempre interesante y muy distinto de lo que tradicionalmente ofertan las salas comerciales. Se dice que el cine es el séptimo arte y ahí lo he colocado siempre, en lo que a importancia tiene para mí. No obstante, he aprendido a valorarlo cada día más, precisamente viviendo en Gijón desde el día que me casé con un cinéfilo gijonés. Dicen que los que comparten colchón se vuelven de la misma condición, aunque no estoy segura de si estos años me han sacado de mi ignorancia en esta materia. Si bien hago por aprender, sigo fiel a mis gustos, ergo, a mí misma. Me resultaría imposible decir el número de veces que he visto “Blade Runner” y “Apocalyse Now”, por ejemplo. De la primera diría que “ni fu, ni fa” y de la segunda, como la tuviera que volver a ver, definitivamente sería para mí “el horror”. Yo me quedo con “Memorias de África”, “Los puentes de Madison”, “Titanic”, ….es el tipo de pelis que me gustan a mí. Seguiré viendo cine, obviamente. Y seguiré acudiendo al estupendo certamen gijonés y a su entrega de galardones, pero no creo que nada de eso cambie el galardón supremo que un día le otorgué a mi película favorita. 


Ilustracion de Tribuna de Gaspar Meana

Me la tropecé por casualidad; sin quererlo y sin buscarlo, como suelen suceder las mejores cosas de la vida. No pude verla en sala de cine porque cuando se estrenó, estaba enganchada a la lactancia natural de una de mis criaturas. Compré el DVD y la primera vez que la vi, al terminar, me dije: “No puede ser”. Me parecía imposible que una obra de arte reuniera tanta emoción, tanto significado para mí. No es de la factoría “Hollywood”, aunque los “yanquis” han hecho una réplica que prefiero no ver. Lo que frisa la excelencia no se puede mejorar. Se trata de una coproducción argentino-española del año 2009, dirigida por Juan José Campanella. Este señor nunca leerá estas líneas y seguramente le importará un comino lo que para mí representa su obra. La he visto muchas veces, aunque me he prometido intentar no verla más de una vez al año, que dicen que no hace daño y no pretendo que el arte me dañe, sino que me ayude a vivir. El guion es extraordinario. Fantástica también la música que, en el tema principal de la película, contiene reminiscencias chopinianas muy de mi gusto. Es el pasaje musical que se escucha en la escena clave de la película, en la que el protagonista masculino comete su gran error, que sólo el tiempo le llevará a reconocer. Este papel está magistralmente interpretado por Ricardo Darín, que llena las escenas con su profunda mirada azul. “Los ojos hablan”, se dice en la peli. La mujer que ama se convierte secretamente en su pasión, y “de pasión, no se puede cambiar.” Sin embargo, se lo niega a ella y a él mismo. ¿Por qué un hombre se empeña en negarse a sí mismo y a los demás el amor que siente? Tal vez porque no conviene reconocerlo, porque no era lo previsto. Y ¿por qué ella se empecina de semejante forma cuando él jamás se lo ha declarado? Yo creo que porque ella notó, desde el primer instante, que todo lo que ella decía, que todo lo que ella era, para él, era importante. Me gusta mucho el mensaje esperanzador que transmite. Del amor, siempre me he cuestionado no su existencia, sino su resistencia. Nos propone un amor resistente, que sobrevive incluso a la negación obstinada del mismo por parte de sus protagonistas, ante sí mismos y, de manera pública, ante el mundo. Y sin embargo ese amor resiste, sobrevive al tiempo y a la distancia entre ellos, y se revela como única salvación. Esto me conmueve y me desarma totalmente. Tanto me llena que no dudo en calificarla como la película de mi vida. El tiempo dirá, amable lector, si me equivoco, o no.