En esta etiqueta se recogen los artículos publicados desde 2009 hasta 2016, fecha de inicio de este blog en el que comencé a ubicar mis artículos periodísticos en la web. Los previos nacieron precisamente el 19 de diciembre de 2009, fecha de inicio de mi colaboración con EL COMERCIO, decano de la prensa asturiana.
Este artículo fue publicado en Tribuna
de EL COMERCIO el 11/02/2016
Jeremy Irons, en su reciente y
gloriosa visita al Principado de Asturias para recitar “Egmont” con música de
Beethoven, declaraba en una entrevista para EL COMERCIO (22/01/16) que “todos
desarrollamos un personaje para transitar por la vida y, debajo de él, se
encuentra aquello que nos da miedo de nosotros mismos y de lo cual ni siquiera
somos conscientes”. Creo que lleva razón. A mí, lo que no me da ningún miedo es
declarar mi amor por la música, de la que me confieso una total adicta. Cuando
transcurre un día completo sin escuchar o tocar algo de música, noto una profunda
desazón que sólo se calma precisamente con ella: con música. Seguramente un
buen concierto de piano es para mí el mayor disfrute. Las Jornadas
Internacionales de Piano que tenemos gracias al prematuramente fallecido Luis Gracia Iberni, el que
fuera primero compañero de estudios musicales y, posteriormente, compañero en
la Universidad de Oviedo, son un regalo para los asturianos. Guardo para mí
como un tesoro alguna interpretación en dichas Jornadas de Krystian Zimerman, para mi
gusto, un auténtico dios del piano. Sin embargo, tal vez como fruto de mi
propio proceso de envejecimiento y de aburguesamiento, lo cierto es que cada
día disfruto más con la ópera. El pasado sábado 6 de febrero concluyó con la LXVIII
temporada, tras presentar cinco títulos en el Teatro Campoamor de Oviedo, 22
funciones, retransmisiones a toda la ciudad y la región y un presupuesto que,
en buena parte, depende de la venta de entradas, los patronos y los mecenas y
que, desgraciadamente, disfruta de una de las más bajas subvenciones de nuestro
país. Yo creo que merece ser sostenida. Es por ello que precisamente ha sido en
esta temporada en la que he decidido devenir mecenas de la ópera de mi vetusta
ciudad natal. Y al igual que lo son todas las decisiones importantes en mi vida
– y esta para mí lo es –, no se trata de una decisión coyuntural sino
definitiva. Mientras me quede vida, apoyaré este género musical tan prodigioso que
es la ópera. Y es importante apoyarlo y darlo a conocer a los jóvenes, que son
el futuro, para que sepan que además de la música que suelen escuchar
habitualmente existen maravillas como “Die Walküre”, “Il duca d’Alba”,
“Nabucco” “La bohème”…que pueden llenar y satisfacer sus sentidos y encontrar
en estas maravillosas obras un significado, una respuesta a las preguntas que
nos formulamos los seres humanos sobre nuestra existencia y que, más o menos,
son siempre las mismas.
Vivir del arte es muy
difícil. Por ello, estoy convencida de que deben ser apoyadas las personas que
realizan el épico esfuerzo de dedicar su vida al arte y que intentan vivir de
ello. Ardua tarea en muchos casos. No obstante, he de reconocer que no creo que
todo lo que se califica como arte merezca ser apoyado y subvencionado. Me
sorprende desagradablemente, en ocasiones, el tipo de gente que dice
considerarse artista y que espera vivir de ello, sin tener nada nuevo que ofrecer
al mundo, salvo su propia mediocridad. Y además espera que la compremos o
invirtamos en ella. Por ejemplo, en materia de literatura, un arte que amo y
necesito casi tanto como la música, me quedo atónita, en algunos casos, con la
caterva de “juntaletras” que se autodenominan escritores o escritoras y que
pretenden vivir de la literatura. Estoy convencida de que si Shakespeare o Dostoyevski
levantasen la cabeza y comprobasen algunos de los títulos que se venden en
las librerías – o en Internet – y algunas de las personas que se creen que
están dentro del mismo gremio en el que estuvieron estos dos genios, sufrirían
una náusea insoportable que haría nacer en ellos la necesidad de morir otra vez
y regresar a sus tumbas, sencillamente porque desde su genial perspectiva
esperarían que otros, en el futuro, les superasen o, al menos, les igualasen…No
puedo evitar seguir viendo y revisitando a Shakespeare en muchas de las obras
literarias y cinematográficas actuales. Más de lo mismo, pero peor contado y
muchísimo peor escrito. Náusea adicional me provocan quienes, desde su
mediocridad de oficio, se erigen en gourmets y seres exquisitos para el resto
de cosas. Ese doble rasero me resulta especialmente intragable porque exigen al
mundo lo que ellos mismos son totalmente incapaces de ofrecer. También sucede
en lo académico. A veces, el peor profesor es el que tiene un índice más alto de
suspensos. Nunca he comprendido la satisfacción de algunos colegas que
“suspenden mucho”, como afirman en su propia jerga. Creo yo que eso, es más
bien un fracaso que un éxito en la asignatura que imparten. Allá cada uno con
su manera de ejercer su libertad de cátedra o con su arte. Ahora bien, para
financiar y subvencionar la mediocridad, conmigo que no cuenten. Huyo de ella
más que del virus del ébola. Es más, creo que es aún más dañina que éste último
porque no hay vacuna.
Estoy convencida de
que para que el arte nos ayude a vivir es preciso exigir calidad. Es necesario
instruirse como lectores, como aficionados a la música, a la pintura, a la
arquitectura, para poder discernir el bien del mal en esto, porque formamos
parte de ello. Si uno se para a mirar los bodrios literarios que alcanzan una
elevadísima tasa de ventas, cabe preguntarse, desde la perspectiva del creador,
¿ cuáles son los incentivos a producir obras de calidad si la basura literaria
se vende como rosquillas? Los artistas necesitan comer y pagar su techo. Si lo
que se vende es malo, porque el público carece de gusto artístico y de
formación, entonces produzcamos basura artística. Se genera así una espiral
viciosa que nos provoca mucho rechazo a quienes amamos, creemos, admiramos y
necesitamos el arte para vivir. El arte de calidad. El arte que vale la pena y
que necesita de una crítica instruida. ¿No se ha preguntado nunca por qué el teatro londinense es
tan bueno, por ejemplo? Si se deja caer por allí y comprueba cómo funciona,
entenderá por qué los
británicos son capaces de ver y producir un teatro de altísima calidad. Ir al
teatro es un acto inevitable para mí, cada vez que estoy en esa ciudad.
También en Asturias
tenemos representaciones artísticas excelentes. Por eso, le invito a usted, amable
lector, a hacer lo mismo. A apoyar lo nuestro. A comprar un abono para la OSPA
(Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias), a asistir a un buen concierto
o a convertirse en mecenas de la ópera de Oviedo. Si los asturianos no defendemos
lo nuestro, ¿quién va a venir a hacerlo por nosotros? Debemos apoyar el arte
porque, sin arte, no merece la pena vivir. Y tal vez encuentre una respuesta o
algo que tenga significado para usted. Cantaba Abigaille en Nabucco: “Anch’io dischiuso un giorno/ ebbi alla gioia
il core”/”Ah! Chi del perduto incanto/ mi torna un giorno sol?”. ¡Larga
vida a la ópera de Oviedo! Los que la amamos ya estamos pensando en la
siguiente en la que incluirán títulos nuevos como “Mazepa”, una obra casi
inédita de Tchaikovski, “Fausto” (de Charles Gounod), “Così fan tutte” (de
Mozart) “Capuletos y Montescos” (de Bellini) y “Rigoletto” (de Verdi). ¡Venga!
¡Anímese a venir y apoyar a la ópera de Oviedo! Vale la pena. Créame.