Este artículo fue publicado el domingo 14/01/18 en el diario EL COMERCIO,
en Tribuna Dominical |
“No entiendo
cómo eres capaz de sentirte peligrosa siendo tan vulgar”.
Enrique Bunbury.
En
el finado 2017 hay algo que me ha impactado muchísimo y no es el proceso
independentista catalán. Con este último me he planteado lo de año nuevo, vida
nueva catalanista y haré con las páginas de este asunto en el periódico
exactamente lo mismo que con las de fútbol: juntarlas todas y pasarlas de una
tacada – me gusta la prensa en papel –, a ver si así consigo no enterarme de
nada. Y lo peor es que incluso sin querer me entero de lo que pasa. Como decía,
algo que me ha sorprendido ha sido esta fiebre de destape “instagramero” de
famosas de medio pelo que explosionó el pasado verano. Me lo pasé currando como
una negra en la Universidad de Cambridge y cada vez que abría EL COMERCIO
digital – en la lontananza inglesa no podía ser en papel, sniff –, me encontraba
con la “novedad” de que una nueva famosilla o famoseta incendiaba las redes con
su destape que no puede ser total. ¡Eso ya sería porno duro, válgame Dios! Al
parecer, según el “casto” criterio de las famosillas, lo único que no puede ver
el personal masculino que no entra en su dormitorio son tres minúsculas parcelas
de su cuerpo. A saber: los dos pezones (el resto del seno es de visionado
público general; ¡pardiez! que estamos en el siglo XXI) y el minúsculo
triangulillo de la entrepierna. Ese triplete no, ¡por supuesto! Que algo tiene
que quedar para quien dispone del derecho a roce. Desde luego, generosidad corporal
con el dueño de su corazón no se puede decir que tengan las famosillas. El
resto es de visionado público gratuito, lo cual, siendo economista, me deja
descolocada, porque cuando uno hace algo por dinero, la razón queda clara: el
vil metal, ese que para algunos mueve el mundo. O su mundo. Confieso que soy de
la vieja escuela y lo que me ha movido de un lugar a otro en mi vida ha sido la
sed de conocimiento y la sed de amor. El dinero es algo que centra mi trabajo
pero que no me interesa fuera de él, salvo lo necesario. Hay cosas más
importantes y por las que, en verdad, vale la pena vivir y morir.
No
parece que sea el parné lo que las mueve a semejante destape generalizado, al
menos, no de manera directa aunque, tal vez, indirectamente, les reporte mayor
número de “followers” (¿a qué me recuerda esta palabra en castellano?) y ahí radique
el beneficio. Estoy convencida de que no
es ese el principal motor sino la sed de exhibicionismo. La necesidad de mostrar
al mundo sus cuerpos, con las oportunas contorsiones para que no se vea el
triplete impúdico anteriormente mencionado. En realidad muestran eso porque no
tienen gran cosa que exhibir. Y al hacerlo, no resultan peligrosas sino
vulgares (Bunbury dixit). La mujer que lo hace, desde ese momento, se convierte
en vulgar. No tiene marcha atrás. Lo has hecho: eres vulgar. Es como un hombre
que decide peerse públicamente de manera deliberada. Es una vulgaridad y lo
mismo da que lo haga un albañil, un directivo de banca o el presidente de un
gobierno, incluso del gobierno catalán. Es vulgar. Y seas lo que seas, ¿te
muestras desnuda o semidesnuda en internet? Eres muy vulgar. Y si te comentan
de manera negativa tu desnudo y te cabreas, más vulgar todavía. No voy a omitir
el caso de una semi-actriz española, muy bella por cierto, que se enojó lo
indecible porque uno de sus “followers
instagrameros” le dijo que estaba gorda. Lo cierto es que no lo está. A
mí me parece que está estupenda y bellísima, pero claro, si lo muestras
públicamente has de admitir que la belleza está en el ojo del que mira y quizás
no gustes a todos.
Ilustración de GASPAR MEANA. Genial, como siempre.
Ante
todo esto me pregunto: “¿Qué pensarían Clara Schumann o Marie Curie si
levantaran la cabeza?”. En un mundo que no nos margina en absoluto y en el que
las mujeres disponemos de todo para ser personas, sujetos pensantes, ¿a qué
viene semejante exhibición como objetos de deseo? Y las feministas del
“Observatorio del género” que están al quite de si el lenguaje es no sexista,
obligándolo a duplicidades absurdas e incorrectas gramaticalmente, de esto, ¿no
observan nada? ¿No se escandalizan porque son las propias “instagrameras” las
que deciden exhibir su cuerpo? Es tristísimo y deplorable. Y no por una
cuestión moral en absoluto. Ni siquiera ética. Sencillamente por una cuestión
práctica de lo que estamos haciendo como mujeres; porque esto nos afecta a
todas. Incluso a las que no enseñaríamos ni el dedo meñique de un pie.
Todo
esto es puro detritus femenino cosificado. Es como el horror al que se refería
Brando-Kurtz en su famoso “speech” final. A mi juicio, toda esta exhibición de
belleza femenina en cueros es “el horror”. ¿Por qué necesitan hacerlo? ¿Acaso
están inseguras de su belleza? La mujer que es bella lo sabe: no necesita
mostrar nada. La vida se lo ha demostrado cada día de su existencia cada que
vez que el hombre que la ama la requiebra; cada vez que lo hacen otros hombres
a los que no ama. Como decía el fotógrafo en la peli de “La vida secreta de
Walter Mitty”, “las cosas más bellas de este mundo nunca intentan llamar
nuestra atención”. Él se refería a un leopardo que no lograba fotografiar. Las
mujeres que son bellas y se saben bellas no necesitan exhibirse desnudas para
llamar la atención.
Hay
cosificaciones públicas de la mujer, como esta, pero también se da en privado.
La que vive como mujer-objeto, macho-céntrica y feliz cero a la izquierda
porque no sabe ser otra cosa, no dista mucho de esto, aunque no lo exhiba a
todos. Cuando visité el Fitzwilliam Museum de Cambridge no pude evitar la
tentación de comprar un libro con fotografías de pinturas de otras épocas donde
se mostraban a mujeres leyendo. Mujeres que, por entonces, eran necesariamente un
cero a la izquierda, por la educación existente antaño, pero que aparecían
vestidas y leyendo. Reivindicándose ante el mundo como personas, como sujetos
ávidos de conocimiento. ¿Acaso hay mujer más bella, amable lector, que la que
quiere ser y mostrarse como una persona, como un sujeto pensante y no como una
cosa? Ni más, ni menos. Ni como una diosa, ni como una cosa. Sencillamente como
una persona.