martes, 16 de enero de 2018

Detritus femenino: ¡el horror!

               Este artículo fue publicado el domingo 14/01/18 en el diario EL COMERCIO, 
                                                              en Tribuna Dominical



“No entiendo cómo eres capaz de sentirte peligrosa siendo tan vulgar”.
Enrique Bunbury.

En el finado 2017 hay algo que me ha impactado muchísimo y no es el proceso independentista catalán. Con este último me he planteado lo de año nuevo, vida nueva catalanista y haré con las páginas de este asunto en el periódico exactamente lo mismo que con las de fútbol: juntarlas todas y pasarlas de una tacada – me gusta la prensa en papel –, a ver si así consigo no enterarme de nada. Y lo peor es que incluso sin querer me entero de lo que pasa. Como decía, algo que me ha sorprendido ha sido esta fiebre de destape “instagramero” de famosas de medio pelo que explosionó el pasado verano. Me lo pasé currando como una negra en la Universidad de Cambridge y cada vez que abría EL COMERCIO digital – en la lontananza inglesa no podía ser en papel, sniff –, me encontraba con la “novedad” de que una nueva famosilla o famoseta incendiaba las redes con su destape que no puede ser total. ¡Eso ya sería porno duro, válgame Dios! Al parecer, según el “casto” criterio de las famosillas, lo único que no puede ver el personal masculino que no entra en su dormitorio son tres minúsculas parcelas de su cuerpo. A saber: los dos pezones (el resto del seno es de visionado público general; ¡pardiez! que estamos en el siglo XXI) y el minúsculo triangulillo de la entrepierna. Ese triplete no, ¡por supuesto! Que algo tiene que quedar para quien dispone del derecho a roce. Desde luego, generosidad corporal con el dueño de su corazón no se puede decir que tengan las famosillas. El resto es de visionado público gratuito, lo cual, siendo economista, me deja descolocada, porque cuando uno hace algo por dinero, la razón queda clara: el vil metal, ese que para algunos mueve el mundo. O su mundo. Confieso que soy de la vieja escuela y lo que me ha movido de un lugar a otro en mi vida ha sido la sed de conocimiento y la sed de amor. El dinero es algo que centra mi trabajo pero que no me interesa fuera de él, salvo lo necesario. Hay cosas más importantes y por las que, en verdad, vale la pena vivir y morir.
No parece que sea el parné lo que las mueve a semejante destape generalizado, al menos, no de manera directa aunque, tal vez, indirectamente, les reporte mayor número de “followers” (¿a qué me recuerda esta palabra en castellano?) y ahí radique el beneficio. Estoy  convencida de que no es ese el principal motor sino la sed de exhibicionismo. La necesidad de mostrar al mundo sus cuerpos, con las oportunas contorsiones para que no se vea el triplete impúdico anteriormente mencionado. En realidad muestran eso porque no tienen gran cosa que exhibir. Y al hacerlo, no resultan peligrosas sino vulgares (Bunbury dixit). La mujer que lo hace, desde ese momento, se convierte en vulgar. No tiene marcha atrás. Lo has hecho: eres vulgar. Es como un hombre que decide peerse públicamente de manera deliberada. Es una vulgaridad y lo mismo da que lo haga un albañil, un directivo de banca o el presidente de un gobierno, incluso del gobierno catalán. Es vulgar. Y seas lo que seas, ¿te muestras desnuda o semidesnuda en internet? Eres muy vulgar. Y si te comentan de manera negativa tu desnudo y te cabreas, más vulgar todavía. No voy a omitir el caso de una semi-actriz española, muy bella por cierto, que se enojó lo indecible porque uno de sus “followers  instagrameros” le dijo que estaba gorda. Lo cierto es que no lo está. A mí me parece que está estupenda y bellísima, pero claro, si lo muestras públicamente has de admitir que la belleza está en el ojo del que mira y quizás no gustes a todos.

Ilustración de GASPAR MEANA. Genial, como siempre. 

Ante todo esto me pregunto: “¿Qué pensarían Clara Schumann o Marie Curie si levantaran la cabeza?”. En un mundo que no nos margina en absoluto y en el que las mujeres disponemos de todo para ser personas, sujetos pensantes, ¿a qué viene semejante exhibición como objetos de deseo? Y las feministas del “Observatorio del género” que están al quite de si el lenguaje es no sexista, obligándolo a duplicidades absurdas e incorrectas gramaticalmente, de esto, ¿no observan nada? ¿No se escandalizan porque son las propias “instagrameras” las que deciden exhibir su cuerpo? Es tristísimo y deplorable. Y no por una cuestión moral en absoluto. Ni siquiera ética. Sencillamente por una cuestión práctica de lo que estamos haciendo como mujeres; porque esto nos afecta a todas. Incluso a las que no enseñaríamos ni el dedo meñique de un pie.
Todo esto es puro detritus femenino cosificado. Es como el horror al que se refería Brando-Kurtz en su famoso “speech” final. A mi juicio, toda esta exhibición de belleza femenina en cueros es “el horror”. ¿Por qué necesitan hacerlo? ¿Acaso están inseguras de su belleza? La mujer que es bella lo sabe: no necesita mostrar nada. La vida se lo ha demostrado cada día de su existencia cada que vez que el hombre que la ama la requiebra; cada vez que lo hacen otros hombres a los que no ama. Como decía el fotógrafo en la peli de “La vida secreta de Walter Mitty”, “las cosas más bellas de este mundo nunca intentan llamar nuestra atención”. Él se refería a un leopardo que no lograba fotografiar. Las mujeres que son bellas y se saben bellas no necesitan exhibirse desnudas para llamar la atención.

Hay cosificaciones públicas de la mujer, como esta, pero también se da en privado. La que vive como mujer-objeto, macho-céntrica y feliz cero a la izquierda porque no sabe ser otra cosa, no dista mucho de esto, aunque no lo exhiba a todos. Cuando visité el Fitzwilliam Museum de Cambridge no pude evitar la tentación de comprar un libro con fotografías de pinturas de otras épocas donde se mostraban a mujeres leyendo. Mujeres que, por entonces, eran necesariamente un cero a la izquierda, por la educación existente antaño, pero que aparecían vestidas y leyendo. Reivindicándose ante el mundo como personas, como sujetos ávidos de conocimiento. ¿Acaso hay mujer más bella, amable lector, que la que quiere ser y mostrarse como una persona, como un sujeto pensante y no como una cosa? Ni más, ni menos. Ni como una diosa, ni como una cosa. Sencillamente como una persona.