Cuando regresé
de acompañar a mi primogénito a un concurso nacional de piano y al Campeonato
Mundial de Ajedrez, me reuní con mi hijita. Fue preciso hacer turnos en el
Mundial; yo sólo estuve algún día, porque 15 días de competición se hacen
largos a todos, menos al que juega. ¡Qué vicio, por Dios! Y ahí estuvimos mamá,
y papá, y luego la abuela, y el marido de la abuela…
Pero llego a casa y mi
niña, a la que pregunto por el cole y sus lecciones de violonchelo me
pregunta: “Mamá, ¿qué es el amor?”. Me deja bloqueada y me recuerda lo fácil
que es hablar con mi hijo, con el que comparto anacrusas e inversión de
intervalos, y que solo piensa en casillas blancas y negras, en teclas blancas y
negras, en balones de fútbol y que si mira para las niñas del cole (eso
espero) no me dice nada.
Le contesto a mi
hija aplicando el concepto, en lugar de dando una definición: “Amar a alguien es
hacer algo bueno por esa persona”. Me pregunto si lo he hecho. Me respondo que creo
que sí. Si alguien que no tiene trazas de sacar bien una carrera, termina como
médico brillante por ponerse la pilas y merecerse a su novia empollona, pues ya ha
mejorado. O si haces padre a un hombre y la paternidad lo mejora como padre, y
como hombre, por tener tu compañía, pues ya ha mejorado. ¿Y yo? Supongo que soy
una persona más tolerante y paciente gracias al amor, aunque sigo siendo
incapaz de esperar por un ascensor. Si son 50 pisos igual me lo pienso…pero con
menos, pillo la escalera.
Y sigue mi
princesa con el interrogatorio: “¿Y cómo se elige?”. Le contesto que para las
chicas, mejor que te elijan. Muuuuuucho más cómodo y no pierdes el derecho a
tener la última palabra. Me suena trasnochado y le contesto: “Pues pensando si
esa persona está hecha para ti; si te la mereces; si te merece. Y si no es para
ti, le dices que no. No le niegas su sentimiento, porque sería anularlo - hay personas que lo hacen - pero le
dices que no. No se hace daño gratuito a la gente negando la verdad de sus sentimientos o diciendo que son una trola, porque tú no lo sientes. Se les dice que no se les corresponde y punto. Y para elegir, utilizas una vara
de medir justa. Lo que sientas así. Hay gente que tiene un criterio para sí
mismos y otro para los demás. Y consigo mismo es muuuuucho más tolerante y
generoso. Sin duda”.
Me vuelve a
mirar y sigue con el interrogatorio: “¿Y si me equivoco?”. Agotada contesto: “Pues hija mía, la gente que se
equivoca se divorcia, cuando no puede más. Tu abuela lo está, uno de tus tíos
lo está…, pero hay que luchar”.
Me pregunto si
he luchado y me contesto que sí. Que en breve 18 años de matrimonio lo demuestran. Se puede
hacer mejor, pero seguro que peor también.
No le digo que
los divorcios duelen. No me he divorciado pero lo sé, de buena tinta. No le
digo que pueden ser una solución para una vida mejor. No le digo que hay gente
que piensa que la gente que se divorcia son personas sin escrúpulos, que no les
importa nada ni nadie, meros hedonistas que sólo piensan en su placer. Y eso lo
piensa gente de otros, estando esas personas divorciadas, que tiene bemoles la
cosa. Me pasó con una compañera de trabajo.
No le digo que no
nos corresponde juzgar a nadie. Que hacemos lo que podemos por encontrar nuestra felicidad en este valle de lágrimas. Que ya nos juzgará
el Altísimo, en el juicio final, si lo hay. Que no es seguro que lo haya; nadie
ha venido a confirmarlo. Que no creo que nadie nos queme en la hoguera por nuestros pecados...
Y mi hija: “Mamá,
¿de qué hablas ahora?”