jueves, 22 de noviembre de 2018

Lo que da el amor


Cuando regresé de acompañar a mi primogénito a un concurso nacional de piano y al Campeonato Mundial de Ajedrez, me reuní con mi hijita. Fue preciso hacer turnos en el Mundial; yo sólo estuve algún día, porque 15 días de competición se hacen largos a todos, menos al que juega. ¡Qué vicio, por Dios! Y ahí estuvimos mamá, y papá, y luego la abuela, y el marido de la abuela…

Pero llego a casa y mi niña, a la que pregunto por el cole y sus lecciones de violonchelo me pregunta: “Mamá, ¿qué es el amor?”. Me deja bloqueada y me recuerda lo fácil que es hablar con mi hijo, con el que comparto anacrusas e inversión de intervalos, y que solo piensa en casillas blancas y negras, en teclas blancas y negras, en balones de fútbol y que si mira para las niñas del cole (eso espero) no me dice nada.
Le contesto a mi hija aplicando el concepto, en lugar de dando una definición: “Amar a alguien es hacer algo bueno por esa persona”. Me pregunto si lo he hecho. Me respondo que creo que sí. Si alguien que no tiene trazas de sacar bien una carrera, termina como médico brillante por ponerse la pilas y merecerse a su novia empollona, pues ya ha mejorado. O si haces padre a un hombre y la paternidad lo mejora como padre, y como hombre, por tener tu compañía, pues ya ha mejorado. ¿Y yo? Supongo que soy una persona más tolerante y paciente gracias al amor, aunque sigo siendo incapaz de esperar por un ascensor. Si son 50 pisos igual me lo pienso…pero con menos, pillo la escalera.
Y sigue mi princesa con el interrogatorio: “¿Y cómo se elige?”. Le contesto que para las chicas, mejor que te elijan. Muuuuuucho más cómodo y no pierdes el derecho a tener la última palabra. Me suena trasnochado y le contesto: “Pues pensando si esa persona está hecha para ti; si te la mereces; si te merece. Y si no es para ti, le dices que no. No le niegas su sentimiento, porque sería anularlo - hay personas que lo hacen - pero le dices que no. No se hace daño gratuito a la gente negando la verdad de sus sentimientos o diciendo que son una trola, porque tú no lo sientes. Se les dice que no se les corresponde y punto. Y para elegir, utilizas una vara de medir justa. Lo que sientas así. Hay gente que tiene un criterio para sí mismos y otro para los demás. Y consigo mismo es muuuuucho más tolerante y generoso. Sin duda”.  
Me vuelve a mirar y sigue con el interrogatorio: “¿Y si me equivoco?”. Agotada contesto: “Pues hija mía, la gente que se equivoca se divorcia, cuando no puede más. Tu abuela lo está, uno de tus tíos lo está…, pero hay que luchar”.



Me pregunto si he luchado y me contesto que sí. Que en breve 18 años de matrimonio lo demuestran. Se puede hacer mejor, pero seguro que peor también. 
No le digo que los divorcios duelen. No me he divorciado pero lo sé, de buena tinta. No le digo que pueden ser una solución para una vida mejor. No le digo que hay gente que piensa que la gente que se divorcia son personas sin escrúpulos, que no les importa nada ni nadie, meros hedonistas que sólo piensan en su placer. Y eso lo piensa gente de otros, estando esas personas divorciadas, que tiene bemoles la cosa. Me pasó con una compañera de trabajo.
No le digo que no nos corresponde juzgar a nadie. Que hacemos lo que podemos por encontrar nuestra felicidad en este valle de lágrimas. Que ya nos juzgará el Altísimo, en el juicio final, si lo hay. Que no es seguro que lo haya; nadie ha venido a confirmarlo. Que no creo que nadie nos queme en la hoguera por nuestros pecados...

Y mi hija: “Mamá, ¿de qué hablas ahora?”