sábado, 14 de octubre de 2023

16 DE JUNIO

 En esta etiqueta se recogen los artículos publicados desde 2009 hasta 2016, ésta última, fecha de inicio de este blog en el que comencé a ubicar mis artículos periodísticos en la web. Los previos nacieron precisamente el 19 de diciembre de 2009, día de inicio de mi colaboración con EL COMERCIO, decano de la prensa asturiana. 

 

 Este artículo fue publicado en 

TRIBUNA de EL COMERCIO el 16/06/2015

Declaraba José Luis García Martín en un llamado “Cuestionario de urgencia” (12 de abril), publicado en EL COMERCIO, al ser interrogado por “un libro famoso que no ha leído ni tiene intención de leer”, que el “Ulises” de Joyce era ese libro, “como le sucede a la mayoría de la gente”. Debo decir que me encuentro entre la minoría restante que sí ha leído tan, por lo visto, importante obra. Confieso que no fui capaz de hacerlo al primer intento. De hecho, me resultó tan horrible que casi desde el principio tuve la necesidad de soltarlo. Decidí hacerlo en la página 16, tal vez como homenaje a las 16 horas que relata el libro, de un día 16 de junio en la vida de Leopold Bloom. Esta última fue la razón por la que me sentí inclinada a leer tan singular obra – por el significado que tal día tiene para mí – y pensé que, sólo por eso, se iba a convertir en uno de mis libros favoritos, o quizás, el preferido. Nada más lejos de la realidad. Sin embargo, como soy bastante pertinaz para lo que realmente quiero, no me doy por vencida fácilmente, así que, en un momento de mi vida de obligado reposo, en que necesitaba alejar mi mente de la preocupación, pensé que estar absorbida por la lectura de tan singular novela me haría bien. Y logré leerlo de cabo a rabo. No conseguí disfrutarlo en absoluto, ni entender más que lo más esencial. Cuando llegué a la página final de mi ejemplar – en Ediciones Cátedra – me convencí de que la vez anterior que había intentado su lectura tampoco me había perdido nada realmente esencial, al menos para mí. De hecho, lo más sensato que leí lo declara Bloom respecto al tabaco (pág. 549): “Raramente fumo, querida. La boca puede tener mejor ocupación que chupar un cilindro de hierba fétida”. Estoy totalmente de acuerdo.

No recomendaría a nadie la lectura de esta obra, salvo que tuviera que hacer penitencia por algo. Para Vargas Llosa es un libro esencial, pero es evidente que pocos tienen su capacidad de compresión literaria. Esto me preocuparía si fuese escritora, porque asumiría como mi obligación leer y entender dicha novela, pero me conformo con comprender los manuales esenciales de mi oficio, que no es, ni será nunca, la literatura. Joyce, según los expertos, reinventó la narrativa en su “Ulises”. Tanto, que algunos aconsejan saltarse los párrafos especialmente “imposibles”. Yo me negué. Lo leí en su totalidad. James Joyce relató en su “Ulises” todo lo que el dublinés Leopold Bloom hizo cierto 16 de junio. Por eso, esta fecha está dedicada a la inmortal novela. Los “fans” dublineses se visten igual que los personajes y reviven el itinerario de Leopold – desde su desayuno de riñones hasta el baile nocturno –. Se trata de un libro definitivamente difícil por diversas razones. Por su longitud: 16 horas en la vida de Leopold retratadas en unas 1.200 páginas, según las ediciones. Por los monólogos: cada personaje narra lo que siente, sueña y piensa en primera persona. Por la falta de puntuación, que no facilita la comprensión, precisamente (a veces, me entretenía poniendo puntos y comas para intentar descifrar algunos párrafos). Por las citas –algunas muy largas  en latín y griego –. Está claro que Joyce revolucionó el género de la novela con esta obra y que nadie se había atrevido a “destrozar” la narrativa de forma tan contundente. Nadie creo que haya vuelto hacerlo.



Entender el “Ulises”, en realidad, es un modo de comprender a Joyce, que no es tarea fácil. El mencionado Nobel de literatura seguramente podrá hacerlo, pero para la mayoría de mortales es un misterio. Decía Maquiavelo que “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”. Aparentemente Joyce es indescifrable; tal vez algunos logren verlo y entenderlo. Es evidente que hay personas más complicadas de conocer. Personas a las que bien se les podría aplicar la “teoría del iceberg” de que es mucho más lo que hay que lo se ve; aun cuando, aparentemente, muestren y hablen mucho de sí mismas. Creo que Joyce no deja de hacerlo a través de Bloom. Supongo que, para estas personas, alcanzar la felicidad también es más difícil. Ya decía Machado que la felicidad es “el estómago lleno y la cabeza vacía”. No quisiera dejar un mal sabor de boca literario con estas líneas. Simplemente pretendo transmitir que para mí, que amo y disfruto la buena literatura – aunque no tuve suerte con el “Ulises” – es muy importante saber escoger buenas novelas porque lleva su tiempo leerlas, y seguramente es necesario escoger entre las que se consideran obras maestras pero, asimismo, es esencial pasar un buen rato. Aprender, emocionarse y disfrutar. En caso contrario, yo creo que es tiempo perdido.

Exactamente lo contrario del “Ulises”, es lo que me sucedió, por ejemplo, con la novela “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo. Había oído hablar bien de ella, pero desde un primer momento la descarté porque creía que todo lo afín al realismo mágico estaba muy alejado de mi gusto. Sin embargo, por esas sorpresas que te da la vida, me encontré, sin querer, en la necesidad y obligación de leerlo, casi a desgana. Se ha convertido, desde entonces, en una de mis novelas favoritas. La he leído tres veces y no descarto volver a hacerlo, porque en cada lectura descubro algo nuevo. Es pequeña, pero densa e intensa. Sus escasas 68 páginas sirvieron para colocar a este autor mexicano –Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1988 – entre los grandes renovadores de la narrativa hispanoamericana. El culpable de esta lectura, hace ya muchos años, fue un hombre del que me gustaba lo bien que era capaz de expresar el profundo deseo que sentía por mi persona. Muchas otras cosas no me convencían en absoluto. Aprender a vivir es conocerse, en primer lugar, y cuando tal cosa sucede, que no siempre es fácil, sabes mejor con qué tipo de persona quieres estar. Aquel no era hombre para mí. Un día me soltó que se pasaba el día como “Pedro Páramo”, el de la novela de Juan Rulfo. Al contemplar mi cara de circunstancias pudo comprobar inmediatamente que yo no había leído tan famosa novela. A punto estuve de devolverle el puñetazo literario preguntándole si tenía la más remota idea de cómo se calculaba el valor liquidativo de un fondo de inversión. Finalmente no lo hice, porque no quería añadir crueldad al de por sí cruel rechazo amoroso. Aunque le cueste creerlo, amable lector, en los momentos cruciales soy capaz de medir bien y suavizar mis palabras. Excuso decir que, al día siguiente de aquello, me fui derecha a la librería a comprar la dichosa novela. Efectivamente, en ella mi nombre se repite por todas partes; el de la última esposa de Páramo, la única que, en verdad, amó. “Susana, Susana…Sentí que se abría el cielo. Tuve ánimos de correr hacia ti. De rodearte de alegría. De llorar. Y lloré, Susana, cuando supe que al fin regresarías”. “¿Sabías, Fulgor, que ésa es la mujer más hermosa que se ha dado sobre la tierra? Llegué a creer que la había perdido para siempre. Pero ahora no tengo ganas de volverla a perder”.

Querido lector, si usted ha sido capaz de disfrutar con el “Ulises”, le felicito. No obstante, no deje de leer a Rulfo. No le llevará mucho tiempo y le emocionará. Al menos a mí me pasó. Y por cierto, si a usted le sucede lo mismo que a mí o a Adam Smith – un economista fundamental en mi formación – y ha nacido usted tal día como hoy, en esta jornada encumbrada en la literatura universal, le deseo un muy feliz cumpleaños.





Un bello nacido en 16 de junio. Otro homenaje de Joyce