martes, 29 de noviembre de 2022

El problema alemán

En esta etiqueta se recogen los artículos publicados desde 2009 hasta 2016, fecha de inicio de este blog en el que comencé a ubicar mis artículos periodísticos en la web. Los previos nacieron precisamente el 19 de diciembre de 2009, fecha de inicio de mi colaboración con EL COMERCIO, decano de la prensa asturiana. 


Este artículo fue publicado en 

EL COMERCIO el 20/10/2015


Pues sí. Voy a hablar del problema alemán; no del problema catalán. Sobre este último han corrido y seguirán corriendo ríos de tinta. No puedo estar más de acuerdo con lo expresado por Lorenzo Silva en EL COMERCIO el 28/09/15. “Todos pierden (perdemos)”. Sentimientos al margen, desde un punto de vista económico – que es lo primero que miramos los economistas –, con el resultado de las elecciones catalanas salimos todos perdiendo si la divina providencia o, más bien, el buen funcionamiento de las instituciones no impiden que el señor Mas continúe con su maquiavélica hoja de ruta separatista.

Refiriéndome al otro problema – el alemán – lo ilustro con una anécdota estival. Me encontraba yo este pasado verano en una tienda de Estoril cuando me percaté de que un alemán trataba de hacerse entender en inglés con la dependienta del comercio, una portuguesa bien entrada en años que, a duras penas, podía comprender lo que el exigente cliente trataba de decirle en tono muy autoritario. Reconociendo inmediatamente su acento, traduje al “portuñol” (no hablo portugués) lo que el teutón pretendía pedirle para, a continuación, dirigirme a él y, con mi mejor alemán, decirle que no estaba segura de que una anciana alemana que regentase una tienda en un pequeña población de su país dominase a la perfección el inglés. El tipo me miró con aire de superioridad tratando de entender cómo aquella insolente mujer era capaz de reprender su despótico comportamiento en su propia lengua. Mi marido, que estaba esperando fuera, al ver que me demoraba, entró en el lugar y el individuo, que no era muy alto, al contemplar a aquel hombre de metro ochenta nueve y cuerpo musculado que se acercaba a mí, terminó de sentirse acorralado físicamente, cuando ya lo estaba verbalmente y optó por abandonar la tiendecita sin musitar ni una palabra más. La cara de felicidad de la anciana portuguesa, al verse libre de aquel pelmazo, fue todo un poema. A eso es a lo que me quiero referir; a ese complejo de superioridad de muchos alemanes que nace, creo yo, de la inferioridad que sienten por el papel que han jugado en la historia. A decir de los psicólogos, el complejo de superioridad, manifestado en un exceso de orgullo que hace sentir a la persona por encima de los demás, queriendo mandar con autoridad, juzgando e imponiendo sus razones, mostrándose arrogantes, altivos y prepotentes, con una postura corporal rígida y que miran por encima del hombro, suele ocultar un gran sentimiento de inferioridad que la persona necesita compensar.



El sacro imperio romano germánico (I Reich), el imperio alemán (II Reich) – que terminó con la primera guerra mundial – y las ambiciones del Führer reflejadas en su Alemania nazi – que trajeron consigo la segunda guerra mundial – no han tenido buen final y ellos, los “grandiosos” alemanes, sienten que no han desempeñado en la historia de la humanidad el rol que se merecen. Comprendo que toda generalización es peligrosa pero, lo que observo es que no acaban de digerir que ellos, siendo más organizados, más planificadores, más fiables que los mediterráneos – porque lo son –  nunca hayan tenido un imperio como el de Carlos I de España, donde nunca se pusiera el sol. Jamás han sido los amos del mundo como lo fue Roma en su momento. Sencillamente no lo soportan y ello deriva en lo que yo llamo el problema alemán. Si tal complejo no existiera, yo creo que no debería surgir en ellos tal necesidad de tenernos a los demás a sus órdenes y a sus pies.

El domingo 2 de agosto se publicó en EL COMERCIO un artículo de Diego Carcedo que resultaba muy iluminador, refiriéndose a que Alemania vuelve a preocupar por su afán de hacer valer su supremacía económica a toda costa. En el terreno que yo más puedo conocer, la política monetaria, esta afirmación es indudable. Partiendo de la base de que la sede del Banco Central Europeo está en Frankfurt, y no en Bruselas o Estrasburgo, sedes del Parlamento Europeo, en el diseño de la política monetaria europea y en su instrumentación pesaron más los criterios alemanes que los del resto de países europeos. Se habla en la actualidad de profundizar en la unión bancaria; se ha creado el mecanismo único de supervisión y aún se debe esperar para que el mecanismo único de resolución asuma sus funciones pero, todo ello, pasa por la aprobación de la todopoderosa Alemania. El argumento es siempre el mismo: su peso económico y el sostenimiento del presupuesto europeo.

Esta situación afecta a muchos sectores. Se me caía el alma a los pies, por ejemplo, leyendo no hace mucho un informe sobre las causas de la crisis en el sector de la fruta dulce. Lo que parecía estar detrás era el abuso de la posición de dominio de la gran distribución alemana. Se cumple la parábola de los talentos: “al que tiene se le dará más” y así, sucesivamente. Definitivamente, esto tiene que parar. Soy una europeísta convencida y me gustaría ver avanzar la unión de Europa. Planteaba Rosa Regás el pasado domingo 4 de octubre, en este mismo medio, sus dudas acerca del proyecto europeo. Y yo me pregunto, ¿cuál es la alternativa? ¿desandar el camino? ¿deshacer lo hecho?. ¡Al contrario! Se trata de avanzar. Señalaba el economista José Carlos Díez en un encuentro celebrado hace unos días en Oviedo bajo el nombre de “Europa en la encrucijada”, que es preciso avanzar en la unión fiscal y monetaria, pero sobre todo, en la unión política. Estoy totalmente de acuerdo.

Cuando una va cumpliendo años se percata de que las cosas, en su mayoría, no pasan por casualidad. Estaba previsto que así sucedieran. Y que Alemania haya llegado a esta situación es algo que se viene tejiendo desde hace años. Si seguimos así, vamos camino de tener una emperatriz Merkel (y sus respectivos sucesores) con un dominio basado en los dineros y con ánimo de perpetuarse por los siglos de los siglos. ¡Poderoso caballero es don Dinero! Creo que no debemos dejar que los alemanes ganen esta partida. No se trata de provocar la tercera guerra mundial. Precisamente una de las ventajas de la UE es la paz que ha traído a este continente. Lo que hay que hacer es mirarles de frente en las negociaciones europeas; hablarles de tú a tú; plantarles cara, como yo hice en aquella tienda, y decirles sencillamente que en lo que no tienen razón, no la tienen. Que este proyecto europeo o es de todos por igual, o no es de nadie. Que no les tenemos miedo y que no deben sentirse dioses respecto al resto de europeos, porque sencillamente son seres humanos, con muchísimas cualidades –sin duda– pero también con sus debilidades y sus fallos, como todos los demás. Y ahí está el caso de la Volkswagen para confirmarlo. Han entendido mucho mejor que nosotros que, para hacerse fuertes, debían hacerse más grandes. Se reunificaron y a pesar del coste inicial les ha salido muy bien. Una mentalidad totalmente contraria a la nuestra, pretendiendo dinamitar el país: primero Cataluña, luego será el País Vasco…Mucho me temo, amable lector, que ha llegado el momento de decirles: ¡Está bien, Alemania, alto ahí!. In Ordnung, Deutschland, halt da an!