lunes, 7 de febrero de 2022

COIXET y Virginia WOLF, suicidio de por medio

 Aquí un artículo de la Coixet sobre el suicidio, el tema que he tratado yo ayer en mi artículo dominical para EL COMERCIO. Y debajo, el link de un interesante reportaje de XL Semanal sobre la señora Wolf que terminó como terminó con su vida. El suicidio no es una cosa de pobres, o de gente con dificultades económicas o de gente tarada. 

Es un problema para quien siente ese impulso y se puede superar y tratar. O, al menos, intentarlo. 

https://www.abc.es/xlsemanal/firmas/isabel-coixet-el-punto.html

El punto

ISABEL COIXET

 Siempre me intrigó uno de los aforismos de Kafka, ese que habla del punto de no retorno que hay que alcanzar, cuando ya no hay vuelta atrás. Ese punto. Mi imaginación adolescente proyectaba, en esos días de lecturas febriles y epifanías constantes, un perro salchicha corriendo incesantemente con sus patitas en círculos hacia su propia cola. Así veía yo ese punto.

Hay imágenes que se quedan grabadas, incluso cuando la idea que las puso en marcha queda apagada con el tiempo (aún ahora, cada vez que veo un simpático dachshund, pienso en el genio de Kafka).

Llegados hasta ese punto, las cosas toman otro rumbo, dejamos un trabajo, una religión, una relación, una manera de vivir y emprendemos otro camino, el de una vida nueva o el de la muerte

Los científicos hablan mucho de ese punto en el que ya no podremos hacer nada por salvar el planeta que habitamos. Los escuchamos con expresión angustiada, nos prometemos reciclar más y mejor, pero seguimos nuestras vidas, como si nada de eso fuera con nosotros.

Las personas que no somos científicas hablamos de llegar a un punto en el que ya no podemos volver atrás, sea en un trabajo, en una relación o en la existencia. Llegados hasta ese punto, las cosas toman otro rumbo, dejamos un trabajo, una religión, una relación, una manera de vivir y emprendemos otro camino, el de una vida nueva o el de la muerte. Hay momentos así. Me imagino que las personas que se suicidan han llegado a ese callejón sin salida y la muerte les parece la única solución.

Muchas veces leemos esos suicidios como una renuncia a la vida, un escape, una salida fácil. A mí nunca me lo han parecido. Creo que hay que tener un coraje especial para matarse, diferente del coraje que también se necesita para seguir viviendo. Abandonamos una vida que no nos gusta porque perdemos la esperanza de conseguir esa vida que nos gustaría tener o seguimos viviendo una vida que no nos gusta porque creemos que algún día la alcanzaremos. O simplemente nos engañamos de una manera más eficaz a nosotros mismos.

En Jean de Florette, la novela de Marcel Pagnol, hay dos muertes al final. Una, la de Ugolin, que se ahorca al darse cuenta de que la pastora Manon nunca lo querrá, y la de su tío, Papet, que tras conocer que, por un capricho del destino, ha vivido toda su vida sin saber que la mujer que amó lo correspondía y que, además, tuvo un hijo de él, al que él, por ambición y ruindad, destruyó (el personaje que da título a la novela, Jean).

En la adaptación cinematográfica de la novela hecha por Claude Berri, el personaje de Papet, interpretado por Yves Montand, llega en una centésima de segundo a ese punto de no retorno: leemos en su rostro todo el dolor, la vergüenza y la culpa que darse cuenta de su tremendo error le produce. Cuando se recompone, vuelve a su casa, redacta su testamento, viste su mejor traje y se recuesta tranquilamente en su cama para morir mientras el sol de Midi inunda la oscura habitación.

Estaría bien poder hacer lo mismo cuando lleguemos a ese punto, por supuesto sin necesidad de catarsis, sin violencia, sin esfuerzo. Dejar que la vida nos abandonara dulcemente. Pero me temo que un mundo al que se llega llorando no te deja ir así como así, de rositas...

LA ESTREMECEDORA DESPEDIDA 

DE VIRGINIA WOLF 

https://www.elcorreo.com/xlsemanal/historia/virginia-woolf-140-aniversario-nacimiento-reedicion-obras-vida-personal-muerte.html