Este artículo fue publicado en TRIBUNA DOMINICAL
de EL COMERCIO el 15/05/2022
https://www.elcomercio.es/opinion/responsables-espana-vaciada-20220515221904-nt.html
Responsables de la España vaciada
La supervivencia del campo es primordial para
la economía y la subsistencia de un país. Se puede importar productos, claro
que sí, pero también se puede cuidar lo propio y garantizar unas condiciones
dignas para los agricultores y ganaderos
Domingo,
15 mayo 2022,
Cuando mi madre entraba en los guateques
de Sama de Langreo se fundían los plomos. Escribía Paul Auster en su 'Diario de
Invierno', que no es sino una declaración de amor perpetua a la estratosférica
belleza de su esposa Siri Hustvedt, que hay mujeres que caminan por la calle y
parecen actrices de cine sin serlo. Mi madre es de ese tipo de mujeres. Es muy
difícil crecer -poco, en mi caso- a la sombra de una madre tan bella, porque
todos los comentarios que te llegan de familiares cuando vas de visita van
dejando constancia de que la niña, como su madre, nada de nada. La infancia es
la patria del hombre, y de la mujer añadiría yo y, al igual que los niños
gorditos de pequeños, aunque adelgacen de mayores, mentalmente se siguen
sintiendo gordos, lo mismo me pasó a mí. Lo que sentí de niña me llevó a
entender que nunca lograría nada con mi pobre belleza e hice de los libros mis
compañeros de viaje, y de la lectura y el estudio, mis aliados, convenciéndome
de que en ellos encontraría mi salvación. La belleza de mi madre no pasó
desapercibida a mi padre, un hombre bajo pero guapetón, que acababa de llegar
de Madrid, con su título de ingeniero en la mano. Quedó deslumbrado por los
increíbles ojos y pestañas de mi madre y ella, por el ímpetu de ese hombre
pequeño que siempre pensaba en grande y que le gustaba mucho su nombre, que es
José, no Jose, sino José, y lo antepuso al nombre de todos sus hijos varones.
La trayectoria de Pepe Álvarez no fue
fácil. Se crió en un pequeño pueblo de Tineo y, como primogénito, le
correspondía heredar una gran ganadería y pasarse la vida 'catando vaques'
(aclaración para 'foriatos': catar significa ordeñar). Aquella idea no le
gustaba nada, así que, en cuanto pudo, se fue a casa de una prima lejana de su
madre que vivía en Madrid y dijo que quería abandonar el campo, ser ingeniero,
irse a vivir a la capital del Principado, tener hijos y dejarles en herencia
una gran cultura, sin escatimar en gastos, colegios y demás. Dicho y hecho.
¿Hizo algo malo Pepe Álvarez, escapando de un destino 'catando vaques y
cabruñando', yendo a estudiar a Madrid, trabajando duro para hacer dinero,
casándose con la mujer más guapa que encontró por Asturias y criando a su
familia, numerosa según los parámetros actuales, en la mejor zona residencial
de Oviedo? Yo diría que no. Sencillamente no se resignó a su destino; entendió
aquello que afirmaba Honoré De Balzac: «La resignación es un suicidio cotidiano».
La historia de mis queridos padres -y aquí
mi pequeño homenaje- es la de tantas parejas que en los años 60 y 70 del siglo
pasado escaparon de los pueblos a las ciudades, tratando de mejorar sus vidas.
Buscaban 'prosperar'. El resultado de tal éxodo es la España vaciada. Son por
ello 'responsables', como tantos otros, de dicha España vaciada. Sergio del
Molino publicó en 2016 un libro titulado 'La España vacía', que explica las
características de ese éxodo del campo a la ciudad en España entre 1950 y 1970,
que generó unos desequilibrios perjudiciales tanto para la ciudad como para el
campo. Encontramos situaciones, cuando menos, chocantes. Dando un paseo por el
campo se pueden encontrar deliciosas castañas asturianas, algo tan típico de
aquí, tiradas por el suelo porque nadie las recoge. A la vez, en el
supermercado nos venden empaquetadas y peladas castañas chinas. La
globalización tiene indudables ventajas, pero ha generado situaciones que
resultan claramente perjudiciales para los productores del país. Tenemos fruta
barata en los supermercados que viene de países donde no se respetan los
filtros que pone la Unión Europea (UE) en cuanto al uso de fertilizantes,
pesticidas y demás, y que se vende fácilmente por su bajo precio, con el
consiguiente perjuicio para la salud del consumidor y para los productores
autóctonos, que sí respetan las exigencias sanitarias de la UE. Las noticias en
prensa sobre protestas, más que justificadas, de trabajadores del sector
primario son el pan nuestro de cada día. La supervivencia de este sector es
primordial para la economía y la subsistencia de un país. Se pueden importar
productos, claro que sí, pero también se puede cuidar lo propio y garantizar
las condiciones para que ser agricultor o ganadero sea tan digno como ser profesor
o técnico de laboratorio. Las medidas políticas que hay que tomar están muy
claras. La falta de voluntad por parte de los políticos, también.
La dignificación de estos oficios pasa
porque sean convenientemente remunerados. No se puede pagar al productor de
leche o de trigo precios irrisorios -que no tienen ninguna gracia para ellos- y
que luego se triplique el precio final al consumidor, llevándose los
intermediarios la mejor parte. Este desfase no solo es injusto económicamente,
sino indecente a nivel humano, poniendo de manifiesto que los agricultores,
ganaderos y pescadores de este país no les importan nada a la clase política.
Otra exigencia clara a las administraciones es que no impongan a estos
trabajadores normas fuera de toda lógica: controles de puerta diarios,
veterinarios, mediciones de todo tipo, anotaciones de multitud de cuestiones
prefijadas, pautas de alimentación, etc. Es una auténtica locura además de una
injusticia en toda regla que parece un intento de acabar con la adecuada producción
de lo que comemos.
Artículo en SELECCIÓN DE PRENSA
de la Universidad de Oviedo.