Barriendo para casa
Percibo
en esta nueva estancia en territorio británico lo mucho que ha crecido el
sentimiento nacionalista y la defensa de lo propio, desmarcándose del resto de
Europa y barriendo para casa todo lo posible. No lo noté cuando me especialicé
en finanzas, en la London School of
Economics, aun siendo estudiante de Economía, o bien, en cursos de
Econometría Avanzada también en LSE, como estudiante pre-doctoral. A parte del
incordio del cambio a la libra y de los coches circulando por el lado
contrario, tenía la sensación de estar en mi país, en mi territorio: Europa,
porque europea es como me siento. De algún cambio ya me percaté en una estancia
de investigación en una universidad londinense hace un lustro y ahora, el
viraje es claro y definitivo. Se defiende lo propiamente británico con uñas y
dientes. Una se pasea por los lineales del supermercado y encuentra la banderita
identificativa de “producto británico” por doquier, ya sea la leche, la fruta o
el jabón de manos. La ideología “primero Gran Bretaña” está presente por todas
partes. Es como si se respirase un aire de hartazgo hacia todo lo foráneo
porque quizás, en el fondo, siempre nos han visto como extranjeros a los
españoles, a los polacos o cualquiera no nacido en la gloriosa Gran Bretaña.
Eso sí, un hartazgo tamizado siempre por su buena educación. Siempre me
desconcierta ver a los seguidores de fútbol británicos hacer de las suyas o
emborracharse al extremo, sobre todo cuando vienen a las costas españolas. Lo
interpreto como la válvula de escape de lo que verdaderamente son: personas
extremadamente educadas, comedidas y con un tacto exquisito en sus relaciones
sociales.
El
Brexit por aquí es el pan nuestro de cada día, amable lector. Ya sea en los
medios de comunicación o en un escaparate completo de libros sobre el Brexit en
la librería de la Cambridge University
Press. Theresa May ha sufrido sudores fríos estos días con las críticas que
le han llovido por tomar la decisión de salida de la agencia europea Euratom
con poca o nula consulta a las autoridades sanitarias del país. Dichas
autoridades ponen sobre la mesa la amenaza directa de que miles de enfermos de
cáncer británicos se puedan ver afectados al poner en peligro el acceso a
isótopos radioactivos necesarios para los tratamientos. May ha salido por la
tangente declarando que todo está bajo control pero ha resultado poco
convincente. De los contrarios al Brexit hay quienes aún conservan la esperanza
de que el tema se pueda reconducir. De vez en cuando se leen en prensa resultados
de algún sondeo que ponen de manifiesto que ante un hipotético segundo
referéndum, el resultado sería el inverso: 54% a favor de la permanencia y 46% favorables
a la salida. Dudo mucho que tal referéndum se vaya a producir, por muy
convencidos que vea a algunos colegas en la Universidad de Cambridge, dado el altísimo
riesgo para la percepción de fondos por parte de los equipos de investigación.
Es indudable que así es, pero creo que eso no cambia el hecho de que la
decisión ya está tristemente tomada.
Mientras
tanto, siguen barriendo para casa, tanto si se trata de hablar de tenistas
ingleses como de cualquier otro tema. Durante el campeonato de Wimbledon,
Johanna Konta aparecía hasta en la sopa y de Muguruza se supo el día que fue a
la final y ganó. ¿Es eso equilibrio y visión “no nacionalista”? Tampoco lo ha
sido la adjudicación de construir la primera fase del proyecto de alta
velocidad (HS2) entre Londres y Birmingham,
a las
firmas británicas Carillion, Costain y Balfour Beatty como consorcios ganadores
encargados de la construcción de túneles, puentes y terraplenes en el primer
tramo de la nueva línea ferroviaria. Esta
decisión ha dejado fuera de juego, y sospecho que no sólo por razones técnicas,
a las compañías españolas que optaban a participar: Acciona, ACS Dragados, FCC
y Ferrovial. Una lástima para esta economista española que suscribe porque no será
la última de las decisiones económicas en esta línea de aquí en adelante.