lunes, 10 de julio de 2017

Producto de marketing literario

A miles de kilómetros de la Semana Negra de Gijón, emito mi opinión sobre la literatura actual.

              Este artículo fue publicado el 05/07/17 en el diario EL COMERCIO 



“El mayor artista es aquel que en la suma de sus obras
 ha incorporado el mayor número de sus mejores ideas”.
John Ruskin.

Me gusta mucho leer. Disfruto con la buena literatura y tengo libros guardados en distintos sitios para aprovechar cualquier momento libre. Mi idea del cielo, en la vida eterna, es estar acompañada de todos los libros que no me dará tiempo a leer y, por supuesto, de buena música. Un paraíso así lo describía una bonita película de vampiros que vi hace un tiempo. A pesar de vivir con un cinéfilo desde hace muchos años, no recuerdo ni el título de la película, ni mucho menos el director. Sigo sin ponerle demasiado interés al séptimo arte; sé que la protagonizaba Tilda Swinton, buena actriz a decir de mi cinéfilo, por cierto muy enojado ante una nueva versión de “Blade Runner”, a la que no le ve ningún sentido, pues lo perfecto no se puede mejorar. Tendré que prepararle una buena ración de tiramisú, otra de sus pasiones, para que se le pase el disgusto.

A mí lo que me disgusta es la pérdida de calidad literaria que parece no tener fin. Declaraba Vila-Matas en su discurso de recepción del Premio Rómulo Gallegos lo siguiente: “El orgullo del escritor de hoy tiene que consistir en enfrentarse a los emisarios de la nada – cada vez más numerosos en literatura – y combatirlos a muerte para no dejar a la humanidad precisamente en manos de la muerte. En definitiva: que a un escritor le podamos llamar escritor. Porque, digan lo que digan, la escritura puede salvar al hombre. Hasta en lo imposible”. Esto lo dijo Enrique en 2001, cuando recibió dicho premio. El panorama en 2017 es muchísimo peor. 

Agradecida como siempre a Gaspar Meana por ilustrar todas mis Tribunas para EL COMERCIO. Esta es gloriosa, con el fabricante literario produciendo bazofia literaria como churros. 

Abundando en esta idea, en una entrevista para EL COMERCIO (23/04/17) el escritor José María Guelbenzu declaró, a propósito de la dedicación literaria, que hay dos tipos de escritores: “Hay quien sólo quiere triunfar y quien prefiere escribir bien y son dos modelos distintos”. No puedo estar más de acuerdo, sobre todo por lo mucho que se nota el modelo por el que opta cada cual. Y yo añadiría algo más: hay quien se dedica a la literatura sin tener talento para ello, pero como en el mercado literario cada vez se publican títulos de peor calidad, seguramente alguno piense: “¿Y por qué no voy a poder participar yo también?”. Me pregunto si algunos de los “artistas” y “creadores” que se consideran tal cosa hoy en día se habrán detenido a reflexionar sobre el extracto de una carta de Vicenzo Giustiniani a Theodor Ameyden en 1618, que aparecía destacada en una de las paredes de una exposición que visité en Madrid, hace un tiempo. Decía así: “El pintor ha de trabajar con colores amables y apropiados, para lo cual debe saber tratarlos con experiencia y casi por instinto natural, gracia que a pocos se concede”. Esto concuerda con mi manera de entender y sentir el arte, en general, y la literatura en particular. Creo que para poder amarlo hay que respetarlo y reconocer previamente si se tiene talento suficiente para dedicarse a ello. Incluso hay quien pudiendo dedicarse a ello decide un mal día pasar de ser escritor a producto de marketing literario; dejar de publicar novelas para producir folletines con viñetas. Cada uno decidirá si quiere incorporar o no buenas ideas a su arte, como sugiere Ruskin. Los que amamos la libertad, también respetamos la libertad del prójimo para pegarse un tiro en el pie, si así lo desea. Allá cada cual con su vida y su oficio. Mi opinión es simplemente la de una lectora más. Sin embargo, creo que es compartida por algunos de los grandes nombres de la literatura de nuestro país. Juan Manuel de Prada, en muchas ocasiones, se ha quejado de la falta de calidad literaria de muchos de los libros que se venden. Lo hizo cuando vino a presentar a Gijón su novela “Mirlo blanco, cisne negro” y lo ha hecho, más recientemente, en su columna “Animales de compañía” publicada en el suplemento a EL COMERCIO de 14/05/17. Presentaba muy claramente el problema de que las editoriales se decidan a publicar libros de bajísima calidad literaria o, directamente, libros basura. Lo hacía en un tono tan ácido que ponía de manifiesto su cansancio sobre el hecho de que a veces ese tipo de libros se lleguen a vender mejor que la buena literatura, lo cual no es sino una prueba de la indigencia mental del público que consume esa bazofia literaria. Y mientras prolifera la bazofia que puede destruir la literatura y otras artes, sólo hay que pararse a pensar, según sus palabras que “fueron las propias industrias y oficios culturales hoy amenazados de ruina o extinción quienes decretaron su propia muerte”. Creo que no se puede decir de forma más contundente, amable lector.

Cada uno decide si quiere escribir y publicar buenas novelas o seguir sumando títulos a la bazofia literaria, sacados rápidamente del horno, saturando a los lectores año tras año, y destruyendo su propia literatura y su propio mercado. Zamora no se hizo en una hora, ni “Guerra y Paz” se escribió en seis meses. Tal vez esté equivocada y sea este el tiempo del triunfo de los productos de marketing de todo tipo. De hecho, algún producto de marketing político, de cuyo nombre no me quiero acordar, va camino de ser presidenciable. ¡Maravilloso! Los productos de marketing político a gobernar el país y los de marketing literario a poblar las estanterías de las librerías. Malos tiempos para quienes siempre hemos buscado contenido en los políticos, en los escritores o en los hombres, en general. Nunca he sucumbido a los hombres con dinero y sin contenido; si lo hubiera hecho de jovencita, tal vez hubiera podido vivir ejerciendo de “señora de”, formando parte del gremio de parásitas del siglo XXI que no trabajan ni dentro, ni fuera de casa. Ese no era mi lugar en el mundo, sino el de ser sujeto activo de mi propia vida, perfectamente capaz de entender que los hombres, los políticos y los escritores sin contenido no valen la pena.