A miles de kilómetros de la Semana Negra de Gijón, emito mi opinión sobre la literatura actual.
Este artículo fue publicado el 05/07/17 en el diario EL COMERCIO
“El mayor artista
es aquel que en la suma de sus obras
ha incorporado el mayor número de sus mejores
ideas”.
John Ruskin.
Me
gusta mucho leer. Disfruto con la buena literatura y tengo libros guardados en
distintos sitios para aprovechar cualquier momento libre. Mi idea del cielo, en
la vida eterna, es estar acompañada de todos los libros que no me dará tiempo a
leer y, por supuesto, de buena música. Un paraíso así lo describía una bonita
película de vampiros que vi hace un tiempo. A pesar de vivir con un cinéfilo
desde hace muchos años, no recuerdo ni el título de la película, ni mucho menos
el director. Sigo sin ponerle demasiado interés al séptimo arte; sé que la
protagonizaba Tilda Swinton, buena
actriz a decir de mi cinéfilo, por cierto muy enojado ante una nueva versión
de “Blade Runner”, a la que no le ve
ningún sentido, pues lo perfecto no se puede mejorar. Tendré que prepararle una
buena ración de tiramisú, otra de sus pasiones, para que se le pase el
disgusto.
A
mí lo que me disgusta es la pérdida de calidad literaria que parece no tener
fin. Declaraba Vila-Matas en su discurso de recepción del Premio Rómulo
Gallegos lo siguiente: “El orgullo del escritor de hoy tiene que consistir en
enfrentarse a los emisarios de la nada – cada vez más numerosos en literatura –
y combatirlos a muerte para no dejar a la humanidad precisamente en manos de la
muerte. En definitiva: que a un escritor le podamos llamar escritor. Porque,
digan lo que digan, la escritura puede salvar al hombre. Hasta en lo
imposible”. Esto lo dijo Enrique en 2001, cuando recibió dicho premio. El
panorama en 2017 es muchísimo peor.
Agradecida como siempre a Gaspar Meana por ilustrar todas mis Tribunas para EL COMERCIO. Esta es gloriosa, con el fabricante literario produciendo bazofia literaria como churros.
Abundando en esta idea, en una entrevista
para EL COMERCIO (23/04/17) el escritor José María Guelbenzu declaró, a
propósito de la dedicación literaria, que hay dos tipos de escritores: “Hay
quien sólo quiere triunfar y quien prefiere escribir bien y son dos modelos
distintos”. No puedo estar más de acuerdo, sobre todo por lo mucho que se nota
el modelo por el que opta cada cual. Y yo añadiría algo más: hay quien se
dedica a la literatura sin tener talento para ello, pero como en el mercado
literario cada vez se publican títulos de peor calidad, seguramente alguno
piense: “¿Y por qué no voy a poder participar yo también?”. Me pregunto si
algunos de los “artistas” y “creadores” que se consideran tal cosa hoy en día se
habrán detenido a reflexionar sobre el extracto de una carta de Vicenzo Giustiniani
a Theodor Ameyden en 1618, que aparecía destacada en una de las paredes de una
exposición que visité en Madrid, hace un tiempo. Decía así: “El pintor ha de
trabajar con colores amables y apropiados, para lo cual debe saber tratarlos
con experiencia y casi por instinto natural, gracia que a pocos se concede”.
Esto concuerda con mi manera de entender y sentir el arte, en general, y la
literatura en particular. Creo que para poder amarlo hay que respetarlo y reconocer
previamente si se tiene talento suficiente para dedicarse a ello. Incluso hay
quien pudiendo dedicarse a ello decide un mal día pasar de ser escritor a
producto de marketing literario; dejar de publicar novelas para producir folletines
con viñetas. Cada uno decidirá si quiere incorporar o no buenas ideas a su
arte, como sugiere Ruskin. Los que amamos la libertad, también respetamos la
libertad del prójimo para pegarse un tiro en el pie, si así lo desea. Allá cada
cual con su vida y su oficio. Mi opinión es simplemente la de una lectora más. Sin
embargo, creo que es compartida por algunos de los grandes nombres de la
literatura de nuestro país. Juan Manuel de Prada, en muchas ocasiones, se ha
quejado de la falta de calidad literaria de muchos de los libros que se venden.
Lo hizo cuando vino a presentar a Gijón su novela “Mirlo blanco, cisne negro” y
lo ha hecho, más recientemente, en su columna “Animales de compañía” publicada
en el suplemento a EL COMERCIO de 14/05/17. Presentaba muy claramente el
problema de que las editoriales se decidan a publicar libros de bajísima
calidad literaria o, directamente, libros basura. Lo hacía en un tono tan ácido
que ponía de manifiesto su cansancio sobre el hecho de que a veces ese tipo de
libros se lleguen a vender mejor que la buena literatura, lo cual no es sino
una prueba de la indigencia mental del público que consume esa bazofia
literaria. Y mientras prolifera la bazofia que puede destruir la literatura y
otras artes, sólo hay que pararse a pensar, según sus palabras que “fueron las
propias industrias y oficios culturales hoy amenazados de ruina o extinción
quienes decretaron su propia muerte”. Creo que no se puede decir de forma más
contundente, amable lector.
Cada uno decide si
quiere escribir y publicar buenas novelas o seguir sumando títulos a la bazofia
literaria, sacados rápidamente del horno, saturando a los lectores año tras
año, y destruyendo su propia literatura y su propio mercado. Zamora no se hizo
en una hora, ni “Guerra y Paz” se escribió en seis meses. Tal vez esté
equivocada y sea este el tiempo del triunfo de los productos de marketing de
todo tipo. De hecho, algún producto de marketing político, de cuyo nombre no me
quiero acordar, va camino de ser presidenciable. ¡Maravilloso! Los productos de
marketing político a gobernar el país y los de marketing literario a poblar las
estanterías de las librerías. Malos tiempos para quienes siempre hemos buscado
contenido en los políticos, en los escritores o en los hombres, en general.
Nunca he sucumbido a los hombres con dinero y sin contenido; si lo hubiera
hecho de jovencita, tal vez hubiera podido vivir ejerciendo de “señora de”,
formando parte del gremio de parásitas del siglo XXI que no trabajan ni dentro,
ni fuera de casa. Ese no era mi lugar en el mundo, sino el de ser sujeto activo
de mi propia vida, perfectamente capaz de entender que los hombres, los
políticos y los escritores sin contenido no valen la pena.