En esta etiqueta se recogen los artículos publicados desde 2009 hasta 2016, ésta última, fecha de inicio de este blog en el que comencé a ubicar mis artículos periodísticos en la web. Los previos nacieron precisamente el 19 de diciembre de 2009, día de inicio de mi colaboración con EL COMERCIO, decano de la prensa asturiana.
Este artículo fue publicado en
TRIBUNA de EL COMERCIO el 12/07/2013
Decía mi admirado Oscar
Wilde en El abanico de Lady Windermere
que “es cínico quien conoce el precio de todo y el valor de nada”. Es cinismo precisamente
lo que he percibido en el reciente debate sobre la nota para la obtención de beca.
Muchos estudiantes, al no pagar sus estudios universitarios, parece que no los
valoran. Por otro lado está la exigencia del ministro del ramo de una nota
superior para beneficiarse de la ayuda estatal. Cae de cajón que si un cinco, el
llamado “suficiente” de toda la vida, es bastante para que el hijo del rico
siga estudiando su carrera universitaria, mientras que esa misma nota no
permite que el hijo del pobre pueda continuar estudios al perder la beca, ahí
hay una selección de tipo económico y el ministro, con esa decisión, la estaría
practicando. Dicho esto, hay varias cosas que cabe puntualizar y que nos deben
hacer reflexionar seriamente sobre el sistema universitario que tenemos y sobre
la financiación del mismo.
PRIMERO: Alguien parece
olvidar que en este país todos los estudiantes universitarios están becados de
alguna manera. El precio de las matrículas universitarias no cubre el coste
real de un alumno en la universidad. Esto ocasiona, de partida, un quebradero
de cabeza económico a las universidades. Si a ello añadimos que la crisis
económica ha disparado la tasa de morosidad del alumnado, nos encontramos ante
un grave problema. SEGUNDO: En la universidad ha de haber selección. No
selección económica, sino selección basada en el rendimiento académico y debe
estar abierta a los mejores alumnos, al margen de su renta familiar. La
universidad española tiene entre sus males actuales que no selecciona debidamente
a sus estudiantes. Una prueba de acceso que supera holgadamente más del 90% de
los alumnos, ni es selección, ni es nada. Ello trae consigo que el rendimiento
académico posterior y también la exigencia que los profesores podamos practicar
se vea mermada, lo cual redunda en un empeoramiento de la calidad de las
titulaciones obtenidas. Por muy chovinistas que nos queramos poner, un graduado
en Harvard tiene más prestigio internacional que un graduado en Oviedo. Al
principio de mi carrera docente, al ponerme a explicar problemas de finanzas,
me contrariaba encontrar alumnos con serias dificultades para resolver un
sistema de ecuaciones o una derivada. Ahora me lo tomo con cristiana
resignación, porque hay una verdad como un piano de cola de grande: los alumnos
llegan cada año peor preparados a la universidad. TERCERO: Vivimos en una
sociedad paternalista donde los estudiantes asumen que serán sus padres quienes
les paguen los estudios. Y si los padres no pueden, que sea “papá Estado” quien
lo pague. ¡Faltaría más!. Durante una reciente estancia en una universidad
londinense, me asombré al comprobar el elevado coste de las matrículas y, sobre
todo, la naturalidad con que los estudiantes universitarios británicos asumen
que son ellos mismos quienes han de costearse su carrera. Esto lleva a que la
inmensa mayoría de los estudiantes terminen sus estudios con una importante
deuda, teniendo que dedicar sus primeros años de trabajo a devolverla, antes
que a financiar su vivienda, por ejemplo. Algo similar sucede en Estados Unidos.
¡Qué casualidad que sean esos países los que tienen sus universidades
excelentemente clasificadas en los rankings internacionales!. Los estudiantes
valoran y pagan sus estudios. La contrapartida es que las universidades ponen a
disposición de los investigadores unos medios que en otros lugares no podemos
ni soñar. CUARTO: A mí no me parece descabellado que el ministro afirme que un
estudiante que no obtenga el suficiente rendimiento académico se deba
replantear la continuación de sus estudios. A veces, un buen revés a tiempo
puede ser muy positivo en la vida y ayudarnos a reconducir nuestras energías
allá donde reside nuestro mayor talento. A mí me paso con diecisiete años. A
esa edad asumí que nunca tendría el talento pianístico de Martha Argerich y no
por eso mi vida ha sido un fracaso. QUINTO: Que no exista discriminación en la
educación por razones económicas me parece de justicia. Ahora bien, que quienes
disfrutan de fondos públicos para pagar sus estudios traten de rendir cuentas y
aprovecharlo al máximo, es lo mínimo que se les puede pedir. Especialmente en
un momento de crisis económica. Y deben hacerlo por ellos mismos, por la
calidad resultante de nuestro sistema universitario y por la de los
profesionales que finalmente tendrá nuestra sociedad. Tal vez coincida conmigo
el amable lector en que si un día se tiene que operar a corazón abierto, esperará
que el médico cuyos estudios quizás haya pagado con sus impuestos, haya
obtenido algo más que un suficiente. Todos, pobres o ricos, tienen derecho a ir
a la universidad; por supuesto. Pero todos han de hacer exactamente lo mismo: E-S-T-U-D-I-A-R.
Y en caso contrario, deben tener la dignidad de retirarse y dejar de explotar un
sistema pagado con el dinero de todos. Las becas se ganan dándole a los codos,
no haciendo teatro en el despacho del docente. Me temo que no soy la única
profesora que he recibido peticiones de alumnos de elevar ficticiamente la nota
para no perder la beca.
Supongo que el nivel de
exigencia que uno tenga consigo mismo depende de la educación recibida. La mía
me llevó a obtener una matrícula de honor global en COU y un segundo puesto en
mi promoción universitaria. El primero se me escapó porque el bisturí de un
excelente cirujano se cruzó en mi camino y me dejó fuera de juego a mis veinte años,
abriendo mi espalda en canal, de arriba abajo, en una operación de siete horas
no apta para galenos mediocres, salvando mi vida del dolor físico. Mucho me
alegro yo de que ese brillante traumatólogo superase sus exámenes con más de un
cinco. Asimismo, me alegro de la lección que me dio mi padre y que pienso
transmitir a mis hijos: “Susana, el cinco no es suficiente”.