jueves, 2 de febrero de 2017

Lógica suiza

           Este artículo fue publicado en el diario EL COMERCIO el 01/02/17
Suiza es un país que conozco bastante bien por razones familiares. Su insultante belleza y el comportamiento de sus ciudadanos me impactaron la primera vez que lo visité. Recuerdo que todo el mundo compraba su billete de autobús en una máquina prevista al efecto cuando sabían que los controles eran poco habituales, por no decir inexistentes. Al mismo tiempo me sorprendí de que me sorprendiera, dando por supuesto que si tal cosa se hiciera en España, la probabilidad de que hubiera infractores era muy elevada. Me explicaron que en Suiza, por una mera cuestión de sentido común, todo el mundo entiende que quien roba, especialmente de lo que son bienes públicos, termina robándose a sí mismo, lo cual es evidente, pero aquí hay mucha gente que no parece entenderlo. Esa mentalidad suiza es la que llevó a esta ciudadanía, mentalmente situada a años luz de la española, a rechazar en junio del pasado año una renta básica para todos los ciudadanos. También habían rechazado, en otra ocasión, algo que aquí a mucha gente le sorprendería: la ampliación del período vacacional. “Serán tontos estos suizos”, pensará algún lector. ¡Pues no! No lo son. Y tampoco son todos premio Nobel de Economía, sino ciudadanos rebosantes de sentido común, que viven en un país privilegiado, no sólo por su belleza, que saben preservar manteniendo la limpieza de sus paisajes y ciudades, sino por su riqueza, que también quieren mantener y por eso, no sucumben ante tales votaciones. 


Y si ellos son capaces de entenderlo, ¿por qué nosotros no podemos hacerlo? Se está proponiendo la percepción de una renta básica, por el mero hecho de ser ciudadano que no es lo mismo que un mínimo vital o una ayuda para personas sin ingresos o con ingresos bajos. La primera es una medida perniciosa; alejada de toda lógica económica. La segunda es una cuestión de humanidad. Y no es que sea de izquierdas o de derechas o de centro, sino de personas ignorantes en economía que no se han acercado lo más mínimo a los numerosos estudios que existen al respecto y, por consiguiente, desconocen el perjuicio que trae consigo, máxime en un país con economía sumergida como es el nuestro, que llevaría quizás a mantenerla o incrementarla. A ello habría que añadir el efecto llamada y la desincentivación de la búsqueda de empleo. Lo relevante en un país con una elevadísima tasa de paro es incentivar fiscalmente la contratación. No conviene olvidar el efecto de dicha renta sobre las arcas públicas, habida cuenta de nuestro grave nivel de endeudamiento. ¿Tiene alguna lógica económica? Ninguna. La idea, a priori, puede parecer brillante: garantizar a todas las personas residentes, de forma automática e incondicionada, un ingreso periódico de subsistencia. La justificación de la idea: la automatización. Se argumenta que con el nivel de tecnología actual es imposible dar un empleo de 8 horas diarias a toda la población adulta. Si durante los siglos XIX y XX hemos visto cómo la tecnología sustituyó a los músculos, las tecnologías de la información pueden sustituir las habilidades intelectuales. Nuestro móvil sería considerado un superordenador de mediados de los 90. Cualquier app lo más probable es que representase un empleo hace 15 años. Dicho esto, en un entorno donde será cada vez más difícil encontrar empleos, mi duda es: ¿todo el mundo va a querer trabajar? ¿Habrá gente dispuesta a seguir generando riqueza? En Suiza han demostrado que sí. Aquí, amable lector, lo dudo. Mucho me temo que las enormes distancias mentales y económicas entre el país helvético y nuestra piel de toro tienen una base fundamental: carecemos de toda lógica suiza y así nos va, y nos seguirá yendo, cada vez peor, con semejantes ideas. Sólo me queda un consuelo: que no todo lo podemos decidir nosotros y el corsé europeo impediría subir el déficit que sería preciso generar para cubrir semejante idea de bombero, no de economista racional. Es triste pensar que necesitamos un control externo para conducirnos con un mínimo de lógica. Muy triste.