Alguien tendrá que recitarla por nosotros y para nosotros, cuando hayamos muerto.
Melancolía del desaparecer.
Y pensar que
después que yo me muera,
aún surgirán mañanas luminosas,
que bajo un cielo azul, la
primavera,
indiferente a mi mansión
postrera,
encarnará en la seda de las
rosas.
Y pensar que,
desnuda, azul, lasciva,
sobre mis huesos danzará la
vida,
y que habrá nuevos cielos de
escarlata,
bañados por la luz del sol
poniente
y noches llenas de esa luz de
plata,
que inundaban mi vieja
serenata,
cuando aún cantaba Dios, bajo
mi frente.
Y pensar que no
puedo en mi egoísmo
llevarme al sol ni al cielo en
mi mortaja;
que he de marchar yo solo hacia
el abismo,
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré desde mi caja.
Agustín de Foxá