viernes, 28 de febrero de 2020

Under Fifty Kilograms

"¿Estás más delgada?", me preguntaba hace unos días una compañera que me ve todos los días. Le dije que no. Probablemente tendría más ojeras, de haberme quedado trabajando un poquito esa noche, sobre la revisión de un paper, pero nada más. 
Mi peso, desde que soy madre, se ha estabilizado en torno a los 48 o 49 kilogramos. Ayer mismo, cuando salí de la ducha y antes de la cena, 47.8 kilogramos. 
Y me siento bien. No hago nada por ello, ni he hecho nunca dieta. 

¿Y dónde estás los tres kilos más que tenías en 1998?




Pues en mis tiempos mozos, y sin haber tenido nunca un problema de peso estarían en 51 o 52 kilogramos. Es poca diferencia, pero en una persona de mi tamaño se notan. 

No es importante tener un kilo arriba o uno abajo. Es importante estar a gusto en un peso y mantenerlo estable. Las oscilaciones no son buenas. 
El capricho metabólico post-maternal me hace estar así, y no hay más. Para la mayoría de las mujeres es justo lo contrario, pero hace tiempo que acepté que soy un perro verde para muchas cosas. 
Estoy a gusto y me siento bien metiéndome en los vaqueros de la talla de las alumnas, la 38, aunque sea la profesora. 
Me gusta estar delgada, pero no demasiado delgada. 
Basta ver a la primera dama o a Marta Robles, por poner uno de tanto ejemplos, de que en los huesos como que no. 
O si ellas están a gusto así, pues fenomenal. 
El peso, al igual que otros asuntos, no es lo mismo en el hombre que en la mujer, porque ambos somos diferentes. Y los cánones estéticos también son diferentes. 

Todo parece indicar que seré una cincuentona más ligera de peso que de veinteañera. Pero aún me quedan unos meses para disfrutar del final de mis cuarenta, así que no anticipemos acontecimientos. 

Ya llegaré. Todo llega. La muerte también. Y ahí sí que me quedaré en los huesecitos...