Este artículo fue publicado en TRIBUNA DOMINICAL
de ECONOMÍA de EL COMERCIO el 12/05/2024
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Atentos a la productividad
Es la asignatura siempre suspensa de la economía
española: la productividad total de los factores en 2022 fue un 7,3% inferior a
la del año 2000. Un dato pésimo comparado con el de Estados Unidos (mejoró un
15%) o el de Alemania (12% de incremento)
Oviedo
Domingo,
12 de mayo 2024, 02:00
Hace unos días el 'Financial Times' titulaba lo
siguiente: «La esposa del presidente español, investigada por presunta
corrupción», y explicaba que «un juez español ha abierto una investigación
preliminar sobre la esposa del primer ministro Pedro Sánchez por acusaciones de
corrupción, lo que ha llevado la acritud política en Madrid a nuevos niveles».
Es evidente que esta situación, contemplada a nivel internacional, además de
los frágiles acuerdos de gobierno que se están dando en esta legislatura,
afecta negativamente a la economía y no es buena para atraer inversiones a
nuestro país. Como economista, lo que más me preocupa son los problemas
económicos del país. Hay varios muy graves: la difícil sostenibilidad del
sistema de pensiones, el déficit desproporcionado o el descomunal nivel de
desempleo, en especial el juvenil, pero hoy me gustaría abordar el de la baja
productividad. La situación en relación con esta cuestión es tan problemática
que podríamos calificarla, en términos docentes, como la asignatura siempre
suspensa de la economía española. ¿Por qué?
Son varios los determinantes de esta situación,
pero podría afirmarse que el pequeño tamaño de las empresas, la deficiente
competencia y el gran peso de sectores como la construcción y el turismo
explican su estancamiento. En relación con el primero de ellos, es claro que el
tejido empresarial español, con gran protagonismo de las pymes, ejerce de
lastre, porque cuanto más pequeñas son las empresas más dificultades tienen
para incorporar nuevas tecnologías, profesionalizar la gestión o acceder a
mecanismos de financiación. Por otro lado, la falta de competencia real en
muchos sectores no ayuda. Es obvio que las mejoras productivas son
fundamentales para poder financiar aumentos sostenibles de los salarios.
Lo peor es que esta situación, lejos de
solucionarse, se está agravando con el tiempo. Según el Observatorio de la
Productividad y la Competitividad en España (OPCE), la productividad total de
los factores en 2022 fue un 7,3% inferior a la del año 2000. Un dato pésimo
comparado con Estados Unidos (mejoró un 15% en el mismo periodo) o con Alemania
(un 12% de incremento). En un intervalo temporal más amplio, la productividad
española ha caído un 8% desde 1952, frente a los avances del resto de Europa.
Este diferencial con respecto a Europa no ha cambiado desde la pandemia, ni con
la inyección de fondos europeos: algo está fallando con estos fondos en su
misión de dinamizar los sectores rezagados.
Por otro lado, se observan grandes diferencias
entre comunidades autónomas. Según el Consejo General de Economistas y Fedea,
el País Vasco, Madrid y Navarra presentan los indicadores de productividad más
altos, mientras que los más bajos son para Castilla-La Mancha, Andalucía y Canarias.
La economía sumergida juega un papel importante, porque aunque el PIB la
refleja, en realidad es muy difícil de calibrar. Por ello, las comunidades con
mayor economía sumergida que la media nacional presentan un PIB per cápita
cuando menos endeble en su objetividad.
A eso hay que añadir que si se plantea una posible
reducción de la jornada laboral, es obvio que esta cuestión va a afectar a un
nivel de productividad ya de por sí muy bajo. En mi opinión, antes de subir
sueldos o reducir horarios, es preciso mejorar la baja productividad de la
economía española. Cierto que como país desarrollado debemos aspirar a elevar
nuestro bienestar y tener sueldos dignos, pero eso no es viable, ni mucho menos
sostenible, sin antes subsanar este grave problema. Ganar productividad
significa que los aumentos en la riqueza del país son mayores que el incremento
en horas totales de trabajo en la economía. Es una condición imprescindible
para financiar incrementos sostenibles en sueldos y mejorar las condiciones
laborales sin reducir los beneficios empresariales.
La productividad española tiene graves lastres: el
peso económico del sector inmobiliario, la menor inversión de las empresas
nacionales en capital intangible, las dificultades que afrontan las pequeñas
empresas para crecer y la excesiva importancia de sectores como la construcción
o el turismo, con menos margen para introducir mejoras productivas.
La llegada de la IA (Inteligencia Artificial) puede
también incrementar las diferencias. Se trata de una revolución tecnológica que
puede mejorar, en primer lugar, la productividad de las 'start-ups' y de las
grandes empresas. En el caso de las primeras, porque incorporan la IA desde el
principio. Y las grandes, porque tienen mejor capacidad en sus equipos
directivos para adaptar la organización a los posibles nuevos productos y
procesos que permita tan compleja tecnología. Las Tecnologías de la Información
y la Comunicación (TIC) fueron identificadas desde la década de los ochenta
como el motor de crecimiento de la productividad. No obstante, desde comienzos
de este siglo han dado signos de agotamiento porque los cambios introducidos en
las TIC son, en ocasiones, tan disruptivos que sus enormes ventajas no pueden
aprovecharse si no van acompañadas de inversiones adicionales, en especial, en
activos intangibles.
No
quiero ser pesimista, pero la situación política del país tampoco ayuda a
pensar que podemos mejorar a corto plazo. España tiene un serio problema de
productividad y esta variable está íntimamente ligada a los sueldos y a la
competitividad. Si en verdad queremos construir un país de primera, tendremos
que revertir nuestra negativa tendencia en este aspecto. Así que manos a la
obra, trabajando todos, pero con productividad, esto es, haciéndolo lo mejor
posible en nuestro puesto de trabajo, en el menor tiempo y con un uso adecuado
de los recursos productivos.