lunes, 24 de febrero de 2020

Responsabilidad Social: sí o sí

Este artículo fue publicado en TRIBUNA 
en el diario EL COMERCIO, el 20/02/2020


Asistí a la jornada celebrada el pasado martes 18 de enero en el Real Club de Regatas de Gijón, invitada por EL COMERCIO, sobre un tema de especial interés para mí y con una ponente que nos ilustró con el ejemplo de su propia empresa. Clara Arpa dirige una pyme aragonesa del sector del metal en la que trabajan 50 personas y en la que ella se ha empeñado en aplicar la sostenibilidad hasta sus últimas consecuencias. Me impactó cuando afirmó que gracias al empleo de paneles solares lograrán desenchufarse literalmente de la red eléctrica, si todo va bien, el próximo 6 de abril. El logro es mayúsculo para un taller de este tipo y no deja de ser un ejemplo de alguien que cree firmemente en su sueño y lo consigue. Clara se empeñó en aplicar la sostenibilidad a su empresa y lo está logrando, teniendo en cuenta además que esta mujer es miembro de la Junta del Pacto Global de Naciones Unidas y del comité ejecutivo de la CEOE en materia de desarrollo sostenible. Como bien señalaba Arpa en su presentación, la responsabilidad social nos afecta a todos: individuos, economías domésticas, administraciones públicas y universidades porque no tenemos un planeta B y la única alternativa es aplicar esta mentalidad de responsabilidad social, sí o sí.


Hice lo propio hace ahora unos años reorientando mis investigaciones académicas en esta línea porque desde el ámbito financiero también se puede contribuir con estos objetivos. Es obvio que el cambio climático y la transición hacia una economía baja en emisiones de carbono también involucran al sistema financiero. Primero, por su papel de intermediario entre el ahorro y la inversión, ya que facilita la canalización de fondos hacia actividades que contribuyan a la llamada transición verde. Y, segundo, por los riesgos financieros que el cambio climático y las actuaciones para mitigarlo traen consigo. Son evidentes las implicaciones para las finanzas del cambio climático y de la transición hacia una economía descarbonizada, dado que las economías se enfrentan a dos tipos de riesgos asociados al cambio climático: riesgos físicos, que provienen de los efectos directos del cambio climático y riesgos de transición que derivan de los cambios regulatorios (como límites estrictos a las emisiones de carbono y otros gases de efecto invernadero) tecnológicos (por ejemplo, sistemas de transporte completamente eléctricos) necesarios para alcanzar el objetivo de descarbonización. La transición verde comporta también cambios por el lado de la demanda, derivados de la evolución de las preferencias y el comportamiento de los consumidores, más sensibles a cuestiones medioambientales. Esto genera nuevas oportunidades pero afecta al desempeño de diversos sectores económicos y a la valoración de mercado de una amplia gama de activos, con las consiguientes implicaciones. Es más, pueden tener impacto a nivel crediticio, reputacional, operacional y de mercado. Por ejemplo, eventos climáticos extremos pueden causar daños significativos en activos y reducir la capacidad de pago de los prestatarios. Otro ejemplo serían los daños en inmuebles propios causados por eventos climáticos extremos, que tendrían la consideración de riesgo operacional. Por ello, la necesidad de evaluar e integrar los riesgos climáticos dentro del conjunto de riesgos que pueden afectar al sector financiero es compartida tanto por las entidades que forman parte del sector, como por reguladores y supervisores. No obstante, los riesgos climáticos son de difícil identificación, medición y valoración. Es complicado medir el impacto de los riesgos físicos y de transición por la falta de información corporativa (de carácter público) sobre el impacto financiero de los riesgos climáticos y su consideración a nivel estratégico. Por ejemplo, no existe una taxonomía estandarizada que separe claramente las actividades verdes de las que no lo son, ni estándares comunes de divulgación de información financiera relacionada con el clima. Bienvenidas son las iniciativas para establecer estándares comunes como las recomendaciones del grupo de trabajo “Task Force for Climate-related Financial Disclosures (TCFD)”, propuesta por el “Financial Stability Board”. Desde el ámbito académico tenemos también problemas para medir el impacto positivo de las acciones desarrolladas por empresas como la de Clara Arpa, porque es fácil calcular una rentabilidad económica o financiera con un balance, pero no tanto medir de manera insesgada cómo una empresa está contribuyendo a los objetivos de desarrollo sostenible. En definitiva, creo que nos hallamos ante un reto global que exige soluciones globales y un elevado grado de coordinación entre todos los agentes y sectores económicos. Por la parte que me toca, intento aplicarlo día a día en mi propio trabajo, con un golpe de timón que no fue fácil, en mi labor diaria de investigación académica.